Dominical - La Opinión de Zamora

Dominical - La Opinión de Zamora Dominical - La Opinión de Zamora

medias.laopiniondezamora.es
from medias.laopiniondezamora.es More from this publisher
12.11.2014 Views

VI / dominical LA OPINION-EL CORREO / Domingo, 8 de enero de 2012 A TODOS LOS NIÑOS QUE VIVIERON LA NOCHE MÁGICA DE REYES. PERO SOBRE TODO A LOS DE CÁRITAS. delfinario DELFÍN RODRÍGUEZ La cabeza congelada MI ABUELITA ES MUY MAYOR.«MAYORÍSIMA». POR ESO NO ENTIENDE ALGUNAS COSAS. COMO CUANDO MI MADRE LE PIDIÓ ALGO MUY SENCILLO QUE ELLA CONVIRTIÓ EN UNA GRAN ODISEA. La frase «Estar a tu lado es como vivir tirando de la cadena» ANÓNIMO SANABRÉS Mi abuela Josefa tiene 102 años, pero está muy bien. No tiene dientes, pero no los necesita. Ha perdido la cabeza casi por completo, pero es mejor. No se da cuenta de que sus hijos apenas se hablan y sus nietos no podemos ni verla porque es muy tacaña. Mi abuela tiene noventa mil euros en el banco y una cartilla que revisa todas las mañanas como si estuviera aprendiendo a leer en los apuntes bancarios. Cada vez que le pasan los intereses da un brinco de alegría, como si recobrara la memoria y se diera cuenta de que jamás había tenido tanto dinero junto. Con eso de que está tonta, mi abuela no pone ni un duro para las comidas de Navidad. Esta Nochevieja tampoco. La llevó mi hermano a casa, la sentaron en un sillón de mimbre con la cartilla en el regazo y ahí se las den todas. A mi abuela, desde hace años, para cenar en Nochevieja solo le dan cabezas de cordero. Nada de besugo, pularda, ni lombarda, cabezas de cordero. En realidad le sientan muy mal porque tienen mucho colesterol, pero a mi abuela a estas edades el colesterol ya no la mata. La cabeza de cordero tiene la ventaja de que tiene sesos, que son muy tiernitos, y lengua, que le sirve para que no calle ni un momento. Mi abuela, cuando ve movimiento, se levanta del sofá, se agarra a la cabeza de cordero y no la suelta. Tiene miedo de que se la quiten. Esta Nochevieja mi abuelilla Josefa casi se muere. Nada de indigestión ni de la edad. Fue de hipotermia. A media tarde nos sentamos todos a tomar un aperitivo. Mi abuela fue a la cocina y cogió la cabeza del cordero. Al cabo de un rato y como tardaba en volver, mi madre le dijo: —Madre, meta la cabeza en la nevera que la va a cagar la mosca… Mi madre dijo eso pero podría haber dicho cualquier otra tontería, porque todos sabemos que en invierno la mosca no caga nada. O al menos en Sanabria, porque las moscas se mueren congeladas al primer golpe de invierno. Mi abuelilla se entretiene mucho con la cabeza de cordero y por eso se la dejan casi toda la tarde de Nochevieja, como si fuera un regalo de Reyes. La cabeza de cordero es para mi abuela lo que un balón para mi nieto. Por eso nadie le dice nada. Eso sí, «Esta Nochevieja mi abuelilla Josefa casi se muere. Nada de indigestión ni de la edad. Fue de hipotermia» «Comenzó a levantar una mano temblorosa mientras la otra la tenía sobre el mandil con la cartilla de ahorros» antes de darle la cabeza hay que limpiarla bien, sacarle brillo para que no se manche las manos de sangre. Esta Nochevieja, a eso de las ocho, mi madre fue a la cocina a asar el cordero y con él la cabeza de mi abuela (me refiero a la cabeza del cordero que le gusta comer a mi abuela, no a su propia cabeza). Cuando mi madre llegó a la cocina, un grito helador nos hizo volver la mirada. —¡Maaadreee! —oímos decir segundos antes de que echáramos a correr a la cocina, convencidos de que la abuelilla nos habría dejado para siempre. Cuando llegamos, mi madre pugnaba por sacarle a la abuela la cabeza del frigorífico. Estaba atenazada por el frío de los cubitos de hielo y se le había hecho un témpano. Mi hermano Segismundo dio un tirón aun a riesgo de que media mejilla de la abuelita se quedara en el frigo. Cuando estuvo fuera la sentamos en el sillón de mimbre. Tenía el cuerpo helado. Tal vez estaba muerta. Mi hermano le puso la mano sobre el corazón y dijo que latía. Débilmente, pero latía. Yo le toqué el pulso y corroboré su diagnóstico. Tenía las dos pestañas de cada ojo como si fueran alfileres de hielo: congeladas. Mi tía Rugantina dijo que había que meterle la cabeza en calor cuanto antes, no fuera que el helor le entrara en las células del cerebro y se las congelara. —Si se le congielan las cérulas del cele-

