JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

dspace.uces.edu.ar
from dspace.uces.edu.ar More from this publisher
08.11.2014 Views

Conflictos de valores y de intereses. Dos límites de la ética del discurso los fundamentos de sus propios valores. Puede permanecer encerrado en una torre de marfil, pero esta incomunicación es cada vez menos posible en la sociedad contemporánea, y la interacción inevitable con los otros tiende a ser necesariamente conflictiva. La conflictividad del fundamentalismo es irreductible, o insoluble, y puede llegar hasta las formas más despiadadas de violencia, porque en su forma extrema juzga otras formas de vida como antinaturales, no humanas, o impías y maldecidas por Dios, por lo tanto como sociedades y sujetos disvaliosos y enemigos de la fe o de la humanidad que deben ser eliminados. Las descripciones más crudamente realistas que conozco de estas formas de fundamentalismo son las de dos autores tan diferentes como Carl Schmit y de Richard Rorty. Tiene razón Rorty en que frente a esta situación el diálogo queda fuera de juego y nada puede hacer la argumentación racional. Como no hay premisas comunes del razonamiento, nada se puede demostrar, pero cabe por lo menos mostrar los valores de otras formas de vida, apelando a la intuición y el sentimiento de este mudo interlocutor. En lo que se equivoca este autor es al pensar que todas las diferencias y conflictos de valores se plantean de esta manera, porque las culturas son siempre como mónadas cerradas sobre sí mismas e incomunicables. Pero esta es otra discusión que nos enfrenta con la postura bien diferente del contextualismo y el relativismo. En las sociedades actuales, en las que no existe ya aquella homogeneidad cultural de las comunidades premodernas, predomina una dinámica de diferenciación y movilidad interna, y de apertura e intercambio, que favorece el creciente pluralismo de los valores y formas de vida. En este contexto adquiere una relativa validez la reflexión metaética según la cual las concepciones de la vida buena de las diferentes tradiciones culturales, apoyadas en sus concepciones antropológicas y en sus creencias metafísico-religiosas, etc., solamente pueden ofrecer fundamentaciones relativas de la ética, porque dependen de esas creencias y valores particulares, que no pueden presuponerse como universalmente válidos y reconocidos por todos. La hermenéutica y el contextualismo reafirman esta vinculación de los valores culturales y de la “ética” con la identidad particular, histórica, de cada comunidad. El relativismo moral asume a menudo la forma de una teoría rudimentaria sobre el lenguaje valorativo y normativo (relativismo metaético) y sostiene la tesis de que este tipo de enunciados se deben comprender solamente como expresivos de los sentimientos del hablante, o de ciertos determinantes históricos contingentes y de las creencias particulares de una cultura. No tiene sentido, por la tanto, pretender una justificación racional de la validez objetiva y universal de los principios y juicios morales. Esta forma de relativismo que está representado por el emotivismo ético tiene en su base una teoría del lenguaje moral como lenguaje expresivo, que manifiesta vivencias o sentimientos del propio sujeto hablante, o de su grupo 544

Julio De Zan de pertenencia, pero carece de significado objetivo. Parece por lo tanto que las expresiones valorativas, si son sinceras, son siempre verdaderas, cualquiera sea su contenido. Pero por otro lado, al carecer de referencia objetiva, no pueden ser ni verdaderas ni falsas, por cuanto no afirman ni niegan nada con respecto al mundo objetivo, y por lo tanto no pueden dar lugar a un discurso racional. La estrategia argumentativa de la ED puede triunfar sobre esta posición porque, aunque ella no plantea ninguna pretensión de validez para sus enunciados morales, sostiene la pretensión de validez de su propia teoría sobre estos enunciados, y no puede negarse de manera consistente a ingresar en el terreno del discurso teórico sobre la ética. Otras veces el relativismo moral se presenta además como una posición normativa acerca de qué actitudes debemos asumir frente a las prácticas de otras personas y grupos humanos que se orientan por valores incompatibles con los que nosotros aceptamos y sostiene que es incorrecto juzgar sus prácticas o discutir sus valores conforme a nuestros criterios morales (relativismo normativo), por cuanto nuestros propios valores son tan relativos como los de ellos. El relativismo moral se suele asociar con la actitud de la tolerancia y el respeto de las diferencias. Pero los principios de la tolerancia y del respeto de las diferencias son verdaderos principios morales que deben observarse en toda sociedad, y el relativista niega la pretensión de validez universal de tales principios morales. (El relativista normativo debería tolerar por lo tanto al intolerante y, conforme a su concepción metaética, no podría defender tampoco mediante un discurso su propia actitud de tolerancia frente a la impugnación de dogmatismos fundamentalistas). El no relativista en cambio, que sostiene la posibilidad de la justificación racional de “verdades” morales objetivas universalmente válidas, puede justificar el deber de la tolerancia y del respeto de la alteridad como principios morales (¡sin desconocer por cierto que existen muchas concepciones no relativistas que son dogmáticas e intolerantes!). El sentido de la tolerancia no es patrimonio exclusivo de los relativistas, y puede sostenerse de manera más consistente en el contexto de una ética no relativista. Ciertas interpretaciones y prácticas de la propia ética discursiva pueden ser también causas de un tipo especial de conflictividad y de intolerancia, o puede ser juzgada de este modo por el relativismo normativo. Este riesgo tiene su raíz en la pragmática universal, o trascendental del lenguaje que es uno de sus presupuestos teóricos fundamentales, y en la pretensión de validez universal, que es inherente al uso comunicativo del lenguaje. Este problema se plantea especialmente a partir de algunas formulaciones sobre la comprensión del sentido y sobre la interna vinculación de sentido y validez en la teoría del significado de Habermas. 545

