Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
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transcripción fiel de la visión que dará lugar al episodio procede «de estrellas y de un alba gris»; la imagen que sigue, no obstante, se deriva del propio desarrollo de la novela. Durante toda la novela la luz viva del cielo de octubre se relaciona con la claridad mental y la conciencia de la proximidad de la muerte de quien se acerca al término de su periplo vital. El anciano Page ha sido un hombre seguro de sus opiniones, pero ahora, al comprender su culpa, al saberse un «hombre corriente», ni un héroe ni mucho menos un dios, su imagen mental del cielo no es noble a pesar de sus funestas connotaciones, sino obscena, contaminada: en la medida en que el cielo es heroico o divino, el cielo le maldice. (Esta imagen tiene también antecedentes históricos, naturalmente. Ethan Allen, agitador e incendiario, no era hombre de frases comedidas.) En cuanto a lo que viene a continuación, mientras observa atentamente al oso, Page se da cuenta de la índole de criatura del animal. Si es un Hércules –modelo épico de la voluntad de los cielos–, ya no recuerda el mensaje que tenía que transmitir; y, como la criatura mortal que se encuentra con lo sobrenatural, no consigue explicarse de dónde ha venido James Page. En las líneas que siguen, el oso aparece cada vez más como un ser natural, una criatura como James Page. Permítaseme dejar claro, en caso de que no lo esté, que mediante este análisis de cómo se gestó este pasaje no pretendo insinuar que todas estas sutilezas relativas a la transformación del lenguaje y de la idea sean cosas que el crítico agudo deba o pueda señalar. Muchas son particulares – por ejemplo, la rápida asociación de Fort Ticonderoga con el adjetivo «pétreo» aplicado a Allen– y otras, como la alusión a Hércules y al concepto homérico del modelo épico, son insignificantes con respecto al significado global de la novela. Sólo pretendo exponer que la elección de una palabra condiciona la de las siguientes, que el lenguaje influye de forma activa en el desarrollo de los acontecimientos. El 182
escritor no se atasca únicamente porque no consigue poner en palabras lo que imagina, es decir, porque no encuentra las más adecuadas para ello, sino también porque no es capaz de conciliarse con el fluir del lenguaje, de adaptar lo que quiere decir a lo que las palabras le sugieren que podría decir. Es como el escultor tan empeñado en conseguir lo que ha concebido mentalmente que no se deja llevar por la textura del mármol, por lo que ésta pueda sugerirle. ¿Qué tiene que hacer el escritor en este caso? Creo que la respuesta, dada la competencia de aquél en el terreno lingüístico, es: Tener fe. Primero, tiene que ser consciente de que el arte de escribir es muchísimo más difícil de lo que el principiante imagina, aunque cualquiera dispuesto a trabajar llegará a dominarlo finalmente. Para escribir bien hay que saber simultanear muchos procesos mentales que al principio deben abordarse de uno en uno, y para ello se ha de dividir el trabajo en el mayor número posible de apartados: un esbozo de lo que se pretende decir; un análisis riguroso de las palabras con que se ha dicho, para ver qué dicen o dejan de decir; y una reflexión encaminada a (a) conseguir que las palabras no digan lo que no se pretende que digan y a (b) sacar provecho de lo que dicen sin que uno lo haya pretendido. Y segundo, debe confiar en que lo que da resultado en otro tipo de actividades también lo dará en la de escribir. Para aprender a ir en bicicleta, hay que aprender antes a conducir el vehículo, a mantener el equilibrio, a pedalear y a parar sin caerse, procesos todos ellos en los que hay que concentrarse por separado y que al final se unifican. ¿De dónde puede sacar el escritor la fe que necesita? Por un lado, como ya hemos visto, del apoyo de quienes le rodean. Si sus amigos no dejan de alentarle, al escritor le resulta mucho más fácil abandonarse a la imaginación y soportar la fatigosa tarea de aprender a dominar la lengua y a escucharla. Y por otro, del desinteresado amor que siente por su arte, del 183
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procede «de estrellas y de un alba gris»; la imagen que sigue,<br />
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Durante toda la novela la luz viva del cielo de octubre se<br />
relaciona con la claridad mental y la conciencia de la proximidad<br />
de la muerte de quien se acerca al término de su periplo<br />
vital. El anciano Page ha sido un hombre seguro de sus<br />
opiniones, pero ahora, al comprender su culpa, al saberse un<br />
«hombre corriente», ni un héroe ni mucho menos un dios, su<br />
imagen mental del cielo no es noble a pesar de sus funestas<br />
connotaciones, sino obscena, contaminada: en la medida en<br />
que el cielo es heroico o divino, el cielo le maldice. (Esta<br />
imagen tiene también antecedentes históricos, naturalmente.<br />
Ethan Allen, agitador e incendiario, no era hombre de frases<br />
comedidas.) En cuanto a lo que viene a continuación, mientras<br />
ob<strong>ser</strong>va atentamente al oso, Page se da cuenta de la índole de<br />
criatura del animal. Si es un Hércules –modelo épico de la<br />
voluntad de los cielos–, ya no recuerda el mensaje que tenía<br />
que transmitir; y, como la criatura mortal que se encuentra<br />
con lo sobrenatural, no consigue explicarse de dónde ha<br />
venido James Page. En las líneas que siguen, el oso aparece<br />
cada vez más como un <strong>ser</strong> natural, una criatura como James<br />
Page.<br />
Permítaseme dejar claro, en caso de que no lo esté, que<br />
mediante este análisis de cómo se gestó este pasaje no<br />
pretendo insinuar que todas estas sutilezas relativas a la<br />
transformación del lenguaje y de la idea sean cosas que el<br />
crítico agudo deba o pueda señalar. Muchas son particulares<br />
– por ejemplo, la rápida asociación de Fort Ticonderoga con<br />
el adjetivo «pétreo» aplicado a Allen– y otras, como la alusión<br />
a Hércules y al concepto homérico del modelo épico, son<br />
insignificantes con respecto al significado global de la novela.<br />
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