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EUNUQUISMO 117<br />
monio no confiere por sí mismo la gracia, aun cuando la<br />
fe y el amor sean la base primordial <strong>del</strong> vínculo.<br />
También Cristo, reconociendo el origen divino <strong>del</strong> matrimonio<br />
y la absoluta unidad manifestada por el hecho<br />
matrimonial, decreta su indisolubilidad, afirmando que solamente<br />
la muerte de uno de los cónyuges anula el vínculo.<br />
Otro motivo, aparte <strong>del</strong> hecho de la muerte, capaz de<br />
producir la disolución matrimonial la establece Cristo en<br />
el caso <strong>del</strong> adulterio comprobado. Para el cristianismo<br />
no existen, pues, más que dos causas capaces de romper<br />
"lo que Dios unió": la muerte y el adulterio.<br />
El divorcio tan en boga en nuestro tiempo, no es<br />
lícito bajo el punto de vista cristiano, salvo en el caso<br />
de adulterio comprobado. Las leyes civiles modernas lo<br />
permiten por un sinnúmero de causas, a veces desprovistas<br />
de razón y buena fe. Es mucho más moral y siempre<br />
mucho más cristiana la separación de cuerpos entre<br />
los esposos que el divorcio, con vistas, sobre todo, a un<br />
nuevo matrimonio, creador casi siempre de problemas<br />
innecesarios y enojosos.<br />
Este rigor de Cristo para con el vínculo matrimonial<br />
debiera hacer pensar a quienes lo contraen, sabiendo que<br />
lo hacen para toda la vida, y por tanto, es de conveniencia<br />
personal y social el no proceder desconsideradamente,<br />
ni presentarse ante Dios con promesas fingidas, ni acercarse<br />
al altar con miras interesadas o egoístas, debiendo,<br />
en todo momento, contraerlo por amor y con la<br />
esperanza<br />
cierta de la bendición de Dios.<br />
Quedan, pues, bien sentados estos puntos principales:<br />
primero, que el matrimonio es honroso para todos, y segundo,<br />
que la Iglesia, al reconocer su origen divino lo<br />
sanciona y reconoce como un precepto dado por Dios a<br />
toda la Humanidad.