Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo) Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
que elige que la simbólica secretaria que nos presenta sentada detrás de su mesa. Es cierto que uno de los placeres que proporcionan los buenos libros es el de poder admirar el dominio del lenguaje que demuestran sus autores. Pero la deslumbrante poesía con que se expresa Mercutio en el famoso pasaje de la Reina Mab no es la misma con que se expresa Hamlet, ni la que emplea el padrastro de éste, el homicida Claudio, que lo hace en monótonos pentámetros. Shakespeare, como todos los grandes escritores, adecua el lenguaje a quien habla y a la ocasión. Tanto Hamlet como Mercutio son personajes en cierto sentido desequilibrados, pero su desequilibrio es de distinta índole y eso se refleja en el lenguaje. La locura de Mercutio es fantasiosa y fantasmal; la de Hamlet es la locura de la ironía enferma y del constreñimiento. *** Mercutio grita y hace aspavientos mientras acumula metáfora tras metáfora; Hamlet, en su neurótica mezquindad, es tan sutil que sus enemigos no se suelen dar cuenta de que les ha insultado. Por ejemplo, cuando su padrastro le pide que se conforme, que sea razonable, que deje de llevar luto y de andar a vueltas con la muerte de su padre, que se comporte como es debido, Hamlet contesta: «I'll serve you in my best» –«os serviré con mi mejor intención»–; pero el sentido medieval de «in my best» es «de negro», en otras palabras, vestido de luto. Con la malicia del neurótico hostil está diciendo al mismo tiempo «haré lo que decís» y «os desafío». En la obra de Shakespeare, el lenguaje brillante nunca es gratuito, está siempre al servicio del personaje y de la acción. Por espléndido que sea, nunca deja de estar subordinado a los personajes y a la trama. Si al escritor le preocupa más el lenguaje que otros elementos de la ficción literaria, si continuamente nos hace apartar la atención de la historia para atraerla hacia sí, lo llamamos «amanerado» y acabamos cansándonos de él. (Los editores listos se cansan de él enseguida y lo rechazan.) Si 38
tenemos la sensación de que el escritor pone en los personajes menos sentimiento del que debería, puesto que nos parece que éstos tienen auténtica humanidad, lo llamamos «frío». Si afecta sentimiento, o eso nos parece a nosotros –sobre todo si intenta provocar sentimientos por medios insinceros (por ejemplo, sustituyendo el lenguaje, la «retórica», por acontecimientos conmovedores)–, lo llamamos «sentimental». Así pues, una de las cosas que uno toma en consideración cuando se le pregunta si el joven escritor tiene lo que hace falta para llegar a ser un buen novelista es su sensibilidad para el lenguaje. Si es capaz de escribir de manera expresiva, aunque sólo sea a veces, y si su amor por el lenguaje no es tan exclusivo u obsesivo como para prevalecer por encima de todo lo demás, el joven escritor tiene posibilidades. Cuanto mayor sea su sensibilidad para el lenguaje y para conocer sus límites, más posibilidades tendrá. Y ciertamente grandes son las del escritor que tiene buen oído para el lenguaje y al que, además, le apasiona el material –personajes, acción, escenario– con que se construye la realidad ficticia. En tal caso puede llegar a convertirse en uno de esos virtuosos del estilo que, como Proust, el Henry James tardío o Faulkner, aúnan lo mejor de ambos aspectos. El escritor con menos posibilidades –ése a quien uno contesta en el acto: «No lo creo»– es aquél cuya sensibilidad para el lenguaje parece incorregiblemente pervertida. Su ejemplo más evidente es el del escritor que no consigue avanzar sin emplear frases como «con un gracioso parpadeo» o «los adorables gemelos», o «su risa franca, estentórea», expresiones trilladas producto de la emoción fingida de quien no siente nada en su vida cotidiana o le falta algo de lo que estar lo suficientemente convencido como para encontrar su propia manera de decirlo, y ha de recurrir a cosas como «reprimió un sollozo», «amable sonrisa oblicua», «enarcando una ceja con ese aire suyo tan peculiar», «sus anchos hom- 39
- Page 1 and 2: John Gardner PARA SER NOVELISTA ULT
- Page 3 and 4: Para todos mis alumnos