Domingo, 8 de enero de 2012 / LA OPINION-EL CORREO dominical / VII Puerta óptima dominical Primicia mundial bro —decía mi tía— a lo mejor se le paran y le da un paralís en el corazón que la manda pal otro barrio... Mi tía siempre que daba un diagnóstico daba una solución. Dijo que lo mejor para que las «cérulas» del «celebro» no se le «congielaran» era aplicarle a la cabeza un chorro de aire caliente con el secador del pelo. Mi abuela estaba como ida. Ida estaba casi siempre, pero aún más. Tenía la boca medio abierta buscando una bocanada de aire caliente y las manos aferradas a la cartilla de ahorros. Aquella visión daba miedo. A lo mejor cuando se muriera no éramos capaces de arrancarle de las manos la cartilla y teníamos que enterrarla con ella en vez de con el rosario que le había regalado mi tío Idumeo, que estaba hecho con cuentas de tito de aceituna del huerto de Getsemaní. Cuando la abuelilla fue volviendo en sí, las pestañas comenzaron a deshacérsele y a caerle el agua por la mejilla abajo. Mi tía Rugantina pensó que lloraba y dijo: —Pobrecica, está emocionada… Mi abuela no estaba emocionada, estaba empapada por el hielo derretido por el secador de pelo. Yo no quise quitarle la ilusión a mi tía. Lo que no podíamos comprender es por qué la abuelita había querido suicidarse de una manera tan original y tan extraña. La abuela Josefa hacía más de veinticinco años que no podía hablar. Cuando lo intentaba, el aire se le iba. Solo cuando tenía la dentadura postiza puesta conseguía articular alguna palabra. El aire le chocaba en los dientes y en la boca se le formaban algunas palabras en una nebulosa como de vapor condensado en un cristal. Aquella Nochevieja mi abuela consiguió hablar alto y claro antes de entrar en un profundo sueño del que solo salió cuando olió el aroma de la cabeza de cordero recién asada ante sus narices. Nos habíamos sentado a la mesa y habíamos decidido no molestar a la abuelilla en su sueño. No cenaría, pero tampoco pasaba nada. Ella solía tener un buen saque y por una noche que no comiera su cabeza, no habría problema alguno. La comería para desayunar. Fue mi madre poner la bandeja del cordero con la cabeza sobre la mesa y mi abuela abrir los ojos. Luego comenzó a levantar una mano temblorosa mientras la otra la tenía sobre el mandil con la cartilla de ahorros. Alcanzó con enorme facilidad la cabeza del cordero, la agarró de la mandíbula con precisión de cirujano y tiró de ella hacia su plato. Le hincó la dentadura a los sesos del cordero y al momento vimos cómo el placer chorreaba por su barbilla abajo. Todos sonreímos satisfechos y felices. Solo entonces mi madre se atrevió a preguntarle a mi abuelilla: —Madre, por qué metió usted la cabeza en el frigorífico, mujer, no ve que podía haber muerto congelada… Mi madre no esperaba respuesta alguna de aquella boca medio paralizada, por eso se quedó de piedra cuando oyó que mi abuela le respondía: —La culpa la tuviste tú, Bernarda. —Por qué —preguntó mi madre alarmada. —Porque tú fuiste la que me dijiste: «meta la cabeza en el frigorífico». Todos sonreímos mientras mi madre replicaba: —Pero me refería a la del cordero, madre. —Pues haber precisado, hija —respondió ella mientras se sacaba la dentadura que le rozaba, y seguía rañando su cabeza (la del cordero, me refiero). delfin_rod@hotmail.com El día antes de las campanadas de Nochevieja, Paqui-rrón, el hijo de Isabel Pantoja, dejaba a su novia Jessica Bueno. Bueno, Jessica a secas. Este diario y este columnista se hicieron eco de la noticia y fueron aún más allá: dieron la primicia mundial de que, después de las campanadas, lo primero que haría Paqui-rrón era dejar el rrón y convertirse de nuevo en rrín, reconciliándose con la novia. Así ha sido, señores. O aproximadamente así. No sé si me equivoqué en algunos flecos, pero en lo esencial hicimos pleno. Y no porque tuviéramos infiltrado en el corazón del «Pantojo» un enano soplón. Fue simple deducción de un Sherlock Holmes a la sanabresa. Estos tipos sin arte, parte ni beneficio, siempre hacen lo mismo: cogen novias o novios, lo anuncian cobrando, preñan novias, lo anuncian cobrando, programan bodas, lo anuncia cobrando, dejan novias, lo anuncian cobrando y vuelven a cogerlas para reiniciar el ciclo cobrando. Es el ciclo vital del ocioso que tiene por único mérito ser hijo de, haberse acostado con, tener un hijo de, o casarse con futbolista, torero o similar individuo o individua en el escalafón dinerario. Acabamos de ver el inicio de un asunto similar. Un tal Nilo Manrique, cubano de cierta fama por casarse con la insoportable Isabel Gemio, acaba de echar la caña y pronto comenzará a recoger sedal en Tele 5. Ha dicho que su ex mujer cubana tiene unas fotos de la Gemio en pelotas. Que él, que es muy bueno, la ha demandado, pero que ella no quiere devolver las fotos. Pronto veremos a Isabel despelotada en Internet y al Nilo este contando toda la odisea previo taloncito millonario. Es el modus operandi de estos parásitos sociales que viven del sable. La nueva fórmula de estafa, solo que consentida y deseada por las teles y ávidamente consumida por nosotros. En el caso del fracaso y reencuentro sentimental de Paquirrín, me hizo gracia ver los comentarios de los señores cotilleros que se dedican a esto. Ignorantes de cuanto pasaba, se aventuraban a dar hipótesis para justificar su sueldo. Unos dijeron que Jessica llevaba tres días sin comer y que se había reestrenado con su novio tomando una sopa de marisco. Otros dijeron que Paquirrín dejó a la Bueno porque le dio un ataque de pánico, más exactamente, de «terror». Craso error. Si acudimos a la deducción lógica, fue Jessica la que debió dejar a Paquirrón por el mismo motivo, un ataque de terror. Solo tenía que verse con él en pelotas en la cama para que se obrara el prodigio del miedo. Lo cierto es que, a lo tonto a lo tonto, unos señores habilísimos viven de esto sin tener que cruzar la frontera de la cruda crisis. Ahí tienen a una peluquera de medio pelo, como Rosa Benito, que por ser cuñada de Rocío Jurado, radiar su enfermedad y la vida de su hija en un programa de esos basura, se hizo una banqueta de comentarista. Está bien todo esto. Si el público demanda este tipo de engaño como una forma de pasar un rato entretenido, pues qué bien. Lo que sí chirría un pelín más es cuando la del braguetazo con Jesulín o la del braguetazo con Rocío Jurado se ponen trascendentes para analizar la crisis. Aunque, tal vez, hagan el mejor análisis de todos, porque siempre dicen lo mismo: «¡vamos, hombre, que ya está bien, ¿entiendes lo que te digo?».

