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Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)

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extraño, aunque sólo haya sido por unos instantes. Leyendo<br />

lo que escriben los alumnos se nota enseguida dónde entra<br />

en acción esta fuerza y dónde cesa, dónde han escrito con<br />

«inspiración» y dónde han tenido que avanzar a fuerza de<br />

mero intelecto. Se pueden escribir novelas enteras sin llegar<br />

ni una sola vez al misterioso centro de las cosas, a la cámara<br />

secreta por donde vagan los sueños. Es fácil idear los<br />

personajes, la trama y el ambiente y luego ir rellenando como<br />

si se tratara de colorear una lámina numerada. Pero casi<br />

cualquier relato o novela tiene siquiera unos momentos de<br />

autenticidad, el ademán exacto de un personaje o una metáfora<br />

sorprendentemente adecuada, un breve pasaje que describe<br />

el papel pintado de la pared o el movimiento de un gato,<br />

un pasaje que reluce o palpita más que ningún otro, un<br />

momento que, como decimos los escritores, «cobra vida». Y<br />

es precisamente esto, el ver que algo que uno ha escrito cobra<br />

vida –no metafórica sino literalmente, un personaje o un<br />

episodio que como un espíritu entra en el mundo por obra de<br />

su propio y extraño poder, de tal modo que el escritor se siente<br />

no su creador sino meramente el instrumento que hace posible<br />

su aparición, el mago, el sacerdote que ha dado por casualidad<br />

con la fórmula mágica–, es esta sensación de haber alcanzado<br />

cierto principio mágico lo que convierte al escritor en un<br />

adicto capaz de renunciar a casi todo por su arte y en un <strong>ser</strong><br />

tan desgraciado si fracasa.<br />

Al principio, este veneno o este ungüento milagroso<br />

–puede <strong>ser</strong> ambas cosas– se da en pequeñas dosis. Lo que<br />

suele ocurrirles a los jóvenes escritores es que mientras hacen<br />

el primer borrador les parece que todo lo que escriben tiene<br />

vida y es interesantísimo, pero cuando lo vuelven a leer al<br />

día siguiente lo encuentran insulso y sin alma. Pero entonces<br />

se les presenta un breve instante cualitativamente distinto de<br />

los otros: una pequeña dosis de lo genuino. Cuanto más<br />

numerosos son estos momentos, mayor es la adicción que<br />

provocan. El instante mágico, atención, no tiene nada que ver<br />

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