Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo) Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
hacer el escritor para conseguir captarnos es darse cuenta de que, según la opinión corriente, es un excéntrico y un cascarrabias, y presentarse como tal, haciendo de sí mismo un personaje singular e interesante. Tiene que preparar su personaje con la habilidad de un payaso consumado –por desagradable que sea su auténtico objetivo–, consciente de cómo reaccionará la gente normal ante él y dispuesto a manipular dicha reacción en su provecho. En otras palabras, debe comprender y asumir, acompañándolo con una buena dosis de distanciamiento irónico, sus tics y rarezas, para así poder presentárnoslos por medio del arte, con intención, sin deslices que nos hagan sentirnos incómodos por él y nos empujen a evitarlo. Pensemos en la imagen pública que creó para sí Alfred Hithcock, mezcla de sadismo y displicencia y modélica en cuanto al control que ejercía sobre ella. Pensemos en la forma en que se presentaba Nabokov tanto en sus escritos como en las entrevistas televisivas, hablando de una manera tan artificial como el Pato Donald y gozando con gansadas como la de interrumpirse a sí mismo para advertir: «¡Atención, que ahora viene una metáfora!» Esta personalidad simulada no tiene que ser necesariamente cómica, como podría deducirse de los anteriores ejemplos. También podría haber quien decidiera hacer de hombre lobo o quien, como William S. Burroughs, quisiera adoptar el estilo muerto viviente. Si nos preguntamos cuál es el mérito de dichos escritores, de inmediato caemos en la cuenta de que son tan distintos que es imposible dar una única respuesta a esta pregunta. Algunos, como Evelyn Waugh, nos proporcionan el placer de olvidarnos temporalmente de nuestro código moral: abandonamos nuestra ecuanimidad y nuestra urbanidad y por un rato nos regodeamos oyendo echar pestes de personas e instituciones de las que también a nosotros, en nuestros momentos más pueriles, nos gusta mofarnos. Algunos, como Nabokov, ofrecen una visión seria y moral del mundo, pero 60
lo hacen con ironía y malicia, sin permitir que el menor atisbo de suavidad o indulgencia atenúe su devastador efecto. Y otros, como Donald Barthelme, simplemente se presentan como fenómenos de la naturaleza..., o ejemplos de literatura extraviada. Y la lista de posibilidades podría extenderse más aún. Lo que tales escritores tienen en común es su marcada idiosincrasia, la voluntad de buscar con despreocupación su propio camino en el laberíntico bosque de la pluralidad. A veces los escritores de este tipo niegan explícitamente, como William Gass, que por medio de la ficción literaria se pueda exponer algo más amplio que la mera visión individual. Sea como fuere, estos escritores presentan, en realidad, retratos o caricaturas del artista, y los juzgamos exactamente del mismo modo que a los cómicos de variedades, como Bill Cosby, o a los actores cómicos, como W.C. Fields, por la coherencia y la capacidad de observación que demuestran al presentar su personalidad escénica, sus preferencias, desavenencias, recuerdos, esperanzas y desmadradas opiniones. Hay otro tipo de planteamiento que requiere un tipo de perspicacia más elevada, que exige ser preciso de una forma, para mí, infinitamente más difícil. Me refiero al novelista capaz de meterse en la piel de sus personajes. En este caso, más que conocer a la perfección los propios tics y peculiaridades y aprender a presentarlos con gracia –y más que retratar a los demás como lo haría un agudo autor de epigramas o un malicioso cronista de sociedad–, el escritor tiene que aprender a salirse de sí mismo y a ver y sentir las cosas desde cualquier perspectiva, humana e inhumana. Tiene que ser capaz de dar a conocer de forma precisa y convincente cómo ve el mundo un niño, una joven, un asesino entrado en años o el gobernador de Utah. Tiene que aprender, por medio del examen minucioso de la ilusión en que se sume frente a la máquina de escribir, a distinguir las más leves diferencias en la manera de hablar y de sentir de los distintos personajes, con la misma imparcialidad y desapego que el propio Dios, reconociendo 61
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un personaje singular e interesante. Tiene que preparar su<br />
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desagradable que sea su auténtico objetivo–, consciente de<br />
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debe comprender y asumir, acompañándolo con una buena<br />
dosis de distanciamiento irónico, sus tics y rarezas, para así<br />
poder presentárnoslos por medio del arte, con intención, sin<br />
deslices que nos hagan sentirnos incómodos por él y nos<br />
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para sí Alfred Hithcock, mezcla de sadismo y displicencia y<br />
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en la forma en que se presentaba Nabokov tanto en sus<br />
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gansadas como la de interrumpirse a sí mismo para advertir:<br />
«¡Atención, que ahora viene una metáfora!» Esta personalidad<br />
simulada no tiene que <strong>ser</strong> necesariamente cómica, como<br />
podría deducirse de los anteriores ejemplos. También podría<br />
haber quien decidiera hacer de hombre lobo o quien, como<br />
William S. Burroughs, quisiera adoptar el estilo muerto<br />
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Si nos preguntamos cuál es el mérito de dichos escritores,<br />
de inmediato caemos en la cuenta de que son tan distintos<br />
que es imposible dar una única respuesta a esta pregunta.<br />
Algunos, como Evelyn Waugh, nos proporcionan el placer<br />
de olvidarnos temporalmente de nuestro código moral: abandonamos<br />
nuestra ecuanimidad y nuestra urbanidad y por un<br />
rato nos regodeamos oyendo echar pestes de personas e<br />
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