Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
en toda su magnitud. Lo que pretendo decir quizá se<br />
comprenda mejor si establecemos una analogía entre <strong>novelista</strong>s<br />
y pintores. El artista dedicado a los óleos –a los<br />
paisajes, pongamos por caso– adquiere sensibilidad para<br />
captar el color y la luz, las formas, los volúmenes. El<br />
<strong>novelista</strong> adquiere agudeza para interpretar la conducta y<br />
los sentimientos de las personas, sus gustos, el ambiente en<br />
que viven, sus placeres, sus sufrimientos, y a veces la<br />
desarrolla hasta un grado que bordea lo extrasensorial. El<br />
falso <strong>novelista</strong> no sólo no consigue desarrollar tales aptitudes,<br />
sino que su falsedad se lo impide, a él y a sus lectores,<br />
al menos, en el caso de éstos, en la medida en que se dejen<br />
engañar. He dicho antes que el escritor que se preocupa por<br />
el detalle –que analiza los gestos y ademanes más triviales<br />
de sus personajes, para saber exactamente de qué forma<br />
debe proseguir la escena imaginada– es el que convence y<br />
asombra. Este escrutinio es uno de los numerosos elementos<br />
de que consta la práctica de la escritura; empleémoslo como<br />
indicador del valor de la auténtica práctica –y de la pérdida<br />
de tiempo y el perjuicio que constituye la práctica negligente–.<br />
El escrutinio que lleva a cabo el auténtico escritor se<br />
nutre de la experiencia y la nutre al mismo tiempo; el<br />
escritor, sin apenas notarlo, se convierte en un ob<strong>ser</strong>vador<br />
atento. Puede incluso que, de tanto ob<strong>ser</strong>var, llegue a<br />
convertirse en un excéntrico para sus amigos. Se dice (creo,<br />
porque resulta que a veces me invento cosas de éstas<br />
sin darme cuenta) que Anthony Trollope, cuando iba a una<br />
fiesta, se sentaba y se pasaba diez minutos o más ob<strong>ser</strong>vando<br />
detenidamente a los invitados uno tras otro, respondiendo<br />
apenas a quien se dirigía a él, con gran desconcierto por<br />
parte de la concurrencia. Tanto si esta historia es cierta como<br />
si no, está comprobado que una fiesta con buenos escritores<br />
entre sus invitados puede resultar enervante para el no<br />
iniciado. Joyce Carol Oates domina el recinto con sus ojos<br />
de gacela, sobre todo cuando decide no hablar, en un intento<br />
70