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do por no haber podido hablar con María, Pedro se fue a dormir, pues ya eran las seis de la mañana. Al día siguiente Pedro fue a ver los archivos de los enterramientos. El único Adolfo que constaba en ellos había sido enterrado hacía más de noventa años, y decía que había muerto a manos del marido de su amante. que prácticamente no la dejaba salir de casa, salvo para comprar la comida. Un día el marido descubrió a los dos amantes juntos y, en un ataque de rabia, mató al muchacho. La joven, María creo que se llamaba, intentó escapar, pero su marido la alcanzó y la encerró en casa sin dejarla salir para nada en absoluto. Aún así, María se escapaba todas las noches para 20 El enterrador pensó que su amante había sido María, aunque parecía imposible ya que la muchacha que él había visto no tendría más de veinticinco años. Como no le encontraba mucho sentido a sus razonamientos, decidió ir en busca de la vecina que le había dicho que sabía una historia acerca de la tumba para que se la contase. La encontró en su casa dando de comer a su gato. -Perdóneme usted, señora, pero me preguntaba si no podría contarme la historia que me dijo el otro día que le contaba su abuela. -¿A qué historia te refieres? ¡Ah, ya sé! A la de la tumba del cementerio ¿no es así? -Pedro asintió-, Pues bien, mi abuela me solía contar que allí está enterrado el amante de una hermosa joven casada con un bruto hablar con su amado, le prometía que algún día estarían juntos sin necesidad de preocuparse por nada, y, al marcharse, María dejaba una rosa roja en la tumba. Según pasaban los días, María sufría más la marcha de su amante. Su marido, que no era tonto, enseguida se dio cuenta y, mientras la tristeza de la joven se hacía mayor, también empeoraba el comportamiento de su marido hacia ella. Una noche, al llegar a casa, María no aguantó más y se suicidó para así poder ir en busca de su amado, pero cuando el marido despertó al día siguiente y la vio muerta lo comprendió todo. Tenía muy claro que no podía dejar que los dos amantes se saliesen con la suya: ¡María le pertenecía! En los días que siguieron a la muerte de su esposa, se volvió loco. No quería enterrar el cadáver, ¡lo seguía encerrando en la casa! Las

gentes que pasaban cerca del edificio en el que vivía decían que del interior salían tremendos alaridos. Por esto a nadie le extrañó oír la noticia que seguidamente se publicó en los periódicos del pueblo: él también se había suicidado. Lo que ninguna persona en el lugar sabía era que lo había hecho para dominar el espíritu de María. El relato de mi abuela terminaba diciendo que, desde entonces, el espíritu de María sigue yendo al cementerio para hablar con su querido Adolfo, ya que su marido sigue impidiéndole irse de su lado. IV Pedro se propuso volver a ver a María esa noche. Quería ayudarla a escapar de su marido. Bebió unas cuantas tazas de café y esperó hasta más o menos las cinco de la mañana, entonces vio llegar al espíritu y se escondió tras una lápida. -Hola -dijo cuando María acabó de pronunciar las mismas palabras que le había oído la noche anterior. La mujer se volvió rápidamente, asustada. Quizás porque sabía quién era o porque solo le asustaba la idea de encontrar allí a su marido, la mujer se tranquilizó al ver que era Pedro quien le hablaba. -¿Sabes? -empezó a decirle Pedro- Sé lo que te pasa, sé que te quieres escapar de tu marido. -¡No! ¡Mi marido no! -exclamó María con una mirada de terror dirigida por encima del hombro de Pedro. Entonces el enterrador se giró y vio a un hombre detrás de él que sujetaba un puñal. El hombre, que Pedro había deducido que era el marido de María, la cogió por el brazo y se la llevó. Pedro habría intentado detenerlo pero sentía un terrible dolor en un costado. Se llevó una mano hacía él y cuando la retiró la pudo ver llena de sangre. Mientras se le nublaba la vista, Pedro pensaba por qué se había metido en ese lío, por qué se había empeñado en ayudar a una mujer que no conocía de nada cuando él era el solitario enterrador, ¡ah! Ya sabía por qué. La mujer era muy hermosa… o eso le parecía recordar… la imagen de esa mujer se volvía cada vez más borrosa… hasta que desapareció. Solo había oscuridad. En esos momentos, en la tumba de Adolfo aparecía escrito: "No te volveré a ver". Al pie de ella había una rosa roja. 21 ELIANA ÁLVAREZ REIG (4º ESO - B) 1 er Premio - Cuento - B

do por no haber podido hablar con<br />

María, Pedro se fue a dormir, pues ya<br />

eran las seis de la mañana.<br />

Al día siguiente Pedro fue a ver los<br />

archivos de los enterramientos. El<br />

único Adolfo que constaba en ellos<br />

había sido enterrado hacía más de<br />

noventa años, y decía que había<br />

muerto a manos del marido de su<br />

amante.<br />

que prácticamente no la dejaba salir<br />

de casa, salvo para comprar la comida.<br />

Un día el marido descubrió a los<br />

dos amantes juntos y, en un ataque de<br />

rabia, mató al muchacho. La joven,<br />

María creo que se llamaba, intentó<br />

escapar, pero su marido la alcanzó y<br />

la encerró en casa sin dejarla salir<br />

para nada en absoluto. Aún así, María<br />

se escapaba todas las noches para<br />

20<br />

El enterrador pensó que su amante<br />

había sido María, aunque parecía<br />

imposible ya que la muchacha que él<br />

había visto no tendría más de veinticinco<br />

años.<br />

Como no le encontraba mucho<br />

sentido a sus razonamientos, decidió<br />

ir en busca de la vecina que le había<br />

dicho que sabía una historia acerca de<br />

la tumba para que se la contase. La<br />

encontró en su casa dando de comer<br />

a su gato.<br />

-Perdóneme usted, señora, pero<br />

me preguntaba si no podría contarme<br />

la historia que me dijo el otro día que<br />

le contaba su abuela.<br />

-¿A qué historia te refieres? ¡Ah,<br />

ya sé! A la de la tumba del cementerio<br />

¿no es así? -Pedro asintió-, Pues<br />

bien, mi abuela me solía contar que<br />

allí está enterrado el amante de una<br />

hermosa joven casada con un bruto<br />

hablar con su amado, le prometía que<br />

algún día estarían juntos sin necesidad<br />

de preocuparse por nada, y, al<br />

marcharse, María dejaba una rosa<br />

roja en la tumba. Según pasaban los<br />

días, María sufría más la marcha de<br />

su amante. Su marido, que no era<br />

tonto, enseguida se dio cuenta y,<br />

mientras la tristeza de la joven se<br />

hacía mayor, también empeoraba el<br />

comportamiento de su marido hacia<br />

ella.<br />

Una noche, al llegar a casa, María<br />

no aguantó más y se suicidó para así<br />

poder ir en busca de su amado, pero<br />

cuando el marido despertó al día<br />

siguiente y la vio muerta lo comprendió<br />

todo. Tenía muy claro que no<br />

podía dejar que los dos amantes se<br />

saliesen con la suya: ¡María le pertenecía!<br />

En los días que siguieron a la<br />

muerte de su esposa, se volvió loco.<br />

No quería enterrar el cadáver, ¡lo<br />

seguía encerrando en la casa! Las

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