Realidad, razón, libertad: las raíces del sentido religioso - Pontificia ...
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tiene su fundamento en la constatación que solo en la práctica de la<br />
comunión la persona aprende a concebirse y a hacer experiencia de la<br />
propia naturaleza de “yo en relación”.<br />
Conclusiones<br />
Con estos breves análisis de <strong>las</strong> encíclicas sociales de Juan Pablo II<br />
hemos podido comprender su logrado intento de extender el depósito de<br />
<strong>las</strong> enseñanzas de la Tradición apostólica, declinándolo en <strong>las</strong> formas<br />
más oportunas, de acuerdo con el nuevo contexto histórico en que se<br />
encuentra a actuar. La originalidad de su contribución a la doctrina social<br />
de la Iglesia está, a mi juicio, en su gran capacidad de evidenciar los<br />
aspectos peculiares <strong>del</strong> mensaje social que se derivan de los textos<br />
bíblicos y evangélicos, y en el desarrollo de los principios éticos<br />
enucleados por sus predecesores. El ejemplo más clamoroso es, sin<br />
duda, el énfasis que Juan Pablo II ha puesto en la dimensión subjetiva<br />
<strong>del</strong> trabajo humano. Mientras León XIII y los papas siguientes insistieron<br />
en la necesidad de proveer condiciones de trabajo decentes para los<br />
obreros, Juan Pablo II valora también el acto mismo de trabajar. Esta<br />
atención a la dinámica <strong>del</strong> actuar está en relación con la apertura <strong>del</strong><br />
joven filósofo y teólogo Karol Wojtyla hacia algunos aspectos de la<br />
fenomenología. Para Wojtyla, el encuentro con la verdad en un<br />
acontecimiento real puede acontecer en cualquier momento de la vida,<br />
incluso en el trabajo. En esta perspectiva, Juan Pablo II no propone una<br />
alternativa a la metodología y a la praxis “estáticas” <strong>del</strong> tomismo, que se<br />
basaban en el análisis razonable de <strong>las</strong> causas que mueven lo real, sino<br />
que trata de enriquecer<strong>las</strong> e integrar<strong>las</strong> de alguna manera al esfuerzo de<br />
buscar la verdad de la vida económica y social de la persona individual,<br />
de los distintos pueblos y de la entera familia humana.<br />
Los que pintan la enseñanza económico-social de Juan Pablo II como<br />
una ruptura con el pasado de la Tradición de la Iglesia, cometen el<br />
mismo error de los que interpretan el Concilio Vaticano II como un<br />
evento de cambio radical de la posición de la Iglesia en materia doctrinal,<br />
pastoral y litúrgica. En ambos casos existen indiscutibles y, a veces,<br />
relevantes innovaciones formales, finalizadas a la transmisión más eficaz<br />
<strong>del</strong> mensaje cristiano a los hombres <strong>del</strong> tiempo presente. Sin embargo,<br />
estas innovaciones no llegan a modificar el contenido sustancial <strong>del</strong><br />
mensaje mismo, ni invalidan la bondad de <strong>las</strong> formas adoptadas<br />
anteriormente por la Iglesia (Bryan, 1993). Estas interpretaciones,<br />
distorsionadas y superficiales, acontecen mayormente debido a que, en<br />
lugar de basarse en el análisis directo de los documentos, se apoyan en<br />
reconstrucciones periodísticas engañosas o en una literatura secundaria<br />
no confiable. Diversamente, de cualquier otra institución, la autoridad de<br />
la Iglesia Católica, desde hace dos mil años, con el paso de un pontífice