Realidad, razón, libertad: las raíces del sentido religioso - Pontificia ...
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muchos siglos después que Mario Vitorino: “Es como si me hubieran<br />
devuelto mi propio yo”.<br />
3. Cristo educa el <strong>sentido</strong> <strong>religioso</strong><br />
Cristo viene a darnos nuestro propio yo, a devolvernos nuestro propio yo<br />
con una plenitud que nosotros no podíamos imaginar. Por eso, porque es<br />
Él el objeto de aquello que buscamos, <strong>del</strong> <strong>sentido</strong> <strong>religioso</strong>, Cristo puede<br />
educar constantemente el <strong>sentido</strong> <strong>religioso</strong>; precisamente porque lo<br />
desvela y lo aclara, también lo puede educar. Nosotros entendemos así<br />
el porqué de la encarnación. El objetivo para el que Dios se hizo hombre<br />
(lo que hemos celebrado en Navidad) es desvelar y educar al hombre en<br />
el <strong>sentido</strong> <strong>religioso</strong>, porque el <strong>sentido</strong> <strong>religioso</strong> es exactamente el punto<br />
de partida que tiene el hombre ante toda la realidad y ante el Misterio que<br />
lo hace. Por eso seguir a Cristo es estar en <strong>las</strong> mejores condiciones para<br />
afrontar la realidad y caminar hacia el destino <strong>del</strong> mejor modo posible,<br />
esto es la salvación tal como la entiendo aquí, no en el <strong>sentido</strong> definitivo<br />
<strong>del</strong> término sino en el <strong>sentido</strong> que indica la disposición para estar <strong>del</strong>ante<br />
de la realidad. Si uno sigue a Cristo está en <strong>las</strong> mejores condiciones para<br />
afrontar el problema de su destino.<br />
En muchas ocasiones, todos lo podemos reconocer en nuestra<br />
experiencia, decaen en nosotros estas exigencias vivas y despiertas y<br />
entonces nos confundimos. Es mucho más fácil confundirse. Solo cuando<br />
tenemos todas <strong>las</strong> exigencias, todo nuestro <strong>sentido</strong> <strong>religioso</strong>, toda<br />
nuestra humanidad despierta, podemos no confundirnos. Si no existiera<br />
una presencia histórica que como con Juan y Andrés nos despierta<br />
constantemente, ¿qué es lo que haríamos? Pues sucumbir a la<br />
confusión. No hace falta que ninguno de nosotros lo demuestre. Nosotros<br />
tenemos constantemente esta experiencia; por eso, si el cristianismo no<br />
es vivido según su naturaleza histórica, de una presencia carnal, a través<br />
de una comunidad cristiana, es reducido solo al sentimiento, a una<br />
espiritualidad vaga, a algo etéreo, sin la capacidad de despertarnos<br />
constantemente el co<strong>razón</strong> y, por tanto, de salvarnos de esta reducción a<br />
la que nosotros normalmente sucumbimos. Esto demuestra la necesidad<br />
que tenemos.<br />
¿Cómo podemos ser educados hoy en el <strong>sentido</strong> <strong>religioso</strong>? Participando<br />
de la vida, de esa realidad donde Cristo sigue siendo contemporáneo: la<br />
Iglesia. Porque la función de la Iglesia en el mundo no es otra cosa que<br />
la de Cristo: educar al hombre al <strong>sentido</strong> <strong>religioso</strong>, es esta pasión.