Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)

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19.11.2014 Views

más importante a destacar aquí, es que en la visión de Rhodes no hay nada de prestado: todo lo que ofrece procede de su experiencia y no de Faulkner o, por decir algo, de Kojak. El escritor poco prometedor carece de visión propia de las cosas. En cierta ocasión asistí en calidad de invitado a una clase de literatura creativa para estudiantes graduados, en la que el profesor empleaba el psicodrama como método de trabajo. Mientras tres alumnos llevaban a cabo el psicodrama asignado, el resto de la clase tenía que describir en un ejercicio escrito lo que veía. A los primeros se les pedía que representaran a una psicóloga, a una madre afligida y a su hijo, un chico problemático, fumador de hierba y pasota. La madre y su hijo llegan y aquélla le explica el problema a la psicóloga; entretanto, el chico apoya los pies en la mesa de la terapeuta y sólo si se le obliga se defiende de los reproches que recibe por su forma de comportarse en casa. Una de las cosas más interesantes que ocurrieron en aquel psicodrama fue que la alumna que interpretaba a la psicóloga, al intentar que el hijo se explicara, le tendía repetidamente las manos y a continuación las movía alternativamente hacia sí como un marinero cobrando un cabo, diciéndole gestualmente: «¡Venga, vamos! ¿Qué tienes que decir?», a lo que el hijo respondía con un hosco silencio. Cuando el ejercicio hubo terminado y se leyeron las descripciones de los alumnos, noté que ninguno se había fijado en el peculiar movimiento de la psicóloga. Se habían fijado en la actitud hostil del hijo al poner los pies sobre la mesa, en el nerviosismo con que fumaba la madre, en la insistencia con que el hijo se pasaba la mano por el pelo desgreñado: en todo lo que habían visto muchas veces en la televisión. Buena parte de los diálogos que aparecen en lo que escriben los estudiantes, así como de los argumentos y de los movimientos de los personajes, incluso de los escenarios, no procede de la propia vida sino de la vida filtrada a través de 54

la televisión. Muchos estudiantes de literatura parecen incapaces de relatar los momentos más importantes de sus vidas –la muerte de su padre, el primer desengaño amoroso– sin circunscribirse a los moldes y fórmulas de la televisión. Y la diferencia se nota enseguida porque lo que aparece en la televisión, por necesidad –por imperativos comerciales–, se aleja mucho de la realidad. Las tarifas de exhibición de la TV son elevadísimas, aunque menos en el caso de las películas y series que en el de los anuncios. Los costes varían, cierto –claro que siempre en sentido ascendente–, pero la última vez que trabajé en algo destinado a la TV, hace unos años, no era raro que fueran de cien mil dólares el minuto. Cuando se rueda una serie de trece capítulos, siempre se intenta quedar por debajo del presupuesto. Se instalan los focos, las cámaras y demás en determinados exteriores –el cruce de Hollywood y Vine o el de Lexington y la Cincuenta y Tres–, y a los actores se les marcan los pasos que han de dar y se les entrega una hoja de papel rosado con cosas como: «¿A Walter? No, no lo he visto. ¡Lo juro!», o bien: "¡Michael! ¿Otra vez?» (A veces estas intervenciones van acompañadas de alguna indicación: enfadado o con desgana, o mintiendo de manera evidente.) Se rueda la escena, los actores se retiran al camión de vestuario para cambiarse y cuando vuelven (puede que no sean exactamente los mismos que en la escena anterior) se les entregan otras hojas y se rueda una segunda escena que en la serie aparecerá en un episodio completamente distinto de aquél al que pertenecía la anterior. Y ello se debe a que hay que sacarle la máxima rentabilidad a cada emplazamiento. En esta clase de rodajes únicamente el director –y a veces ni siquiera éste– sabe de qué trata la historia. Por esta razón, en las series de televisión corrientes no puede haber auténticos parlamentos. Cualquier buen actor es capaz de decir con convicción: «¿A Walter? No, no lo he visto»; pero si tiene una intervención larga y difícil, que requiera verdadera intención, lo más probable es que quiera saber cuál es el 55

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se explicara, le tendía repetidamente las manos y a continuación<br />

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¿Qué tienes que decir?», a lo que el hijo respondía con un<br />

hosco silencio. Cuando el ejercicio hubo terminado y se<br />

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sobre la mesa, en el nerviosismo con que fumaba la madre,<br />

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