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EL SANTUARIO DE LA CONCIENCIA<br />
El hombre posee, como joya de inestimable valor, el<br />
santuario de su propia conciencia, en cuyo altar oficia<br />
diariamente el sacerdote <strong>del</strong> deber y bajo sus naves pasea<br />
su amplia túnica la responsabilidad personal.<br />
El hombre guarda para sí la llave única que da acceso<br />
a este lugar sagrado, aunque la<br />
luz de Dios pueda penetrar<br />
en él a través de las mañanas alegres y los días<br />
tristes, sin que nada ni nadie pueda impedírselo.<br />
En ese santuario se halla encerrado y escrito el libro<br />
de la vida. En sus páginas se mezclan el pasado y el<br />
presente, lo bueno y lo malo, lo triste de recordar y lo<br />
agradable de evocar, el aplauso <strong>del</strong> triunfo y el estruendo<br />
de la derrota. Lo que el ser humano es, allí está encerrado<br />
y aun lo que el ser humano podrá ser, también; porque<br />
el surco abierto hoy por la reja <strong>del</strong> arado será quien,<br />
con su trazo recto o quebrado, indique el camino <strong>del</strong> futuro<br />
Ẏ si la conciencia es santuario de la vida, debe comprenderse<br />
que su secreto a nadie pertenece, sino al hombre<br />
mismo. Por eso, cuando, por la<br />
violencia se pretende<br />
asaltarlo o avasallarlo se comete un <strong>del</strong>ito moral incalificable.<br />
La conciencia es libre. Cuando se la encarcela y se la<br />
fuerza a ser algo distinto a lo que es la personalidad humana<br />
sufre una deformación. Por ser la conciencia como<br />
es, nadie, sino su propio dueño tiene potestad para juzgarla<br />
en bien o en mal, porque el único juez suyo no