Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
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de <strong>ser</strong>piente de dos cabezas de mujer») que destruyen toda la<br />
trascendencia que pueda tener determinado momento, que<br />
desdibujan el significado de lo que se pretende decir y ante<br />
los cuales el escritor se siente estúpido, hipócrita o pretencioso.<br />
El escritor apunta lo que ve en su mente y cuando lee las<br />
palabras que tan cuidadosamente ha elegido, se sonroja como<br />
quien se siente traicionado, como aquél a quien intencionadamente<br />
se interpreta mal. O lo que ha escrito dice exactamente<br />
lo que él pretendía, pero tan esmeradamente que el<br />
escritor se ve a sí mismo remilgado y falto de naturalidad.<br />
El problema no es que el escritor no consiga arrancar a<br />
imaginar. Si así fuera, no habría escrito nada. El problema es<br />
que una vez que ha escrito parte de lo imaginado, de pronto<br />
comienza a amedrentarse, a dudar. La parte soñadora del<br />
escritor es angélica: es su eterno espíritu infantil, el <strong>ser</strong><br />
fantaseador que existe (o parece existir) fuera del tiempo.<br />
Pero la que maneja los mecanismos, la que escribe a máquina<br />
o con pluma o bolígrafo, la que elige una palabra y no otra,<br />
es humana, falible, expuesta a la ansiedad y a la vergüenza.<br />
Y cuando se ha cometido falta tras falta, la bestia que el<br />
escritor lleva dentro comienza a sudar y a rechinar los dientes,<br />
y anhela que el ángel redentor la libere una vez más, pero se<br />
siente indigna, cohibida en presencia de lo sagrado, y<br />
temerosa de las alturas.<br />
En todo lo que he dicho hasta ahora el lenguaje aparece<br />
como un medio rebelde y pasivo, como la indiferente arcilla<br />
a la que hay que dar forma de figura o el plomo en el que<br />
hay que estampar una imagen. En realidad, el lenguaje<br />
desempeña un papel mucho más activo en el proceso de<br />
creación literaria. No hay duda de que a veces es cierto que<br />
el escritor intuye lo que quiere decir y, tras un forcejeo,<br />
encuentra las palabras justas para expresar eso que él sabía<br />
que estaba aguardando a <strong>ser</strong> expresado. Pues bien, con la<br />
misma frecuencia –y, probablemente, con más– el lenguaje<br />
arrastra al escritor hasta hacerle dar con significados total-<br />
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