7 - Chinchilla de Montearagón

Salvador Jiménez Ibáñez
Conocí a Francisco García
de la Encarnación – el que sería,
después y durante muchos
años, el entrañable amigo Pacohace
ya varias décadas, todavía
en los inacabables tiempos del
franquismo. Una tranquila mañana
de sábado, cuando aún se
abrían las Administraciones y yo
estaba recién destinado en la Delegación Provincial del Ministerio de la
Vivienda en Albacete, oí desde mi despacho un señor que con voz campanuda
–yo siempre le diría luego que tenía voz castelarina- decía que
él no era afecto al régimen, pero que, no obstante, tenía que reconocer
que los funcionarios de aquella oficina habían trabajado con eficacia en
la resolución de un asunto suyo; afirmación que obtuvo respuesta de un
viejo funcionario que se fue hacía él diciéndole que, aunque era falangista,
no podía sino agradecer sus palabras de reconocimiento y estrechar
su mano como signo de reconciliación. Entonces salí de mi despacho y
conocí a Paco cuando estrechaba la mano de aquel funcionario. Aquella
especie de abrazo de Vergara, pequeña anécdota de primeros de los años
setenta del pasado siglo, ha quedado fijada en mi recuerdo porque creo
que definía muy bien la personalidad del que luego sería gran amigo: sus
convicciones políticas firmes, que ya expresaba sin pelos en la lengua
cuando aún la gran mayoría por temor silenciaba las suyas, y, sin embargo,
su tolerancia y bonhomía para los que no pensaban como él.
En 1979 se celebraron, en nuestro país, las primeras elecciones municipales
democráticas después de las ya muy lejanas de abril de 1931. En
ellas fue elegido alcalde de Chinchilla Francisco García de la Encarnación
y yo lo fuí de Albacete, ambos por las listas del PSOE. Desde entonces
empezó a fraguarse una amistad entre los dos que ha durado y se ha ido
incrementando mientras Paco vivió.
En las múltiples reuniones que por diversas razones tuve con él mien-