VI / dominical LA OPINION-EL CORREO / Domingo, 8 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 2012<br />

A TODOS LOS NIÑOS QUE VIVIERON LA NOCHE MÁGICA DE REYES. PERO SOBRE TODO A LOS DE CÁRITAS.<br />

<strong>de</strong>lfinario<br />

DELFÍN RODRÍGUEZ<br />

<strong>La</strong> cabeza<br />

congelada<br />

MI ABUELITA ES MUY MAYOR.«MAYORÍSIMA».<br />

POR ESO NO ENTIENDE ALGUNAS COSAS.<br />

COMO CUANDO MI MADRE LE PIDIÓ ALGO MUY<br />

SENCILLO QUE ELLA CONVIRTIÓ EN UNA GRAN<br />

ODISEA.<br />

<strong>La</strong> frase<br />

«Estar a tu lado es<br />

como vivir tirando<br />

<strong>de</strong> la ca<strong>de</strong>na»<br />

ANÓNIMO SANABRÉS<br />

Mi abuela Josefa tiene 102 años, pero<br />

está muy bien. No tiene dientes, pero no<br />

los necesita. Ha perdido la cabeza casi por<br />

completo, pero es mejor. No se da cuenta<br />

<strong>de</strong> que sus hijos apenas se hablan y sus nietos<br />

no po<strong>de</strong>mos ni verla porque es muy tacaña.<br />

Mi abuela tiene noventa mil euros en el<br />

banco y una cartilla que revisa todas las<br />

mañanas como si estuviera aprendiendo a<br />

leer en los apuntes bancarios. Cada vez que<br />

le pasan los intereses da un brinco <strong>de</strong> alegría,<br />

como si recobrara la memoria y se<br />

diera cuenta <strong>de</strong> que jamás había tenido tanto<br />

dinero junto.<br />

Con eso <strong>de</strong> que está tonta, mi abuela no<br />

pone ni un duro para las comidas <strong>de</strong> Navidad.<br />

Esta Nochevieja tampoco. <strong>La</strong> llevó mi<br />

hermano a casa, la sentaron en un sillón <strong>de</strong><br />

mimbre con la cartilla en el regazo y ahí se<br />

las <strong>de</strong>n todas.<br />

A mi abuela, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace años, para cenar<br />

