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Porque la naturaleza humana, como es,<br />
PAPISMO 71<br />
sin hipocresías repugnantes,<br />
encuentra una expresión, casi exacta, en la<br />
personalidad <strong>del</strong> viejo discípulo.<br />
Estos mismos datos generales nos hacen pensar en que<br />
el menos apropiado para representar y para fundamentar<br />
la Iglesia de Cristo es precisamente Pedro. Porque Pedro<br />
carece <strong>del</strong> espíritu práctico y definido de un Santiago; <strong>del</strong><br />
misticismo encantador de un Juan; de la energía y fi<strong>del</strong>idad<br />
santa de un Pablo; de la tenacidad elocuente de un<br />
Judas, hermano de Cristo. . . Pedro es simple y sencillamente<br />
un buen hombre, un discípulo aventajado, un alma<br />
indefinida, un apóstol más. Quien pretenda ver en él otras<br />
cosas capaces de convertirle en un semidiós deberá limpiarse<br />
bien los cristales empañados de sus ojos.<br />
Y precisamente es Pedro en quien fue a fijarse el <strong>romanismo</strong><br />
para presentarle al mundo, nada menos que como<br />
el primero de todos los apóstoles y como la piedra fundamental<br />
donde la Iglesia de Cristo debe reposar. Y es Pedro,<br />
precisamente, aquel a quien el <strong>romanismo</strong> elige como<br />
el primer Papa de la tierra. No somos nosotros quienes por<br />
este error tan serio hemos de lanzar la primera piedra contra<br />
Roma. Dejemos que lo haga el propio apóstol Pedro,<br />
quien a través de los escritos sagrados sabrá y querrá decir<br />
toda la verdad.<br />
PRIMACÍA APOSTÓLICA<br />
El <strong>romanismo</strong> establece categóricamente que el apóstol<br />
Pedro recibió de manos de Cristo una cierta autoridad sobre<br />
sus demás compañeros de ministerio, ocupando el pri"<br />
mer lugar entre todos. Este principio de autoridad haría<br />
de él un caso excepcional dentro <strong>del</strong> Evangelio. Le situaría<br />
en un plano superior y rompería, de ser cierto, el espíritu