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Realidad, razón, libertad: las raíces del sentido religioso - Pontificia ...

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mismo modo. ¿Por qué tantas veces estamos confusos? Porque no<br />

usando el criterio, el detector que el Misterio ha puesto en nuestra propia<br />

naturaleza para descubrir cuándo es verdad y cuándo no, caemos en la<br />

confusión. Y esto, ¿a qué nos lleva? A veces, como nos sentimos<br />

engañados porque la realidad nos promete algo que después no cumple,<br />

poco a poco nos desinteresamos y dudamos de que exista algo que<br />

verdaderamente pueda cumplir todas <strong>las</strong> exigencias <strong>del</strong> co<strong>razón</strong>. Por eso<br />

es tan fácil llegar a ser escépticos. Yo os desafío: pensemos a cuántas<br />

personas adultas conocemos que no sean escépticas, que cuando ven a<br />

sus hijos con todas <strong>las</strong> exigencias vivas, dicen: «Bueno, la vida te pondrá<br />

en tu sitio», esperando el momento en que uno renuncie a todas <strong>las</strong><br />

exigencias que tiene.<br />

Es aquí donde uno se da cuenta de que todos los intentos que hacemos<br />

no consiguen darnos aquello que deseamos (y cada uno de nosotros lo<br />

puede percibir en sí mismo). Es como si la primera cuestión de la vida<br />

fuera darnos cuenta que el Misterio nos ha hecho con una desproporción<br />

tan grande, con un deseo tan inmenso, con un deseo de infinito, que,<br />

como decía otro literato italiano, Cesare Pavese, «lo que buscamos en<br />

los placeres [hasta en los placeres], es el infinito y nadie renunciaría a la<br />

esperanza de conseguir esta infinitud”. La religiosidad coincide con este<br />

deseo: no es para los que no tienen otra cosa que hacer, no es para los<br />

sentimentales, no es para los píos. La religiosidad coincide con el<br />

máximo de la expresión humana. ¡Qué degradación de la religiosidad a<br />

sentimiento y a irracional o a fundamentalismo contra la exigencia de la<br />

<strong>razón</strong>! Esto sucede por haber reducido la religiosidad a lo que tantas<br />

veces la vemos reducida. Pero ésta es solo una caricatura, ésta no es la<br />

religiosidad, la religiosidad coincide con la exigencia más profunda de<br />

plenitud <strong>del</strong> yo de cada uno de nosotros; por eso coincide con su<br />

naturaleza racional, con esta exigencia exhaustiva, sin fin, de la <strong>razón</strong><br />

humana.<br />

Pero, a veces, cuando los hombres con nuestra fragilidad no lo<br />

encontramos y decaemos, decaemos en la confusión, nos viene el grito,<br />

el grito que trascurre, que atraviesa toda la historia humana desde los<br />

paganos. « ¡Zeus mándanos un cambio!», decían los paganos, porque si<br />

no lo mandas tú, nosotros no podemos encontrarlo. O cuando Platón<br />

decía: si tú no nos mandas algo para poder atravesar el piélago (porque<br />

ponía el ejemplo de la vida como atravesar un lago), si tú no nos mandas<br />

algo nosotros, ¿qué podemos hacer? Pues con los instrumentos que<br />

tenemos, con lo que encontramos en la vida, intentamos vivir lo mejor<br />

posible. Pero, ¡cómo nos gustaría que no corriéramos riesgos, poder

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