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Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)

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supuestamente <strong>ser</strong>ia de los «<strong>novelista</strong>s que llaman las cosas<br />

por su nombre», conscientes de que para estar a la última hay<br />

que considerarlo todo una mierda, quizá consiga publicar si<br />

trabaja mucho, pero tiene pocas probabilidades de llegar a <strong>ser</strong><br />

un artista. Claro que eso puede que no le preocupe demasiado.<br />

Los escritores comerciales a veces consiguen triunfar e<br />

incluso <strong>ser</strong> admirados. Pero según yo lo veo, son de escaso<br />

valor para la humanidad.<br />

Tanto el estilo optimista como el antioptimista limitan al<br />

escritor de la misma forma: llevándole a no aprovechar la<br />

experiencia y a simplificarla, y a apartarle de todos menos de<br />

quienes piensan como él. El lenguaje marxista puede producir<br />

los mismos efectos, o la jerga de los indigentes o la informática<br />

(input –«energía absorbida»–), o las trilladas metáforas<br />

del mundo legal y empresarial (where the cheese starts to<br />

bind – «donde el queso empieza a cuajar»–). Si uno se tropieza<br />

con un alumno cuyos puntos de vista y cuya seguridad<br />

emocional dependen de su adhesión a determinado estilo de<br />

lenguaje, tiene motivos para preocuparse.<br />

Sin embargo, esta rigidez lingüística de la que hemos<br />

hablado tampoco es señal segura de fracaso. Si bien es<br />

cierto que puede haber escritores primerizos cuya pobreza de<br />

lenguaje sea irremediable, también los hay que, sin causar<br />

mejor impresión al principio, una vez comprendido el problema<br />

consiguen solucionarlo a fuerza de trabajo. Lo que<br />

el escritor debe hacer para regenerarse es superar ese mal<br />

gusto adquirido, analizar las diferencias y semejanzas que<br />

hay entre sus hábitos lingüísticos y los de otras personas y<br />

aprender a distinguir las relativas virtudes (y limitaciones)<br />

de otros estilos. Una manera de hacerlo es trabajando<br />

estrechamente con un profesor que tenga sensibilidad para<br />

el lenguaje, pero no sólo para el «buen» lenguaje (bueno<br />

en el sentido de «formal»), sino para el lenguaje vívido y<br />

expresivo. O también, analizando las palabras, las oraciones,<br />

la estructura y el ritmo de la frases; leyendo libros de<br />

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