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CONFESIONISMO 165<br />
esta solemne interrogación; "¿Quién puede perdonar pecados<br />
sino Dios? ... ¿Y qué Dios hay como nuestro Dios,<br />
tan amplio en perdonar?". . .<br />
Esta fue la confesión privada y pública en el Antiguo<br />
Testamento. En ella, ni una sola vez ni en una sola circunstancia<br />
se menciona la confesión auricular secreta en<br />
el confesionario sacerdotal.<br />
LA CONFESIÓN EN EL EVANGELIO<br />
Y si pasamos a las páginas maravillosas <strong>del</strong> Evangelio,<br />
también allí encontramos un gran número de confesiones<br />
personales dirigidas no a los sacerdotes, ni mucho<br />
menos al oído de éstos, sino a Aquél que por estar revestido<br />
de toda potestad en los cielos y en la tierra, tenía<br />
y tiene poder para perdonarlos: Cristo, el Hijo de Dios,<br />
Y a Él se acercaron confesando sus pecados hombres y<br />
mujeres, rameras y publícanos, mercaderes y doctores, sanos<br />
y enfermos, en una inmensa plegaria de fe y de arrepentimiento.<br />
Y en Cristo encontraron la paz y el perdón,<br />
porque para poder perdonar y saber perdonar hay que<br />
conocer a fondo la naturaleza humana, y la potencia <strong>del</strong><br />
Diablo, y la miseria y el raquitismo espiritual <strong>del</strong> barro<br />
humano. . . Hay que comprender por qué el hombre y la<br />
mujer fueron capaces de pecar y por qué el hombre y la<br />
mujer no pueden vivir con la conciencia turbada y necesitan,<br />
más que el aire que respiran y el sol que les da<br />
vida, la paz interior, sin la cual no es posible ninguna<br />
clase de felicidad. Para poder perdonar hay que poseer<br />
por parte <strong>del</strong> que perdona un corazón tan inmenso en<br />
amor como los mismos cielos. Hay que tener no un corazón<br />
de carne sino un corazón tan luminoso, tan fuera<br />
de lo humano que por fuerza ha de empaparse de la na-