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198 CLAUDIO GUTIÉRREZ MARÍN<br />
Cristo se vale de ellos, como de instrumentos, para establecer<br />
la obra de Dios en el mundo. Y es precisamente<br />
esa fe común de los creyentes la que puede hoy realizar<br />
el gran milagro de los milagros: hacer que el mundo crea.<br />
La comunión es amor. La unión de las almas creyentes<br />
con Cristo tiene que ser una unión eucarística: es decir,<br />
de amor. El amor es también el pan y la sangre de<br />
Cristo. Por amor Él da su cuerpo y su sangre para que<br />
todos aquellos que comulgan con su vida, con su doctrina<br />
y con su muerte se amen entre sí. Ese amor fraternal es<br />
un exponente claro de la verdadera comunión con Cristo.<br />
Mas me atrevo a decir: sino existe ese amor, capaz de<br />
unir a unos creyentes con otros, y a todos con Cristo, la<br />
comunión cristiana agoniza y muere por faltarle el apoyo<br />
necesario. Como la vid está unida a los pámpanos: por<br />
amor, por necesidad de amor. "Para que el<br />
mundo crea"<br />
se necesita, pues, esta comunión de amor. Es inútil el símbolo<br />
si en él no hay fuerza de unión y ningún lazo de<br />
unión más potente entre las almas que el amor. Lo que<br />
no sea amor será distancia. Lo que no sea amor no será<br />
de Dios; porque el que no ama no conoce a Dios, ni puede<br />
tener comunión con Dios, porque "Dios es Amor".<br />
Al participar de la comunión simbólica, el creyente sabe<br />
que debe hacerlo por la fe y con amor. Si no hay una y<br />
otra cosa todo es en vano. El símbolo, sin perder su valor,<br />
quedará como la palmera en el desierto, floreciendo para<br />
el viento y secándose para el sol.<br />
Comunión es fraternidad. Todos formando parte de