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conseguir acercársele. Cuando llegó a su lado clavó en ella sus ojos azules,
unos ojos misteriosos y fascinantes que la cautivaron desde el primer momento.
-¡Hola, Sue! -su cálida sonrisa se borró inmediatamente de su cara nada
más ver la palidez de la muchacha y el estado en el que se encontraba.
La recogió justo a tiempo para evitar que cayera al suelo. Ella se lo agradeció
con una cansada sonrisa.
-¡Sue! ¿Qué te ha pasado?
Ella abrió mucho los ojos mientras imágenes borrosas cruzaban su mente.
Se llevó una mano a la cabeza.
-Un autobús… accidente… un golpe en… ¡mi
cabeza! - gimió.
El chico comprendió.
-¿Quién soy?
-¿Has perdido la memoria? ¿No
te acuerdas de nada? -Ahora era
él el que estaba sorprendido.
Sue se apoyó en él para
poder incorporarse.
-Tengo que llevarte a un hospital,
Sue, tiene que verte un
médico.
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-¡No! Ahora recuerdo que me
llamo Sue, pero quiero saber más.
¿Qué hago aquí? ¿Quién eres tú?
Él suspiró, resignándose:
-Yo soy Erik, tu novio y habíamos
quedado aquí para ir juntos a
esta manifestación.
“Cuando se es amado, no se duda de nada,
cuando se ama se duda de todo.”
Gabrielle Sidonie (Colette)
-Mi… ¿novio?
Ella parecía muy aturdida.
Por toda respuesta él se inclinó y la besó con suavidad, con la esperanza de
hacerle recordar algo de esta manera. Así, aquellas emociones que llenaban su
corazón resurgieron con más fuerza que hasta entonces, y fue en aquel beso en
el que comprendió con más claridad que nunca qué era aquello que estaba sintiendo:
amor, y supo que habiendo encontrado este sentimiento, no necesitaba
nada más: ella era Sue y estaba enamorada.
Por su parte, Erik entendió la angustia de su amiga, porque no hay peor tortura
para una persona que desconocerse a sí misma.
ANA VESPERINAS CASTRO (2º ESO - A)
1 er Premio - Cuento - A