Realidad, razón, libertad: las raíces del sentido religioso - Pontificia ...

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09.11.2014 Views

Preguntas de este tipo, que para el hombre de hoy podrían parecer ingenuas, no lo eran para un estudioso del siglo XVII, para quien la verdad del conocimiento natural necesariamente debía coincidir con lo presentado en las Sagradas Escrituras, en la Biblia. Y, desde este punto de vista, Galileo también pensaba lo mismo: hay una correspondencia exacta entre las dos verdades, porque la naturaleza y Las Escrituras no pueden contradecirse. “Cuanto a hacer falsas a las Escrituras – escribe en un apunte de 1615 – esto no es y nunca será la intención de los astrónomos católicos como nosotros, de hecho, nuestra opinión es que las Escrituras concuerdan perfectamente con las verdades naturales demostradas”. 21 En efecto, es una exigencia propia del método de Galileo la de no poner distinciones entre el enfoque científico para las cuestiones naturales y la reflexión teológica sobre la naturaleza: son los dos caminos mediante los que se conoce la realidad – que tienen su origen en el único “Verbo divino”, como dirá en la famosa Carta copernicana dirigida a la Señora Cristina di Lorena (Gran Duquesa Madre de Toscana) – y nunca pueden contradecirse, aunque procedan de modalidades diferentes. La Biblia, en efecto, siendo “dictado del Espíritu Santo” necesita ser continuamente interpretada y aclarada, mientras la naturaleza, siendo “cuidadosa ejecutora de las órdenes de Dios”, no exige mayores explicaciones, ya que su curso es inexorable e inmutable. Por esta razón, Galileo no podía tomar la sugerencia de Roberto Belarmino de presentar el sistema copernicano como una simple hipótesis. En efecto, para este último, la ciencia – especialmente la astronomía – debía moverse solamente en el plano de las hipótesis desde el momento en que para todo efecto natural siempre habría sido posible dar diferentes explicaciones respecto a la que hoy parecería la más adecuada o la mejor. En este sentido, el sistema copernicano también era visto solamente como una simple hipótesis de explicación matemática del universo. En cambio, para Galileo, la ciencia astronómica experimental nos provee el carácter necesario de la misma realidad natural. Efectivamente, el horizonte científico y cultural de la época era sustancialmente unitario y no permitía fragmentaciones. Sin embargo, analizando con mayor profundidad, este es el mismo error que cometen los teólogos de la época: en efecto, ellos también creían que había una identidad sustancial entre la estructura de la realidad natural y lo que la Biblia decía sobre este punto. Además, no parece que los teólogos tuvieran los criterios epistemológicos para distinguir 21 Galilei, Opere, vol. V, p. 367.

formalmente las Sagradas Escrituras de su interpretación. Más bien, al contrario, la exigencia contrarreformista de la época había acentuado de modo excesivo la exégesis literal de los textos sagrados. Parece así que entre científicos, y los filósofos y teólogos se produjera un verdadero corto circuito: por una parte, la teología (y, de modo particular, Belarmino), con la invitación a considerar el sistema copernicano como una hipótesis, afirma la idea de relatividad de las teorías científicas propia de la epistemología contemporánea; por otra parte, la ciencia (y, de modo particular, Galileo) se muestra muy prudente al llamar a que se practique una distinción entre lo que está escrito en la Biblia y el comentario a los mismos pasajes bíblicos. Por lo tanto, se podría decir que en el “caso Galileo” se ha realizado una verdadera inversión de roles: Belarmino tiene toda la razón cuando hace el papel de científico, Galileo cuando hace el papel de teólogo. En todo caso, Galileo no puede ser considerado un santo (como desearía una cierta apologética cristiana), ni un mártir del libre pensamiento (como desearía una cierta vulgata positivista, aún en boga en algunos círculos humanísticos actuales). Como dice Juan Pablo II, en su discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias del 31 de octubre de 1992: “En dicha perspectiva, el caso Galileo era el símbolo del supuesto rechazo, por parte de la Iglesia, del progreso científico, o bien del oscurantismo “dogmático” opuesto a la libre búsqueda de la verdad. Este mito ha jugado un rol cultural considerable; esto ha contribuido a fijar la idea en muchos hombres de ciencia y de buena fe, que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia, por un lado, y la fe cristiana, por el otro”. 22 Entonces, el rol jugado por Galileo en el clima cultural de la modernidad y, podemos decir, de la post modernidad, ha sido el de alimentar una fractura: fractura que históricamente no puede ser documentada de ninguna manera en el caso de Galileo. Es, como dice el Papa sin darle muchas vueltas a la frase, un mito cultural considerable. Y luego continúa: “Una incomprensión trágica y recíproca ha sido interpretada como el reflejo de una oposición constitutiva entre ciencia y fe”. 23 Una “incomprensión trágica y recíproca”: aquí Juan Pablo II afirma un hecho indiscutible, ya que por una parte declara como “trágico” (y quisiera resaltar la palabra trágico, que quizás por la prisa no siempre es considerada) el error cometido por los teólogos de aquel tiempo al 22 Discorso di Giovanni Paolo II ai partecipanti alla Sessione Plenaria della Pontificia Accademia delle Scienze (31 ottobre 1992) publicado en, Papal Addresses to the Pontifical Academy of Sciences 1917-2002, Città del Vaticano, Pontifical Academy of Sciences, 2003, p. 339. 23 Ibídem.