- Page 5 and 6: PROLOGO Hace mucho tiempo —era el
- Page 7 and 8: Me emocionaba asistir a las clases
- Page 9 and 10: evisión, la revisión interminable
- Page 11 and 12: No sé cómo sería Gardner con sus
- Page 13: daba y seguía dando aun cuando los
- Page 16 and 17: el futuro novelista tenga un conoci
- Page 18 and 19: de las preocupaciones del novelista
- Page 21 and 22: I LA NATURALEZA DEL ESCRITOR Casi t
- Page 23 and 24: están relacionados con las faculta
- Page 25 and 26: decrece al hablar de un personaje d
- Page 27 and 28: el lector deja de pensar en la señ
- Page 29 and 30: probable que al fanático de las pa
- Page 31: menos intuye que la inmensa mayorí
- Page 35 and 36: los mundos ficticios con el real. L
- Page 37 and 38: supuestamente seria de los «noveli
- Page 39 and 40: haciendo referencia tanto a los hom
- Page 41 and 42: escribiendo desde los ocho años, e
- Page 43 and 44: Huelga decir que, puesto que durant
- Page 45 and 46: con sus piececitos sólo a la vuelt
- Page 47 and 48: se esfuerzan por complacerla, que l
- Page 49 and 50: la televisión. Muchos estudiantes
- Page 51 and 52: la propia. Ábrase una novela de Fa
- Page 53 and 54: ya nadie habla ni piensa como los p
- Page 55 and 56: lo hacen con ironía y malicia, sin
- Page 57 and 58: cien por cien Piscis enfrentado a u
- Page 59 and 60: etc.) A medida que se van acumuland
- Page 61 and 62: que un gato; de una vena socarrona
- Page 63 and 64: dementes y charlatanes están por t
- Page 65 and 66: (sospecha uno) de pasar desapercibi
- Page 67 and 68: que la propia narración justifique
- Page 69 and 70: novela. El tema es como los pisos y
- Page 71 and 72: de que tenían más cerebro y mejor
- Page 73 and 74: escribir como Jane Austen o Grace P
- Page 75 and 76: horas al día sentado ante la máqu
- Page 77 and 78: historia, la hija es simplemente un
- Page 79 and 80: sin red. Y también es generoso en
- Page 81 and 82: complejidad de los personajes la en
que elige que la simbólica secretaria que nos presenta sentada<br />
detrás de su mesa.<br />
Es cierto que uno de los placeres que proporcionan los<br />
buenos libros es el de poder admirar el dominio del lenguaje<br />
que demuestran sus autores. Pero la deslumbrante poesía<br />
con que se expresa Mercutio en el famoso pasaje de la Reina<br />
Mab no es la misma con que se expresa Hamlet, ni la que<br />
emplea el padrastro de éste, el homicida Claudio, que lo<br />
hace en monótonos pentámetros. Shakespeare, como todos<br />
los grandes escritores, adecua el lenguaje a quien habla y a<br />
la ocasión. Tanto Hamlet como Mercutio son personajes en<br />
cierto sentido desequilibrados, pero su desequilibrio es de<br />
distinta índole y eso se refleja en el lenguaje. La locura de<br />
Mercutio es fantasiosa y fantasmal; la de Hamlet es la locura<br />
de la ironía enferma y del constreñimiento. *** Mercutio<br />
grita<br />
y hace aspavientos mientras acumula metáfora tras metáfora;<br />
Hamlet, en su neurótica mezquindad, es tan sutil que sus<br />
enemigos no se suelen dar cuenta de que les ha insultado.<br />
Por ejemplo, cuando su padrastro le pide que se conforme,<br />
que sea razonable, que deje de llevar luto y de andar a<br />
vueltas con la muerte de su padre, que se comporte como<br />
es debido, Hamlet contesta: «I'll <strong>ser</strong>ve you in my best» –«os<br />
<strong>ser</strong>viré con mi mejor intención»–; pero el sentido medieval<br />
de «in my best» es «de negro», en otras palabras, vestido<br />
de luto. Con la malicia del neurótico hostil está diciendo al<br />
mismo tiempo «haré lo que decís» y «os desafío». En la<br />
obra de Shakespeare, el lenguaje brillante nunca es gratuito,<br />
está siempre al <strong>ser</strong>vicio del personaje y de la acción. Por<br />
espléndido que sea, nunca deja de estar subordinado a los<br />
personajes y a la trama.<br />
Si al escritor le preocupa más el lenguaje que otros<br />
elementos de la ficción literaria, si continuamente nos hace<br />
apartar la atención de la historia para atraerla hacia sí, lo<br />
llamamos «amanerado» y acabamos cansándonos de él. (Los<br />
editores listos se cansan de él enseguida y lo rechazan.) Si<br />
38