Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)

Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo) Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)

19.11.2014 Views

contexto, la situación, pero los costes de las producciones para televisión suelen ser incompatibles con esta preocupación por el contexto. No niego que la televisión tenga valor –al menos lo tiene como opiáceo–. Lo que pretendo decir es que la televisión no refleja la vida, y que el joven novelista que no se dé cuenta de esto no va por buen camino, aunque quizá no sea así si su verdadero objetivo es escribir para dicho medio. (En las películas rodadas para la televisión el margen artístico es mayor. Hasta cierto punto se pueden decir cosas interesantes porque el tiempo de ensayo y rodaje es mayor que en el caso de las series, aunque las presiones comerciales nunca desaparecen del todo. A quienes escriben por primera vez para la televisión se les dan instrucciones precisas acerca de cómo distribuir los momentos de intensidad dramática para que éstos den paso a los espacios comerciales.) El error del joven escritor que imita lo que ve en la televisión en lugar de lo que ve en la vida real es, en esencia, el mismo que el del joven escritor que imita a otro anterior a él. Puede parecer más prestigioso imitar a James Joyce o a Walker Percy que Todo queda en familia; pero a las imitaciones literarias les falta lo que se espera de toda buena literatura: la visión propia del autor. Esto no quiere decir que la imitación no sea un recurso útil en el aprendizaje. Hay profesores que la recomiendan en ese aspecto, y en el siglo XVIII se consideraba el medio idóneo para aprender a escribir. Como he dicho antes, se puede aprender mucho mecanografiando palabra por palabra una obra de algún gran escritor: es una forma de leer con mucho detenimiento. Y se puede aprender mucho estudiando a un escritor al que se admira y trasladando todo lo que dice a la propia manera de ver las cosas. Pero por regla general, cuanto más exhaustivamente se analiza a un escritor, más claro se ve que la forma de escribir de éste nunca podrá ser 56

la propia. Ábrase una novela de Faulkner y cópiense unos cuantos párrafos, pero cambiando las particularidades para que se correspondan con el mundo que uno conoce. Por ejemplo, el comienzo de El villorrio: Frenchman's Bend era un sector de rica tierra de aluvión, situado a veinte millas al sureste de Jefferson. Circundado por colinas y remoto, definido pero sin límites, había sido... Si tuviera que trasladar esto a algo que yo conozca, podría empezar: Putnam Settlement era un sector de terreno elevado y parduzco en un país monótono y atrasado, a seis millas al sur de Batavia... Ya me encuentro en apuros. La gente del oeste del estado de Nueva York no habla de «sectores»; debo sustituirlo por una palabra más apropiada y, exceptuando un término vago como «zona», no se me ocurre ninguna palabra que la gente que trato pudiera utilizar. Además, nadie relacionaría Putnam Settlement con Batavia ni con nigún otro sitio, en parte porque Putnam Settlement, como Batavia, no es realmente un «sitio», ni siquiera «definido pero sin límites». Faulkner aborda en la primera frase algo muy serio para quienes orgullosamente se proclaman sureños, es decir, el lugar de donde se procede, con todo lo que ello implica: historia, parentesco, identidad. Tal vez por no haber sufrido la humillación de perder una guerra civil, tal vez porque su cultura es más abierta a los extraños o tal vez por otras razones, los habitantes de la parte occidental del estado de Nueva York no tienen ese agudo sentido de pertenencia a determinado lugar que demuestran los sureños tradicionales. En mi tierra, un sitio se convierte en otro sin que apenas haya tiempo para darse cuenta. Los nombres de los sitios son antes puntos de orientación que 57

contexto, la situación, pero los costes de las producciones<br />

para televisión suelen <strong>ser</strong> incompatibles con esta preocupación<br />

por el contexto.<br />

No niego que la televisión tenga valor –al menos lo tiene<br />

como opiáceo–. Lo que pretendo decir es que la televisión no<br />

refleja la vida, y que el joven <strong>novelista</strong> que no se dé cuenta<br />

de esto no va por buen camino, aunque quizá no sea así si su<br />

verdadero objetivo es escribir para dicho medio. (En las<br />

películas rodadas para la televisión el margen artístico es<br />

mayor. Hasta cierto punto se pueden decir cosas interesantes<br />

porque el tiempo de ensayo y rodaje es mayor que en el caso<br />

de las <strong>ser</strong>ies, aunque las presiones comerciales nunca desaparecen<br />

del todo. A quienes escriben por primera vez para la<br />

televisión se les dan instrucciones precisas acerca de cómo<br />

distribuir los momentos de intensidad dramática para que<br />

éstos den paso a los espacios comerciales.) El error del joven<br />

escritor que imita lo que ve en la televisión en lugar de lo que<br />

ve en la vida real es, en esencia, el mismo que el del joven<br />

escritor que imita a otro anterior a él. Puede parecer más<br />

prestigioso imitar a James Joyce o a Walker Percy que Todo<br />

queda en familia; pero a las imitaciones literarias les falta lo<br />

que se espera de toda buena literatura: la visión propia del<br />

autor.<br />

Esto no quiere decir que la imitación no sea un recurso<br />

útil en el aprendizaje. Hay profesores que la recomiendan en<br />

ese aspecto, y en el siglo XVIII se consideraba el medio<br />

idóneo para aprender a escribir. Como he dicho antes, se<br />

puede aprender mucho mecanografiando palabra por palabra<br />

una obra de algún gran escritor: es una forma de leer con<br />

mucho detenimiento. Y se puede aprender mucho estudiando<br />

a un escritor al que se admira y trasladando todo lo que dice<br />

a la propia manera de ver las cosas. Pero por regla general,<br />

cuanto más exhaustivamente se analiza a un escritor, más<br />

claro se ve que la forma de escribir de éste nunca podrá <strong>ser</strong><br />

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