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Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)

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se distrae porque no domina las teclas y, si la máquina es<br />

eléctrica, le impacienta el fastidioso zumbido que emite. Sabe<br />

que si alguna vez llega a escribir bien a máquina, irá más<br />

rápido, pero de momento le parece que es incapaz de escribir<br />

nada. Por fin arranca la hoja de papel, la estruja y la tira a la<br />

papelera, y decide intentarlo con una pluma. Comienza a<br />

entrar en situación –comienza a ver personas que hacen lo<br />

que él pretende que hagan, que se meten en dificultades, tal<br />

como lo exige la idea que tiene de la historia– y entonces,<br />

cuando mira lo que ha escrito, para ver si «cogiendo carrerilla»<br />

puede superar el sitio en que se ha quedado atascado, se<br />

da cuenta de que la tinta se ha corrido. Procura no hacer caso<br />

y vuelve a su sueño, pero el borrón le sigue incordiando. Por<br />

fin copia en limpio lo que había escrito y vuelve a leerlo desde<br />

el principio en un intento de zambullirse otra vez en el sueño,<br />

para que cuando llegue al punto donde le falla la imaginación,<br />

la propia inercia de aquél haga que siga desarrollándose y<br />

él pueda «ver» lo que los personajes tienen que hacer a<br />

continuación.<br />

Lo malo, descubre nuestro amigo, es que la escritura, como<br />

el habla, está llena de gestos. Normalmente no reparamos en<br />

ello, a menos que se nos haya ocurrido analizarlo alguna vez.<br />

Y, sin embargo, así es: del mismo modo que al hablar damos<br />

consciente o inconscientemente indicios de lo que sentimos,<br />

frunciendo el labio o desviando la mirada evasivamente, nuestra<br />

letra emite continuamente señales de nuestra felicidad,<br />

incertidumbre, fatiga o secreta insinceridad. Cuando leemos lo<br />

que hemos escrito no lo sabemos, pero nos sorprendemos a<br />

nosotros mismos fijándonos en la caligrafía y ésta comienza a<br />

erguirse como un muro entre nosotros y el sueño del que<br />

extraemos la narración. No vemos un perro hurgando en los<br />

cubos de basura, sino palabras sueltas: Había un perro.<br />

No sé si alguien que haya escrito desde muy joven, aparte<br />

de mí, ha pasado por el trance que le he atribuido (quizá no,<br />

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