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PAPISMO 79<br />
pequeña y aquella es una Iglesia gigantesca dentro de la<br />
cual están, no solamente los creyentes sino muchas otras<br />
ovejas que no son <strong>del</strong> mismo redil, pero que se encuentran<br />
en paz con Dios y buscan la eternidad por Cristo.<br />
Esta Iglesia terrena está llamada a morir después de una<br />
lenta y<br />
espantosa agonía; pero la otra Iglesia, la invisible,<br />
no puede morir jamás, porque está integrada por las<br />
almas que poseen ya la vida eterna y viven para siempre<br />
junto a Dios en su infinita Casa de bondad y de amor.<br />
Pedro no es ni puede ser el fundamento de una ni de<br />
otra Iglesia. Ni Pedro soñó con serlo jamás. Pedro jamás<br />
pudo ambicionar cosa tan excelsa, manjar tan sublime o<br />
categoría tan luminosa. Pedro es una de las doce piedras<br />
de la Iglesia, fundada, sostenida, dirigida y alimentada<br />
por Cristo. Cristo lo es todo; porque Él es el Hijo de Dios,<br />
el Redentor <strong>del</strong> mundot el Salvador <strong>del</strong> alma, el Médico<br />
de la vida, el Santo de Dios, el mismo Dios hecho carne<br />
y agonizando en la carne para dar vida al espíritu humano<br />
infundiéndole valor, optimismo, esperanza, amor,<br />
humildad y fe.<br />
Pedro mismo se escandalizaría si pudiera saber hasta<br />
qué grado la ignorancia o fatuidad de los hombres le elevaron.<br />
Él, quien según la tradición legendaria, se negó a morir<br />
con los ojos clavados en el cielo para poder mirar más<br />
de cerca, en un acto de suprema humildad, a la pobre tierra<br />
sobre la que su cuerpo en cruz agonizaba y moría!<br />
Pedro, que jamás podría borrar de su corazón el recuerdo<br />
de su llanto de arrepentimiento cuando, hombre al fin,<br />
quiso borrar con su triple negación el inmenso valor de<br />
Cristo y su gran amistad con el<br />
Maestro!<br />
Pedro, que alocado por el dolor espantoso de la Cruz,