en Nochevieja solo le dan cabezas <strong>de</strong><br />

cor<strong>de</strong>ro. Nada <strong>de</strong> besugo, pularda, ni lombarda,<br />

cabezas <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro. En realidad le<br />

sientan muy mal porque tienen mucho colesterol,<br />

pero a mi abuela a estas eda<strong>de</strong>s el<br />

colesterol ya no la mata.<br />

<strong>La</strong> cabeza <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro tiene la ventaja <strong>de</strong><br />

que tiene sesos, que son muy tiernitos, y<br />

lengua, que le sirve para que no calle ni un<br />

momento. Mi abuela, cuando ve movimiento,<br />

se levanta <strong>de</strong>l sofá, se agarra a la<br />

cabeza <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro y no la suelta. Tiene<br />

miedo <strong>de</strong> que se la quiten.<br />

Esta Nochevieja mi abuelilla Josefa casi<br />

se muere. Nada <strong>de</strong> indigestión ni <strong>de</strong> la<br />

edad. Fue <strong>de</strong> hipotermia. A media tar<strong>de</strong> nos<br />

sentamos todos a tomar un aperitivo. Mi<br />

abuela fue a la cocina y cogió la cabeza <strong>de</strong>l<br />

cor<strong>de</strong>ro. Al cabo <strong>de</strong> un rato y como tardaba<br />

en volver, mi madre le dijo:<br />

—Madre, meta la cabeza en la nevera<br />

que la va a cagar la mosca…<br />

Mi madre dijo eso pero podría haber dicho<br />

cualquier otra tontería, porque todos<br />

sabemos que en invierno la mosca no caga<br />

nada. O al menos en Sanabria, porque las<br />

moscas se mueren congeladas al primer<br />

golpe <strong>de</strong> invierno.<br />

Mi abuelilla se entretiene mucho con la<br />

cabeza <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro y por eso se la <strong>de</strong>jan casi<br />

toda la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> Nochevieja, como si fuera<br />

un regalo <strong>de</strong> Reyes. <strong>La</strong> cabeza <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro<br />

es para mi abuela lo que un balón para<br />

mi nieto. Por eso nadie le dice nada. Eso sí,<br />

«Esta Nochevieja<br />

mi abuelilla Josefa<br />

casi se muere.<br />

Nada <strong>de</strong><br />

indigestión ni <strong>de</strong> la<br />

edad. Fue <strong>de</strong><br />

hipotermia»<br />

«Comenzó a<br />

levantar una mano<br />

temblorosa<br />

mientras la otra la<br />

tenía sobre el<br />

mandil con la<br />

cartilla <strong>de</strong> ahorros»<br />

antes <strong>de</strong> darle la cabeza hay que limpiarla<br />

bien, sacarle brillo para que no se manche<br />

las manos <strong>de</strong> sangre.<br />

Esta Nochevieja, a eso <strong>de</strong> las ocho, mi<br />

madre fue a la cocina a asar el cor<strong>de</strong>ro y<br />

con él la cabeza <strong>de</strong> mi abuela (me refiero a<br />

la cabeza <strong>de</strong>l cor<strong>de</strong>ro que le gusta comer a<br />

mi abuela, no a su propia cabeza).<br />

Cuando mi madre llegó a la cocina, un<br />

grito helador nos hizo volver la mirada.<br />

—¡Maaadreee! —oímos <strong>de</strong>cir segundos<br />

antes <strong>de</strong> que echáramos a correr a la cocina,<br />

convencidos <strong>de</strong> que la abuelilla nos habría<br />

<strong>de</strong>jado para siempre.<br />

Cuando llegamos, mi madre pugnaba<br />

por sacarle a la abuela la cabeza <strong>de</strong>l frigorífico.<br />

Estaba atenazada por el frío <strong>de</strong> los<br />

cubitos <strong>de</strong> hielo y se le había hecho un<br />

témpano. Mi hermano Segismundo dio un<br />

tirón aun a riesgo <strong>de</strong> que media mejilla <strong>de</strong><br />

la abuelita se quedara en el frigo.<br />

Cuando estuvo fuera la sentamos en el<br />

sillón <strong>de</strong> mimbre. Tenía el cuerpo helado.<br />

Tal vez estaba muerta. Mi hermano le puso<br />

la mano sobre el corazón y dijo que latía.<br />

Débilmente, pero latía. Yo le toqué el<br />

pulso y corroboré su diagnóstico.<br />

Tenía las dos pestañas <strong>de</strong> cada ojo como<br />

si fueran alfileres <strong>de</strong> hielo: congeladas. Mi<br />

tía Rugantina dijo que había que meterle la<br />

cabeza en calor cuanto antes, no fuera que<br />

el helor le entrara en las células <strong>de</strong>l cerebro<br />

y se las congelara.<br />

—Si se le congielan las cérulas <strong>de</strong>l cele-

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!