Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
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vería de otro modo. Para conseguir que los alumnos vean claramente sus errores, el escritor-profesor no tiene más remedio que trabajar de forma absolutamente consciente, intelectual. Todo escritor, llegado cierto momento, tiene que pasar por un período analítico, pero con el tiempo ha de ir incorporando a su ser las soluciones que adopta, que son características de él. Y así, cuando haya de afrontar algún problema en la novela que esté escribiendo, no tendrá que correr a consultar sus conocimientos literarios sino que intuirá el camino que lleva a la solución; en lugar de abandonar el sueño en que se sume, para poder examinar lo que está haciendo, resuelve el problema adentrándose aún más en dicho sueño. Para el profesor de literatura creativa, tener que recurrir continuamente al análisis intelectual puede resultar castrante. También se le pueden presentar otros problemas. Sus sucesivos encuentros con alumnos de talento pueden llevar al profesor a imponerse consciente o inconscientemente tareas cada vez más difíciles, a distanciarse del trabajo de sus mejores alumnos por querer hacer alardes de ingenio y de sutileza que quedan fuera del alcance de éstos. Se amanera, se vuelve preciosista. Y puesto que tiene obligación de iniciar a sus alumnos en todas las posibilidades de la ficción contemporánea, para que no escriban todos igual, como si Donald Barthelme fuera el único escritor que hubiera existido (o Hemingway o Salinger o quienquiera que influya más en determinada clase), el profesor puede llegar a dejarse influir indebidamente por otros escritores de su tiempo o a preocuparse excesivamente por la teoría. Sin duda hay profesores a quienes esto no les ocurre nunca, pero es una de las quejas que más frecuentemente se oyen. Lo que el escritor carente de independencia económica tiene que buscar es un trabajo que no le exija excesiva dedicación ni esfuerzo, que sea compatible con su principal interés. Un puesto de cartero en un zona rural, por ejemplo, 162
es perfecto (se puede salir a repartir al mediodía). Y por el bien de su arte, tiene que aprender a vivir dentro de los límites que le marca la singular existencia que lleva. Si el escritor ansía poseer todo lo que ve en la televisión, más le vale renunciar y tomarse en serio lo de ganar dinero, y si no, que deje la televisión para los pobres de espíritu. La manera más fácil de huir del efecto debilitador de una cultura que entroniza la competitividad y el consumismo es abandonarla, irse a vivir a México, a Portugal o a Creta. Y esto es exactamente lo que hacen muchos escritores, pero el precio que hay que pagar para poder vivir con menos dinero puede ser mayor de lo que en principio se cree. Además, abandonando la propia cultura puede quedarse uno sin tema para escribir. La expatriación puede dar resultado en el caso del fabulista, del escritor no realista. Pero ha habido muchos casos de escritores que habiendo abandonado lo que mejor conocían –la cultura de la que provenían–, se han encontrado posteriormente con que también habían dejado atrás el manantial de su arte. Así, el novelista inglés Arnold Bennett, cuando dejó su hogar rural por la vida mundana de Londres, se dio cuenta de que su calidad como escritor había descendido notablemente. Y se podrían citar muchos otros ejemplos como éste. Claro que también hay escritores que medran con el trasplante. Leslie Fiedler afirma que, para él, Missoula, Montana, fue durante veinte años el mejor sitio para vivir, porque las diferencias entre Missoula y Nueva York le estimulaban la imaginación; además, las noches eran largas y no podía hacer gran cosa aparte de escribir. El choque con una cultura ajena también fue beneficioso para Malcolm Lowry, Graham Greene y Henry James, por no hablar de Dante. Pero el riesgo existe y hay que estar prevenido. Muchos escritores consideran que les perjudica tener que vivir –generalmente, por haber obtenido una plaza de profesor– en sitios radicalmente distintos de su lugar de origen (los oriundos de Nueva Inglaterra en el sur de California, los 163
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vería de otro modo. <strong>Para</strong> conseguir que los alumnos vean<br />
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pasar por un período analítico, pero con el tiempo ha de ir<br />
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características de él. Y así, cuando haya de afrontar algún<br />
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correr a consultar sus conocimientos literarios sino que intuirá<br />
el camino que lleva a la solución; en lugar de abandonar el<br />
sueño en que se sume, para poder examinar lo que está<br />
haciendo, resuelve el problema adentrándose aún más en<br />
dicho sueño. <strong>Para</strong> el profesor de literatura creativa, tener que<br />
recurrir continuamente al análisis intelectual puede resultar<br />
castrante.<br />
También se le pueden presentar otros problemas. Sus<br />
sucesivos encuentros con alumnos de talento pueden llevar<br />
al profesor a imponerse consciente o inconscientemente<br />
tareas cada vez más difíciles, a distanciarse del trabajo de sus<br />
mejores alumnos por querer hacer alardes de ingenio y de<br />
sutileza que quedan fuera del alcance de éstos. Se amanera,<br />
se vuelve preciosista. Y puesto que tiene obligación de iniciar<br />
a sus alumnos en todas las posibilidades de la ficción contemporánea,<br />
para que no escriban todos igual, como si Donald<br />
Barthelme fuera el único escritor que hubiera existido (o<br />
Hemingway o Salinger o quienquiera que influya más en<br />
determinada clase), el profesor puede llegar a dejarse influir<br />
indebidamente por otros escritores de su tiempo o a preocuparse<br />
excesivamente por la teoría. Sin duda hay profesores a<br />
quienes esto no les ocurre nunca, pero es una de las quejas<br />
que más frecuentemente se oyen.<br />
Lo que el escritor carente de independencia económica<br />
tiene que buscar es un trabajo que no le exija excesiva<br />
dedicación ni esfuerzo, que sea compatible con su principal<br />
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