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18 ROSAS ROJAS oy, al levantarme, me he acordado de una vieja historia que me contó un enterrador de un pequeño cementerio de Sevilla. Yo me había dirigido allí al enterarme de que había muerto la madre de un amigo, pero cuando llegué ya no quedaba nadie en el cementerio aparte del enterrador, por lo que le tuve que preguntar al hombre en cuestión dónde estaban las personas que debían haber ido al entierro. -¿Un entierro? ¿Aquí? Es imposible, aquí no viene nadie desde que se descubrió muerto a un antiguo enterrador. Era invierno, hacía frío, un frío que paralizaba y helaba la sangre de todo aquel que se atreviese a salir de su casa. En el cementerio casi nunca había nadie, aparte del solitario enterrador. Por eso le extrañó a Pedro, el joven que desarrollaba ese trabajo, ver cómo una mujer se abría paso entre la niebla de ese lugar hasta llegar a una tumba, sobre la que depositó una rosa roja. Pedro no pudo evitar fijarse en ella: era hermosa, muy hermosa, pero transmitía una tristeza sobrecogedora. En sus ojos, atentos a todo lo que se I movía en la niebla que se había posado delicadamente sobre las lápidas, se podía ver el miedo que le producía estar en ese lugar. El enterrador se quiso acercar a ella pero, en cuanto la mujer oyó el ruido de sus pisadas, salió corriendo con una expresión de terror en el rostro. Movido por la curiosidad, Pedro se acercó a la tumba sobre la que la hermosa mujer había dejado la rosa. La lápida no tenía ningún nombre grabado, únicamente constaba una frase: "Pronto estaremos juntos". II Desde aquella noche, Pedro no podía dejar de pensar en la misteriosa mujer y en la tumba en la que no aparecía nombre alguno. Esperaba todas las noches cerca del lugar en el que se encontraba cuando vio a la mujer, con la esperanza de que volviese, pero ella no aparecía. La curiosidad por saber quién era la mujer y qué hacía allí se acabó convirtiendo en obsesión. Muchos vecinos iban al cementerio a visitar la tumba de algún ser querido; Pedro aprovechaba la ocasión y preguntaba a todo el que a la tumba se acercaba si sabía quién reposaba en ella. De todos los vecinos obtenía la misma respuesta: -No lo sé, esta tumba lleva aquí desde que tengo uso de razón. Pedro empezaba ya a creer que nunca podría saber nada de la mujer, cuando una de las más ancianas vecinas del pueblo, al hacerle la pregunta que tenía por costumbre formular, le respondió algo que alimentó más su curiosidad:

formularse nuevas preguntas: ¿la mujer de la rosa de la historia de la anciana sería la misma que él había visto? ¿Cómo era posible que cambiase la escritura de una lápida? Al no poder encontrar la respuesta a ninguna de estas preguntas, se prometió mantenerse despierto toda la noche para ver a la mujer, pues, aunque no la había visto ninguna de los días anteriores, estaba convencido de que la mujer acudía siempre. Esa noche la volvería a ver. III -Esta tumba lleva aquí muchos años y nunca nadie ha sabido decir el nombre de la persona aquí enterrada -le dijo la anciana como el resto de vecinos-. Cuando yo era niña mi abuela me contaba una historia sobre la inscripción que consta en ella, pero me parece recordar que la frase era "Siempre te querré"… perdona hijo, mi memoria no es lo que era… pero de lo que sí estoy segura es de que, en la historia de mi abuela, aparecía una mujer que dejaba todas las noches una flor en… -¿Una mujer? -dijo sorprendido Pedro- y dígame usted, señora, esa flor que dejaba, ¿no sería por casualidad una rosa roja? -Pues… no estoy segura, pero ahora que lo dices… creo que sí… ¡Sí! Sin ninguna duda te puedo decir que la flor era una rosa roja. Pedro le dio vueltas a la conversación con la vecina durante muchos días, pero lo único que conseguía era Consiguió quedarse despierto bebiendo varias tazas de café durante todo el día y, al caer la noche, se situó en el lugar desde donde la había visto. Esperó y esperó, pero la mujer no aparecía. Pasaron las dos de la mañana, las tres, las cuatro, y nadie llegaba al cementerio. De pronto, Pedro escuchó un sonido de pisadas, y allí estaba ella, tan hermosa como la recordaba. Esta vez Pedro se acercó más silenciosamente que la otra vez, por lo que no le oyó, y se escondió tras una lápida al oír que decía algo. -No te preocupes querido, un día mi marido se cansará de tenerme atrapada sin poder ir contigo y me dejará marchar, te lo aseguro. Y así tú y yo, Adolfo y María, después de esperar tanto y tanto tiempo, podremos estar juntos para toda la eternidad. Y diciendo esto, la mujer, María, depositó la rosa y se alejó sin darle a Pedro la oportunidad de decirle nada. Pero Pedro ya tenía algo, sus nombres: María y Adolfo. Un poco apena- 19

