7 - Chinchilla de Montearagón

Arturo Tendero
Llega agosto y, como todos los años, el mejor homenaje que
podemos rendirle a la Virgen de las Nieves es pasarlo bien en las
fiestas que se organizan en su nombre. Claro que pasarlo bien puede
entenderse de muchas maneras, tantas como se nos ocurran de
divertirnos y de compartir la alegría, dejando que los que necesiten
desmarcarse puedan hacerlo, ya que la alegría impuesta no es alegría.
Los principales estímulos los propone la comisión de fiestas
y no por tradicionales funcionan menos: antes que nada hay que
sacar a la Virgen a que le dé la luz y nos bendiga el año, que falta
nos hace. Las peñas competirán en el desfile inaugural y en los juegos
previstos, ya sea bajar una pendiente con un coche loco o decorar
su caseta. Por la noche resonarán las verbenas nocturnas, en
las que hasta los peores bailarines damos unos pasitos, suficientes
para pisotear a tres o cuatro vecinos y a la parienta. Y por supuesto
nos abriremos camino con los codos en las comidas populares
para demostrar nuestra destreza en masticar a dos carrillos con una
corteza de pan y un tenedor en una mano y un vaso de plástico colmado
en la otra. El bombo y los platillos de los pasacalles abrirán la
persiana del día y seguiremos viendo los fuegos artificiales cuando
cerremos los ojos. Estoy seguro de que, a pesar de la crisis, no faltarán
atracciones para los más chicos ni pausas para comentar las
últimas anécdotas. Aunque mis chicos me tiren de la manga para
retenerme, diré también que me gustaría que desaparecieran los
decibelios a deshoras que nos inyectan música a toda caña a las
cuatro de la mañana, en el mejor de los sueños, a quienes necesitamos
recuperarnos para el día siguiente.