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JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

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El fundamento de la conflictividad moral y la legitimidad de su correspondencia práctica<br />

producto de la inteligencia-, pero exige estar y ser en un mundo, ser parte<br />

constituyente de un universo de valores. La cultura a la que pertenecemos<br />

y desde la cual nos comunicamos es, en definitiva, la objetivación de<br />

este universo simbólico, aunque sea actuado y vivido sin la conciencia de<br />

su entera configuración. Es, por otra parte, la manera en que el hombre<br />

“resuelve” el conflicto de su condición inevitablemente contingente. Por<br />

eso el “a priori de la conflictividad” en la ética no puede hallar su lugar,<br />

su fundamentación, en las condiciones trascendentales del discurso si<br />

no se lo descubre previamente en la condición ontológica de la existencia.<br />

Sin embargo, aquí no es menester presuponer algún tipo de entidad<br />

particular, pensada “más allá” o “más acá” de la argumentación. Se trata<br />

de dar cuenta fenomenológicamente del carácter contingente de nuestra<br />

existencia para advertir porqué necesariamente se nos plantea un a priori<br />

de la conflictividad en la cuestión ética. Así, la radicalidad a que se orienta<br />

la búsqueda del ”fundamento último” de la ética es paradójicamente<br />

lo “ya siempre” de “esa “estructura conflictiva” de la condición humana<br />

aprehendida integralmente; es por eso que constituye un juego sin reglas<br />

y sin fin no considerarla ontológicamente. La “perpetua tendencia humana<br />

al conflicto” de la que hablaba Nicolai Hartmann en el volumen 2 de su<br />

Ética, 16 confrontada igualmente por la tendencia armónica de abrazarlo,<br />

absorberlo y resolverlo, halla su inteligibilidad en lo que he venido llamando<br />

en otros trabajos condición metafísica marginal de la existencia (participamos<br />

del ser sin pertenecer enteramente a él), por lo que el a priori de<br />

la cuestión de la conflictividad ética no es sino la manifestación en la vida<br />

moral de nuestra finitud. Pero, a diferencia de la finitud que comportan los<br />

otros entes del mundo, la finitud humana se revela como ambigüedad de<br />

ser y no ser simultáneamente en la orfandad ontológico estructural de la<br />

historicidad de su condición, porque el movimiento de cada vida humana<br />

aspira en cada acto a traspasar sus propios límites, a completarse en la<br />

“permanencia” de una totalidad de sentido para ser en el mundo. Ahora<br />

bien, la posibilidad de dar una respuesta a la ambigüedad de nuestra<br />

constitución ontológica está en el ejercicio de la libertad, que defino como<br />

la capacidad de constituir un orden de sentido, sea que lo asumamos con<br />

conciencia de la elección o que lo vivamos tal como se nos da. En todos<br />

los casos nos constituimos en y desde un universo axiológico que nos<br />

dispone en la realización de ese mundo mediante el poder, en tanto que<br />

capacidad de realización y objetivación de la libertad 17 .<br />

16<br />

Hartmann, Nicolai: Ethics, Nueva York, MacMillan, 1951, II, 94-5.<br />

17<br />

Para una ampliación de las nociones de libertad y poder conforme las empleo en este texto<br />

puede consultarse: Poder y libertad en la sociedad posmoderna y Lógica de la distopía, ya<br />

referenciadas. A los efectos de contribuir a la comprensión del pasaje y evitar equivocidad con<br />

el uso de esos términos me permito señalar brevemente que en el contexto de mi perspectiva<br />

el poder es la articulación objetiva de la libertad con el mundo, en tanto que la libertad es la///<br />

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