Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
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méritos del escritor, y los miembros del jurado tienen amigos cuya obra, gracias a la amistad, brilla más de lo que brillaría normalmente. El escritor sin amigos puede encontrarse en desventaja. O quizá a los miembros del jurado les guste especialmente determinado tipo de novela, con lo que, aun reconociendo la talla de determinado aspirante, le conceden el dinero a otro. Si el joven escritor tiene oportunidad de conseguir que alguien con dinero le respalde, debería tragarse el orgullo y aceptar. Para ponerse en contacto con organizaciones que pueden ayudar al joven novelista, informarle sobre dónde hay buenos profesores y sobre concesión de becas, etcétera, se puede llamar o telefonear a Poets & Writers, 201 West 54th Street, New York, N.Y. 10019 (teléfono [212] 757-1766). La revista que publica Poets & Writers, Coda, contiene abundante información sobre premios, becas y todo tipo de ayudas al escritor a través de instituciones culturales y fundaciones. Lo más probable, de todos modos, es que el escritor tenga que buscarse un trabajo. Casi todos los trabajos de jornada completa son difíciles de compaginar con la escritura, incluso el de oficina, en el que casi no hay nada que hacer. Yo, particularmente, no puedo trabajar con gente alrededor; necesito soledad, tanto por motivos de concentración como para poder gesticular, moverme y hablar entre dientes libremente, cosa que me suele ser indispensable para conseguir que un episodio me salga como quiero. Tampoco puedo trabajar en una novela si no tengo largos ratos para escribir –lo ideal para mí son quince horas sin parar–. Se puede uno volver loco tratando de escribir sin perder el hilo de una novela de quinientas páginas. Hay quien, con la esperanza de resolver tales problemas, se hace vigilante de incendios forestales y pasa el día sentado en su atalaya, observando a ratos el horizonte. En teoría, dicha situación tendría que ser ideal, pero en la práctica no es así, porque la radio de onda corta ha de estar siempre encendida y no calla nunca. Los empleos 160
de vigilante nocturno o portero de noche tampoco son mejores, e intentar ganarse la vida enseñando en un instituto es mucho peor –no hay nada más agotador, incluso para quienes no tienen excesivo sentido de la responsabilidad–. El periodismo quizá constituya una alternativa mejor, pero también puede influir negativamente en la prosa y la sensibilidad del novelista. Uno de los trabajos por el que más se inclinan recientemente los escritores es el de enseñar en la universidad. Los profesores de universidad no trabajan en verano e incluso en invierno deben de tener más tiempo libre para escribir que nadie excepto el vagabundo recalcitrante. Se dan, pongamos, tres clases, cada una de tres horas a la semana, se dedican varias horas a consultas que quieran hacer los alumnos (con suerte se pueden reunir en un sólo día de la semana todas las entrevistas), unas cuantas a preparar las clases (si se es extraordinariamente escrupuloso), y el resto del tiempo queda a disposición de uno. Para quien tenga el temperamento adecuado, enseñar en la universidad puede ser una solución excelente. Lo malo es que cada vez quedan menos plazas. De las carreras de letras salen más escritores con intenciones de ganarse la vida enseñando que puestos de trabajo hay. De todos modos, quizá no haya que desanimarse por ello. Para el alumno destacado sigue habiendo sitio. Con las recomendaciones de sus profesores y su lista de libros publicados, de ficción o de la rama académica que haya elegido, tal vez consiga abrir puertas que para otros están herméticamente cerradas. Y para los demás, quien haya obtenido un doctorado en cualquier rama bien considerada –literatura inglesa, por ejemplo, o incluso filosofía– tiene las puertas abiertas en ámbitos como la Administración, la publicidad o los negocios. El escritor que vive de enseñar literatura creativa, sin embargo, corre el riesgo de que su trabajo llegue a perjudicar su arte. El trato continuo con escritores principiantes le obliga a resolver analíticamente problemas que normalmente resol- 161
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e intentar ganarse la vida enseñando en un instituto es<br />
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no tienen excesivo sentido de la responsabilidad–. El periodismo<br />
quizá constituya una alternativa mejor, pero también<br />
puede influir negativamente en la prosa y la sensibilidad del<br />
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Uno de los trabajos por el que más se inclinan recientemente<br />
los escritores es el de enseñar en la universidad. Los<br />
profesores de universidad no trabajan en verano e incluso en<br />
invierno deben de tener más tiempo libre para escribir que<br />
nadie excepto el vagabundo recalcitrante. Se dan, pongamos,<br />
tres clases, cada una de tres horas a la semana, se dedican<br />
varias horas a consultas que quieran hacer los alumnos (con<br />
suerte se pueden reunir en un sólo día de la semana todas las<br />
entrevistas), unas cuantas a preparar las clases (si se es<br />
extraordinariamente escrupuloso), y el resto del tiempo queda<br />
a disposición de uno. <strong>Para</strong> quien tenga el temperamento<br />
adecuado, enseñar en la universidad puede <strong>ser</strong> una solución<br />
excelente. Lo malo es que cada vez quedan menos plazas. De<br />
las carreras de letras salen más escritores con intenciones de<br />
ganarse la vida enseñando que puestos de trabajo hay. De<br />
todos modos, quizá no haya que desanimarse por ello. <strong>Para</strong><br />
el alumno destacado sigue habiendo sitio. Con las recomendaciones<br />
de sus profesores y su lista de libros publicados, de<br />
ficción o de la rama académica que haya elegido, tal vez<br />
consiga abrir puertas que para otros están herméticamente<br />
cerradas. Y para los demás, quien haya obtenido un doctorado<br />
en cualquier rama bien considerada –literatura inglesa, por<br />
ejemplo, o incluso filosofía– tiene las puertas abiertas en<br />
ámbitos como la Administración, la publicidad o los negocios.<br />
El escritor que vive de enseñar literatura creativa, sin<br />
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