18<br />

ROSAS ROJAS<br />

oy, al levantarme, me he acordado<br />

de una vieja historia que<br />

me contó un enterrador de un pequeño<br />

cementerio de Sevilla.<br />

Yo me había dirigido allí al enterarme<br />

de que había muerto la madre de<br />

un amigo, pero cuando llegué ya no<br />

quedaba nadie en el cementerio aparte<br />

del enterrador, por lo que le tuve<br />

que preguntar al hombre en cuestión<br />

dónde estaban las personas que<br />

debían haber ido al entierro.<br />

-¿Un entierro? ¿Aquí? Es imposible,<br />

aquí no viene nadie desde que se<br />

descubrió muerto a un antiguo enterrador.<br />

Era invierno, hacía frío, un frío que<br />

paralizaba y helaba la sangre de todo<br />

aquel que se atreviese a salir de su<br />

casa. En el cementerio casi nunca<br />

había nadie, aparte del solitario enterrador.<br />

Por eso le extrañó a Pedro, el<br />

joven que desarrollaba ese trabajo,<br />

ver cómo una mujer se abría paso<br />

entre la niebla de ese lugar hasta llegar<br />

a una tumba, sobre la que depositó<br />

una rosa roja.<br />

Pedro no pudo evitar fijarse en<br />

ella: era hermosa, muy hermosa, pero<br />

transmitía una tristeza sobrecogedora.<br />

En sus ojos, atentos a todo lo que se<br />

I<br />

movía en la niebla que se había posado<br />

delicadamente sobre las lápidas,<br />

se podía ver el miedo que le producía<br />

estar en ese lugar.<br />

El enterrador se quiso acercar a<br />

ella pero, en cuanto la mujer oyó el<br />

ruido de sus pisadas, salió corriendo<br />

con una expresión de terror en el rostro.<br />

Movido por la curiosidad, Pedro se<br />

acercó a la tumba sobre la que la hermosa<br />

mujer había dejado la rosa. La<br />

lápida no tenía ningún nombre grabado,<br />

únicamente constaba una frase:<br />

"Pronto estaremos juntos".<br />

II<br />

Desde aquella noche, Pedro no<br />

podía dejar de pensar en la misteriosa<br />

mujer y en la tumba en la que no aparecía<br />

nombre alguno. Esperaba todas<br />

las noches cerca del lugar en el que<br />

se encontraba cuando vio a la mujer,<br />

con la esperanza de que volviese,<br />

pero ella no aparecía.<br />

La curiosidad por saber quién era<br />

la mujer y qué hacía allí se acabó convirtiendo<br />

en obsesión. Muchos vecinos<br />

iban al cementerio a visitar la<br />

tumba de algún ser querido; Pedro<br />

aprovechaba la ocasión y preguntaba<br />

a todo el que a la tumba se acercaba<br />

si sabía quién reposaba en ella.<br />

De todos los vecinos obtenía la<br />

misma respuesta:<br />

-No lo sé, esta tumba lleva aquí<br />

desde que tengo uso de razón.<br />

Pedro empezaba ya a creer que<br />

nunca podría saber nada de la mujer,<br />

cuando una de las más ancianas vecinas<br />

del pueblo, al hacerle la pregunta<br />

que tenía por costumbre formular, le<br />

respondió algo que alimentó más su<br />

curiosidad:

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