Preguntas de este tipo, que para el hombre de hoy podrían parecer<br />

ingenuas, no lo eran para un estudioso <strong>del</strong> siglo XVII, para quien la<br />

verdad <strong>del</strong> conocimiento natural necesariamente debía coincidir con lo<br />

presentado en <strong>las</strong> Sagradas Escrituras, en la Biblia. Y, desde este punto<br />

de vista, Galileo también pensaba lo mismo: hay una correspondencia<br />

exacta entre <strong>las</strong> dos verdades, porque la naturaleza y Las Escrituras no<br />

pueden contradecirse.<br />

“Cuanto a hacer falsas a <strong>las</strong> Escrituras – escribe en un apunte<br />

de 1615 – esto no es y nunca será la intención de los<br />

astrónomos católicos como nosotros, de hecho, nuestra opinión<br />

es que <strong>las</strong> Escrituras concuerdan perfectamente con <strong>las</strong><br />

verdades naturales demostradas”. 21<br />

En efecto, es una exigencia propia <strong>del</strong> método de Galileo la de no poner<br />

distinciones entre el enfoque científico para <strong>las</strong> cuestiones naturales y la<br />

reflexión teológica sobre la naturaleza: son los dos caminos mediante los<br />

que se conoce la realidad – que tienen su origen en el único “Verbo<br />

divino”, como dirá en la famosa Carta copernicana dirigida a la Señora<br />

Cristina di Lorena (Gran Duquesa Madre de Toscana) – y nunca pueden<br />

contradecirse, aunque procedan de modalidades diferentes. La Biblia, en<br />

efecto, siendo “dictado <strong>del</strong> Espíritu Santo” necesita ser continuamente<br />

interpretada y aclarada, mientras la naturaleza, siendo “cuidadosa<br />

ejecutora de <strong>las</strong> órdenes de Dios”, no exige mayores explicaciones, ya<br />

que su curso es inexorable e inmutable.<br />

Por esta <strong>razón</strong>, Galileo no podía tomar la sugerencia de Roberto<br />

Belarmino de presentar el sistema copernicano como una simple<br />

hipótesis. En efecto, para este último, la ciencia – especialmente la<br />

astronomía – debía moverse solamente en el plano de <strong>las</strong> hipótesis<br />

desde el momento en que para todo efecto natural siempre habría sido<br />

posible dar diferentes explicaciones respecto a la que hoy parecería la<br />

más adecuada o la mejor. En este <strong>sentido</strong>, el sistema copernicano<br />

también era visto solamente como una simple hipótesis de explicación<br />

matemática <strong>del</strong> universo. En cambio, para Galileo, la ciencia astronómica<br />

experimental nos provee el carácter necesario de la misma realidad<br />

natural. Efectivamente, el horizonte científico y cultural de la época era<br />

sustancialmente unitario y no permitía fragmentaciones.<br />

Sin embargo, analizando con mayor profundidad, este es el mismo error<br />

que cometen los teólogos de la época: en efecto, ellos también creían<br />

que había una identidad sustancial entre la estructura de la realidad<br />

natural y lo que la Biblia decía sobre este punto. Además, no parece que<br />

los teólogos tuvieran los criterios epistemológicos para distinguir<br />

21 Galilei, Opere, vol. V, p. 367.

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