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ellas y delicadas manos al chocar contra la impura madera de mi puerta; día tras<br />
día remodelaba mi taller para que fuese digno de su belleza; día tras día lloraba por<br />
ser tan afortunado; día tras día la amaba.<br />
34<br />
Así fue día a día hasta que culminé mi obra, mi obra maldita. En el taller di las<br />
últimas cinceladas al mármol. Había encargado que me trajesen el mejor mármol<br />
de toda Grecia para esta colosal misión digna de un dios, ya que reflejar esa belleza<br />
era tarea para un héroe. Ahí estaba el problema, yo no era ni dios ni héroe. Al<br />
acabar la escultura, la observé con detenimiento. Luego la observé a ella, posando<br />
para mí con su centelleante belleza, con una luminosidad tormentosa. Se fue levantando<br />
con tranquilidad y me preguntó si ya había acabado.<br />
Con la voz temblorosa, pero con sinceridad le<br />
dije que sí. Cada paso que daba hacia la horrenda<br />
estatua, más nervioso estaba. Un paso más, sentía la<br />
sangre en las sienes; otro paso, dolores en el pecho;<br />
otro, el terror me empequeñecía, hasta que a punto de<br />
verla, me interpuse entre ambas, le dije que era mejor<br />
que no la viese. Ella insistió en que me apartase, yo<br />
persistí en no hacerlo. Con rabia trató de apartarme,<br />
yo entristecido continué el forcejeo, un forcejo fatal.<br />
Ella con la velocidad del rayo y la fuerza de las montañas,<br />
me empujó, yo me tambaleé y finalmente caí al<br />
suelo. Ella cayó conmigo y mi mano, mi maldita mano,<br />
guiada en todo momento por los hados, no soltó el cincel.<br />
Con un grito que desgarró mi alma exhaló su último<br />
aliento. Sobre mi cuerpo yacía su hermoso cuerpo<br />
ahora sin vida. Sus ojos de color esmeralda se quedaron<br />
clavados en mí, penetrando mi mente hasta clavarse<br />
en mi afligido corazón.<br />
* * *<br />
Al finalizar mi relato, comencé a llorar como un<br />
niño, me golpeé el pecho, me odié, quería pagar por lo<br />
que hice y de una manera rápida, como si hubiese<br />
leído mis pensamientos, la desgastada voz me ofreció<br />
un castigo:<br />
-Pues sí que pareces afligido, muchacho. Si quieres,<br />
ya que sientes que no has pagado tu crimen, te<br />
invito a pasar el resto de la eternidad como cuentacuentos<br />
en mi palacio, entreteniendo a las masas y<br />
recordando una y otra vez el dolor que sentiste al<br />
matar a tu amada.<br />
Acepté, como es obvio, y aunque se me retuerce el<br />
cuerpo de dolor cada vez que lo recuerdo, creo que es<br />
lo justo por haber hecho tanto daño a todo el mundo.<br />
Por mi culpa, el arte ya nunca volvió a ser lo que una<br />
vez fue y los artistas murieron.<br />
Así acaba mi historia, aquí en el siniestro y macabro<br />
palacio del que más tarde me enteré que era el<br />
dueño de estas ponzoñosas tierras y de la marchita<br />
voz que ató mi alma a este Averno sin fin, el solitario<br />
Hades.<br />
SAMUEL SUÁREZ MURIAS (2º BACH - B)<br />
1 er Premio - Prosa - C