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Diálogo intercultural - Ediciones Universitarias

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Fue mi primer contacto realmente emocional con el mundo de la<br />

pintura. Pasó el tiempo y, un día, en San Juan de Letrán, entré a un<br />

negocio que vendía materiales de artista, lugar que me encantaba<br />

sobre todo por los juegos de lápices de colores y por la manera<br />

en que los acomodaban como en un arco iris. Estuve platicando<br />

con el empleado, porque ni él ni yo teníamos nada qué hacer ni<br />

a dónde ir, y terminé pidiéndole que me recomendara algunos<br />

materiales, lo cual hizo. Me vendió unos pinceles y unos cartones,<br />

y con ellos empecé a jugar. Nunca fui a una escuela de arte.<br />

¿En qué año empezó usted a pintar?<br />

Lo que le puedo decir, con plena precisión es que fue en 1956<br />

cuando sobrevino el relámpago de la pintura que cambió mi<br />

destino. Pertenezco a la primera generación que egresó de la<br />

UNAM en Ciudad Universitaria, y ahí me ocurrió una cosa muy<br />

importante que nunca le podré pagar a la universidad. Había en<br />

la Escuela de Comercio un muro flotante, un bastidor que dividía<br />

el gran hall de entrada con un auditorio, una especie de marco<br />

de acero cubierto con cemento, de unos treinta metros cuadrados,<br />

y como yo ya estaba pintando, un día que vi al director de la<br />

Escuela, me le acerqué y le dije: “Maestro, ¿qué oportunidad hay<br />

de que me deje pintar ahí un mural?” Él me miró y me preguntó<br />

con ironía: “¿Tú sabes quiénes son los artistas que han pintado en<br />

Ciudad Universitaria?” “Pues sí —le dije—, me sé los nombres<br />

de algunos”. Y nos reímos los dos. Yo por mi insolencia y él por<br />

La gruta encantada, 1999.<br />

Cuarteto de cuerdas,<br />

2003.<br />

su sarcasmo. Sin embargo me dijo: “Tráeme un proyecto y yo lo<br />

mando a quien corresponda y te aviso”. Con todo el pesimismo<br />

del mundo, le llevé un cuadro y se lo dejé en su oficina. Tres meses<br />

después me dijo: “Ya aceptaron tu proyecto, puedes empezar a<br />

pintar mañana”. Yo todavía pensaba que se trataba de una broma.<br />

“No es broma —me dijo—. Es en serio”.<br />

El problema es que yo no sabía qué hacer. Lo platiqué con un<br />

amigo y éste me recomendó que fuera a ver a Siqueiros, para<br />

que me orientara. Conseguí su teléfono y le hablé. Hasta hoy<br />

me sorprende que Siqueiros me haya dado una cita. Llegué y le<br />

platiqué la historia, y luego de escucharme me preguntó: “Bueno,<br />

sí, ¿y a qué vienes?”. Con la mayor ingenuidad le dije: “Pues a ver<br />

si me dice usted cómo se pinta un mural”. Me mandó entonces a<br />

comprar su libro Cómo pintar un mural, pero añadió un dato que<br />

fue fundamental para mí. Me dijo: “Hay en México un hombre<br />

que ha desarrollado las mejores pinturas para eso, es un ingeniero<br />

químico, Julio González Parrodi. Búscalo”. Compré el libro y<br />

localicé a González Parrodi, que me ayudó muchísimo. De quien<br />

estamos hablando es ni más ni menos que del inventor de los<br />

colores acrílicos, un hombre que abrió un nuevo campo para el<br />

arte y que vivió en una gran modestia, a pesar de que su invento<br />

enriqueció a muchísimas compañías en el mundo. El color acrílico<br />

es, básicamente, el que utiliza como vehículo el plástico que se<br />

usa en los parabrisas de los aviones, algo que debe resistir la lluvia,<br />

el viento, la nieve, el granizo, la fricción, etcétera. Esto que inventó<br />

González Parrodi revolucionó la pintura.<br />

¿Y qué pasó con su mural de Ciudad Universitaria?<br />

Un día me llamaron para decirme que estaban haciendo unos<br />

cambios estructurales y que iban a quitar el mural. Les dije que,<br />

puesto que estaba pintado sobre un recubrimiento de fibra de<br />

vidrio, tal vez podrían despegarlo y aplicarlo en un muro. Tres<br />

horas después de la primera llamada recibí otra en la que me<br />

dijeron que el mural se les había caído y era irrecuperable. Fin<br />

de la historia. Sin embargo, ese mural (Cristal enigma) que ya no<br />

existe, marcó lo que yo quería realmente hacer en la vida, con pan<br />

en la mesa o sin pan en la mesa.<br />

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