Conflictos de valores y de intereses. Dos límites de la ética del discurso<br />

los fundamentos de sus propios valores. Puede permanecer encerrado en<br />

una torre de marfil, pero esta incomunicación es cada vez menos posible en<br />

la sociedad contemporánea, y la interacción inevitable con los otros tiende<br />

a ser necesariamente conflictiva. La conflictividad del fundamentalismo es<br />

irreductible, o insoluble, y puede llegar hasta las formas más despiadadas<br />

de violencia, porque en su forma extrema juzga otras formas de vida<br />

como antinaturales, no humanas, o impías y maldecidas por Dios, por lo<br />

tanto como sociedades y sujetos disvaliosos y enemigos de la fe o de la<br />

humanidad que deben ser eliminados. Las descripciones más crudamente<br />

realistas que conozco de estas formas de fundamentalismo son las de dos<br />

autores tan diferentes como Carl Schmit y de Richard Rorty.<br />

Tiene razón Rorty en que frente a esta situación el diálogo queda fuera de<br />

juego y nada puede hacer la argumentación racional. Como no hay premisas<br />

comunes del razonamiento, nada se puede demostrar, pero cabe por lo<br />

menos mostrar los valores de otras formas de vida, apelando a la intuición<br />

y el sentimiento de este mudo interlocutor. En lo que se equivoca este autor<br />

es al pensar que todas las diferencias y conflictos de valores se plantean<br />

de esta manera, porque las culturas son siempre como mónadas cerradas<br />

sobre sí mismas e incomunicables. Pero esta es otra discusión que nos enfrenta<br />

con la postura bien diferente del contextualismo y el relativismo.<br />

En las sociedades actuales, en las que no existe ya aquella homogeneidad<br />

cultural de las comunidades premodernas, predomina una dinámica de diferenciación<br />

y movilidad interna, y de apertura e intercambio, que favorece<br />

el creciente pluralismo de los valores y formas de vida. En este contexto adquiere<br />

una relativa validez la reflexión metaética según la cual las concepciones<br />

de la vida buena de las diferentes tradiciones culturales, apoyadas<br />

en sus concepciones antropológicas y en sus creencias metafísico-religiosas,<br />

etc., solamente pueden ofrecer fundamentaciones relativas de la ética,<br />

porque dependen de esas creencias y valores particulares, que no pueden<br />

presuponerse como universalmente válidos y reconocidos por todos. La<br />

hermenéutica y el contextualismo reafirman esta vinculación de los valores<br />

culturales y de la “ética” con la identidad particular, histórica, de cada<br />

comunidad. El relativismo moral asume a menudo la forma de una teoría<br />

rudimentaria sobre el lenguaje valorativo y normativo (relativismo metaético)<br />

y sostiene la tesis de que este tipo de enunciados se deben comprender<br />

solamente como expresivos de los sentimientos del hablante, o de ciertos<br />

determinantes históricos contingentes y de las creencias particulares de<br />

una cultura. No tiene sentido, por la tanto, pretender una justificación racional<br />

de la validez objetiva y universal de los principios y juicios morales. Esta<br />

forma de relativismo que está representado por el emotivismo ético tiene<br />

en su base una teoría del lenguaje moral como lenguaje expresivo, que manifiesta<br />

vivencias o sentimientos del propio sujeto hablante, o de su grupo<br />

544

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!