Diálogo intercultural - Ediciones Universitarias
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Aclaraciones<br />
La inquietud actual por el tema de la libertad religiosa y el diálogo<br />
<strong>intercultural</strong> se plantea generalmente debido a la problemática suscitada<br />
en los países europeos por la presencia de grupos religiosos<br />
—particularmente islámicos— que reivindican su derecho a vivir<br />
según las normas de su religión y tradiciones culturales y, especialmente,<br />
por el miedo al fundamentalismo beligerante de algunos<br />
grupos religiosos. Problemática que, en México, no tiene mayor<br />
relevancia, hasta el momento.<br />
En segundo lugar, concebir la libertad religiosa como mera libertad<br />
individual de creer y celebrar o confundir Religión y religiones esconden<br />
la problemática más profunda y su importancia para la vida y<br />
convivencia humana.<br />
En tercer lugar, este problema se suele plantear y se pretende resolver<br />
en términos de conflicto o diálogo entre las diferentes tradiciones<br />
religiosas o culturales. Sin embargo, con algunas excepciones, en el<br />
mundo moderno el problema no estriba en dicho diálogo, sino en<br />
la relación entre la pluriculturalidad de las diversas comunidades y<br />
grupos humanos —generalmente etno-religiosamente fundada— y<br />
la pretensión de una homogeneidad social —fundamentada en la<br />
legalidad civil— propia de los Estados-Nación y que, estrictamente,<br />
ni tiene religión, ni tiene cultura, aunque pueda haber abrevado de<br />
una y otra.<br />
Las raíces de la problemática desde el punto de<br />
vista de la cultura y la <strong>intercultural</strong>idad<br />
Hoy se habla mucho de <strong>intercultural</strong>idad cuando en realidad<br />
estamos ante un fenómeno global de imposición disimulada —básicamente<br />
mediante el mercado y la publicidad— de ideología y<br />
sistemas políticos y económicos, de instituciones y formas sociales de<br />
comportamiento, homogéneos, con el consiguiente aplastamiento de<br />
las diversas culturas.<br />
La modernidad y el Estado laico correspondiente han eliminado el<br />
reconocimiento de las diversas comunidades y reducido la política a<br />
la relación estado-individuos (ciudadanos). Se esconde aquí una política<br />
anti-cultural y anti-religiosa que ha venido siendo muy efectiva,<br />
en que la coerción no se realiza fundamentalmente por la supresión<br />
o restricción de cultos o costumbres, sino por una homogeneización<br />
social que desconoce las tradiciones y derechos de las comunidades<br />
étnicas, lingüísticas o religiosas.<br />
Lo que más perjudica la vivencia cultural-religiosa y a la libertad<br />
asociada con ella, en las sociedades economicista y políticamente<br />
uniformizadas, no son las leyes restrictivas, sino la pulverización de<br />
las comunidades, la estandarización de instituciones, de formas de<br />
educación, la imposición de estilos y ritmos de trabajo, producción<br />
y consumo, o de formas de asociación y comunicación que impiden<br />
la convivencia comunitaria y la creación de cultura. Igualmente la<br />
imposición de formas de pensamiento científicas y económicas contra<br />
las mitológicas o tradicionales y su absolutización como las únicas<br />
válidas, las únicas “desarrolladas” o “civilizadas” y dignas de tomarse<br />
en cuenta.<br />
Dios no se niega fundamentalmente por argumentos filosóficos<br />
sino por la imposición de estructuras civiles ajenas a las culturas<br />
tradicionales. En este sentido, el Estado “moderno” —teóricamente<br />
laico—, en su afán de homogeneización social, resulta antirreligioso<br />
y anticultural.<br />
Porque hablar de libertad religiosa y respeto a las tradiciones culturales<br />
no es sólo permitir o garantizar la mera libertad de culto y de<br />
creencias; es garantizar la posibilidad de diseñar y organizar el universo,<br />
las relaciones humanas y la relación con el mundo, las formas<br />
de educación desde los sentidos y tradiciones, las instituciones, las<br />
formas de organización política y económica configuradas culturalmente<br />
por los diversos grupos en función de su medio ambiente y su<br />
experiencia histórica.<br />
En ese sentido los grupos indígenas tradicionales tienen más libertad<br />
que nosotros. Aunque esta libertad está cada vez más amenazada por los<br />
factores externos (carreteras, presas, minas, turismo…) que destruyen<br />
no sólo territorios sagrados sino que imponen una relación distinta<br />
con el mundo en torno, la ecología, la cohesión de las comunidades…<br />
¿Es posible guardar la relación con la Madre Tierra cuando la tierra, el<br />
agua, el paisaje se convierten en lugar de empleo o de compra-venta?<br />
Consciente o inconscientemente las comunidades tradicionales han<br />
padecido este conflicto por más de quinientos años. La novedad es<br />
que ahora las que lo experimentan son las sociedades civiles, porque<br />
la religión pasa de ser elemento comunitario a ser elemento social/<br />
estatal; sea porque el Estado o los grupos de poder la imponen, utilizan<br />
o controlan, sea porque se percibe como amenaza a la homogeneidad.<br />
_Hoy se habla mucho de<br />
<strong>intercultural</strong>idad cuando en realidad<br />
estamos ante un fenómeno global<br />
de imposición disimulada —básicamente<br />
mediante el mercado y la publicidad— de<br />
ideología y sistemas políticos y económicos.<br />
Las raíces de la problemática desde el punto de<br />
vista de la Cultura-Religión<br />
En primer lugar hay que distinguir entre Religión y religiones.<br />
Religión nos remite a la experiencia radical, fundante, impelente,<br />
motivante de la vida humana; al sentido e impulso último de las<br />
comunidades y de las personas, al dinamismo que nos convierte en<br />
seres humanos.<br />
En estricto sentido, no se puede hablar de libertad religiosa como<br />
una entre otras libertades, ya que la religión —cuando realmente<br />
es esa experiencia fundante del sentido del mundo, de la vida— es<br />
el origen de toda libertad, de todo sentido, de la persona y de la<br />
comunidad. Esto rebasa las religiones concretas, sus estructuras, instituciones,<br />
creencias y prácticas (morales o culturales), pero se concreta<br />
en ellas. Esto es algo que no pueden dar las sociedades ni su legalidad.<br />
De aquí que, cuando se intenta someter lo religioso a lo políticosocial<br />
(a la legalidad), a lo económico, o a lo científico, se atenta<br />
contra la fundamentalidad misma de la religión. La experiencia religiosa<br />
es, cuando realmente se vive, el fundamento de toda la comunidad<br />
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