Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)

Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo) Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)

19.11.2014 Views

que elige que la simbólica secretaria que nos presenta sentada detrás de su mesa. Es cierto que uno de los placeres que proporcionan los buenos libros es el de poder admirar el dominio del lenguaje que demuestran sus autores. Pero la deslumbrante poesía con que se expresa Mercutio en el famoso pasaje de la Reina Mab no es la misma con que se expresa Hamlet, ni la que emplea el padrastro de éste, el homicida Claudio, que lo hace en monótonos pentámetros. Shakespeare, como todos los grandes escritores, adecua el lenguaje a quien habla y a la ocasión. Tanto Hamlet como Mercutio son personajes en cierto sentido desequilibrados, pero su desequilibrio es de distinta índole y eso se refleja en el lenguaje. La locura de Mercutio es fantasiosa y fantasmal; la de Hamlet es la locura de la ironía enferma y del constreñimiento. *** Mercutio grita y hace aspavientos mientras acumula metáfora tras metáfora; Hamlet, en su neurótica mezquindad, es tan sutil que sus enemigos no se suelen dar cuenta de que les ha insultado. Por ejemplo, cuando su padrastro le pide que se conforme, que sea razonable, que deje de llevar luto y de andar a vueltas con la muerte de su padre, que se comporte como es debido, Hamlet contesta: «I'll serve you in my best» –«os serviré con mi mejor intención»–; pero el sentido medieval de «in my best» es «de negro», en otras palabras, vestido de luto. Con la malicia del neurótico hostil está diciendo al mismo tiempo «haré lo que decís» y «os desafío». En la obra de Shakespeare, el lenguaje brillante nunca es gratuito, está siempre al servicio del personaje y de la acción. Por espléndido que sea, nunca deja de estar subordinado a los personajes y a la trama. Si al escritor le preocupa más el lenguaje que otros elementos de la ficción literaria, si continuamente nos hace apartar la atención de la historia para atraerla hacia sí, lo llamamos «amanerado» y acabamos cansándonos de él. (Los editores listos se cansan de él enseguida y lo rechazan.) Si 38

tenemos la sensación de que el escritor pone en los personajes menos sentimiento del que debería, puesto que nos parece que éstos tienen auténtica humanidad, lo llamamos «frío». Si afecta sentimiento, o eso nos parece a nosotros –sobre todo si intenta provocar sentimientos por medios insinceros (por ejemplo, sustituyendo el lenguaje, la «retórica», por acontecimientos conmovedores)–, lo llamamos «sentimental». Así pues, una de las cosas que uno toma en consideración cuando se le pregunta si el joven escritor tiene lo que hace falta para llegar a ser un buen novelista es su sensibilidad para el lenguaje. Si es capaz de escribir de manera expresiva, aunque sólo sea a veces, y si su amor por el lenguaje no es tan exclusivo u obsesivo como para prevalecer por encima de todo lo demás, el joven escritor tiene posibilidades. Cuanto mayor sea su sensibilidad para el lenguaje y para conocer sus límites, más posibilidades tendrá. Y ciertamente grandes son las del escritor que tiene buen oído para el lenguaje y al que, además, le apasiona el material –personajes, acción, escenario– con que se construye la realidad ficticia. En tal caso puede llegar a convertirse en uno de esos virtuosos del estilo que, como Proust, el Henry James tardío o Faulkner, aúnan lo mejor de ambos aspectos. El escritor con menos posibilidades –ése a quien uno contesta en el acto: «No lo creo»– es aquél cuya sensibilidad para el lenguaje parece incorregiblemente pervertida. Su ejemplo más evidente es el del escritor que no consigue avanzar sin emplear frases como «con un gracioso parpadeo» o «los adorables gemelos», o «su risa franca, estentórea», expresiones trilladas producto de la emoción fingida de quien no siente nada en su vida cotidiana o le falta algo de lo que estar lo suficientemente convencido como para encontrar su propia manera de decirlo, y ha de recurrir a cosas como «reprimió un sollozo», «amable sonrisa oblicua», «enarcando una ceja con ese aire suyo tan peculiar», «sus anchos hom- 39

que elige que la simbólica secretaria que nos presenta sentada<br />

detrás de su mesa.<br />

Es cierto que uno de los placeres que proporcionan los<br />

buenos libros es el de poder admirar el dominio del lenguaje<br />

que demuestran sus autores. Pero la deslumbrante poesía<br />

con que se expresa Mercutio en el famoso pasaje de la Reina<br />

Mab no es la misma con que se expresa Hamlet, ni la que<br />

emplea el padrastro de éste, el homicida Claudio, que lo<br />

hace en monótonos pentámetros. Shakespeare, como todos<br />

los grandes escritores, adecua el lenguaje a quien habla y a<br />

la ocasión. Tanto Hamlet como Mercutio son personajes en<br />

cierto sentido desequilibrados, pero su desequilibrio es de<br />

distinta índole y eso se refleja en el lenguaje. La locura de<br />

Mercutio es fantasiosa y fantasmal; la de Hamlet es la locura<br />

de la ironía enferma y del constreñimiento. *** Mercutio<br />

grita<br />

y hace aspavientos mientras acumula metáfora tras metáfora;<br />

Hamlet, en su neurótica mezquindad, es tan sutil que sus<br />

enemigos no se suelen dar cuenta de que les ha insultado.<br />

Por ejemplo, cuando su padrastro le pide que se conforme,<br />

que sea razonable, que deje de llevar luto y de andar a<br />

vueltas con la muerte de su padre, que se comporte como<br />

es debido, Hamlet contesta: «I'll <strong>ser</strong>ve you in my best» –«os<br />

<strong>ser</strong>viré con mi mejor intención»–; pero el sentido medieval<br />

de «in my best» es «de negro», en otras palabras, vestido<br />

de luto. Con la malicia del neurótico hostil está diciendo al<br />

mismo tiempo «haré lo que decís» y «os desafío». En la<br />

obra de Shakespeare, el lenguaje brillante nunca es gratuito,<br />

está siempre al <strong>ser</strong>vicio del personaje y de la acción. Por<br />

espléndido que sea, nunca deja de estar subordinado a los<br />

personajes y a la trama.<br />

Si al escritor le preocupa más el lenguaje que otros<br />

elementos de la ficción literaria, si continuamente nos hace<br />

apartar la atención de la historia para atraerla hacia sí, lo<br />

llamamos «amanerado» y acabamos cansándonos de él. (Los<br />

editores listos se cansan de él enseguida y lo rechazan.) Si<br />

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