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“Con el poder de<br />
la verdad,<br />
mientras viva<br />
habré conquistado<br />
el universo”<br />
LA MUERTE DEL ARTE<br />
32<br />
Vagué por la ciudad durante la noche, desesperado, aterrorizado por el temor a<br />
la Ira Divina, nervioso. Caminé hacia los acantilados. La soledad me embargaba,<br />
sólo se oía el ulular del viento recorriendo los caminos solitarios y oscuros. Allí el<br />
viento fuerte y gélido que al silbar helaba la sangre, recorría la zona como si de un<br />
espectro se tratase. Ante el borde me sitúo, miro al vacío, escucho el estruendoso<br />
rumor del mar al chocar contra las rocas, una tormenta se avecina, las lágrimas<br />
recorren mi fría cara. Con la tormenta ya encima de mí, avanzo un pie, estalla el primer<br />
rayo iluminando el cielo y creando formas fantasmagóricas a lo largo de la<br />
costa. Doy otro paso, mis pies están en el borde del acantilado, un último paso, todo<br />
mi sufrimiento acabará. Miro al horizonte oscuro plagado de las lágrimas del cielo<br />
y los rayos iluminan la noche. Grito de desesperación, adelanto un poco más mi pie,<br />
avanzo el otro, ya casi está, flexiono las piernas, me embarga el miedo, respiración<br />
agitada, la sangre resuena en mi cuerpo, tomo aire, un grandísimo estruendo recorre<br />
el cielo y el mundo, el sonido de mis huesos al estamparse contra las rocas se<br />
une al de la tormenta.<br />
Despierto sudoroso, asustado. Aún reina el silencio, me alzo. Creí que estaba<br />
muerto. Ante mí se extiende un paisaje desolador, árboles sin hojas y marchitos,<br />
aguas negras y sulfurosas, el aire está viciado, hace frío.<br />
Todo está marchito hasta donde alcanza la vista. No muy lejos veo una pequeña<br />
colina. Me dirijo hacia ella. Al coronarla, veo a mis pies una muchedumbre de<br />
gente, que camina sin rumbo, desorientada. Me dirijo hacia ellos con voz potente<br />
como si fuese su soberano y les pregunto:<br />
-¿Dónde estoy?<br />
Nadie responde a mi pregunta, pero todos los ojos clavan sus miradas en mi<br />
cuerpo como si de lanzas se tratase. Una voz emerge de la muchedumbre:<br />
-¡Es él! Él es el que lo hizo, él es el culpable de la muerte de muchos de nuestros<br />
amigos.<br />
-Yo no he matado a nadie soy inocente -respondí.<br />
Al instante de pronunciar esas palabras de falsa inocencia, a mis espaldas escuché<br />
una voz gastada por el tiempo, pero imponente y aterradora a la vez que firme.<br />
-Tú eres el culpable, muchacho, gracias a ti he conseguido mucha población en<br />
mis reinos caducos, pero no trates de evadirte del problema, eso no es nada valiente.<br />
Tras escuchar la desgarrada voz, un escalofrío recorrió mi espinazo, la muche-