JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

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El fundamento de la conflictividad moral y la legitimidad de su correspondencia práctica reconstrucción reflexiva del fundamento obliga a hacerse cargo de que ningún supuesto pase inadvertido al auténtico filosofar sin que sea, por lo menos, explicitado como punto de partida de nuestra ignorancia sobre la cuestión que nos ocupa. La polémica expresión de Karl Apel, aunque no tenga por ahora otras consecuencias que ese carácter de “polémica expresión”, anuda con nuevos interrogantes el debate de los pensadores que tienen, por decirlo así, un enfoque orientado hacia la posibilidad de una fundamentación de la ética o, como se da en llamar “fundacionista”, por oposición a los “no-fundacionistas” 1 . Cualquiera de estos dos puntos de vista están imposibilitados de negar, sin embargo, un fenómeno más trivial, esto es, que la cuestión ética queda planteada tan pronto se le hace presente al ser humano corriente un conflicto de comportamiento, sea cual fuere la circunstancia y la sociedad a la que pretendamos hacer referencia. Podemos negar la validez de una fundamentación extrafilosófica o, inclusive, la vigencia de valores éticos invariantes, tal vez la oportunidad histórica de una jerarquía de ellos o, entre otros aspectos, su alcance, pero hay algo que ni el escéptico extremo, ni el fundacionista a ultranza (o, mejor, fundamentalista) pueden obviar. Y es el hecho de que el uso de un lenguaje supone ya un plexo axiológico. Para decirlo con todas las letras: el uso de un lenguaje implica eo ipso un ordenamiento significativo del mundo, a partir del cual establecemos un vínculo intersubjetivo con los otros hombres y con la naturaleza en general. Es cierto, como expresan con claridad Maliandi y Thüer 2 , que el “paradigma del lenguaje” asegura automáticamente este vínculo intersubjetivo: “La comunicación lingüística, tanto fonética como gráfica, presupone una comunidad de interlocutores, o, más precisamente, una ‘comunidad ilimitada de comunicación’; el uso de los signos presupone intérpretes de ellos. Con esto resalta la importancia del diálogo y la argumentación”. Empero, si la intersubjetividad está “probada” con este simple hecho, no lo están, si se me permite una perspectiva más acotada, las diferencias que asisten a los hombres en lo que respecta a la cuestión ética. Con otras palabras: el lenguaje presupone una comunidad de interlocutores pero no prueba con ello la “realidad” de las diferencias que nos separan como seres humanos, y menos, lo que solemos considerar en cada caso un comportamiento moral. 1 Ver, entre otros, Maliandi, R. y Thüer, O.: Teoría y praxis de los Principios Bioéticos, Remedios de Escalada, Ediciones de la UNLa, 2008, pág. 16. Cf. Tb. Gracia, Diego: Procedimientos de decisión en ética clínica, Madrid, Triacastela, 2007; Apel, K.-O.: “El problema de la fundamentación filosófica última desde una pragmática trascendental del lenguaje (Ensayo de una metacrítica del ‘racionalismo crítico’)”, incluida en la edición de algunos de sus ensayos con el título de La globalización y una ética de la Responsabilidad, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007, págs. 21 ss. 2 Ibídem, pág. 39. 526

H. Daniel Dei Por otra parte, como espero dar razón en lo que sigue, los juegos lingüísticos son también juegos de poder, generalmente de dominio, y, por tanto, un modo de operar en el mundo. Es obvio que un modo de operar no es nunca aséptico, lleva en su alforja una valoración de la realidad; y no se necesita para aceptar esta aserción debatir aquí la cuestión de lo que sea o no sea lo que mentamos con el término “realidad”, ni negar el alcance de la criticidad y el sentido de esa valoración. Sin duda que el paradigma del lenguaje es necesario para considerar el asunto de que tratamos, pero no basta, no es una “razón suficiente” si no podemos ir más allá en la cuestión de un diálogo fundado en la argumentación, pues sabemos que toda apelación a la argumentación supone la aceptación de ciertas reglas de juego, por lo menos, unos principios compartidos y la recurrencia a un proceso racional de intercambio. Ahora bien, el fenómeno de la intersubjetividad pareciera efectivamente contribuir a dar un paso clave en la dirección de los intentos de fundamentación ética; despeja, por así decir, la condición de posibilidad de la comunicación entre los hombres, aunque más bien sería prudente afirmar que con ello no se constituye necesariamente la factibilidad del vínculo comunicativo. Así, no basta, en mi criterio, entender la fórmula del paradigma del lenguaje para dar cuenta de estas diferencias; diferencias, por otra parte que importan esencialmente mundos culturales diversos y que, por eso mismo, permiten dudar de la posibilidad real en la práctica social de una ética de consensos o de mínimos. En todo caso podría juzgarse si no sería un camino alternativo del pensamiento “tratar de saber” cómo los hombres podemos convivir en el disenso, puesto que en este va de suyo: 1) el carácter intersubjetivo, 2) la diversidad de los mundos culturales a los que pertenecemos y que cada universo lingüístico expresa, y 3) la conflictividad de los intercambios que establecemos. Cualquier enfoque, aun los que tienen hoy el consenso del paradigma en uso de la comunidad académica y el interés de su vigencia especulativa, obligaría entonces, en principio, a interrogarse, si somos consecuentes con el carácter crítico-sistemático de las preguntas filosóficas, sobre la naturaleza de las diferencias que separan a los seres humanos. Estas diferencias sirven de legitimación a las posturas que niegan cualquier posibilidad de fundamentación y son admitidas, simultáneamente, por todos los autores que han intentado una fundamentación de la ética a partir de las condiciones de argumentación, pues estos últimos sostienen con razón que “la argumentación es algo que nadie puede hacer solo, aisladamente. Incluso cuando uno argumenta en soledad está necesariamente referido a una comunidad de comunicación real o ideal. A una real porque 527

El fundamento de la conflictividad moral y la legitimidad de su correspondencia práctica<br />

reconstrucción reflexiva del fundamento obliga a hacerse cargo de que<br />

ningún supuesto pase inadvertido al auténtico filosofar sin que sea, por lo<br />

menos, explicitado como punto de partida de nuestra ignorancia sobre la<br />

cuestión que nos ocupa.<br />

La polémica expresión de Karl Apel, aunque no tenga por ahora otras consecuencias<br />

que ese carácter de “polémica expresión”, anuda con nuevos<br />

interrogantes el debate de los pensadores que tienen, por decirlo así, un<br />

enfoque orientado hacia la posibilidad de una fundamentación de la ética<br />

o, como se da en llamar “fundacionista”, por oposición a los “no-fundacionistas”<br />

1 . Cualquiera de estos dos puntos de vista están imposibilitados de<br />

negar, sin embargo, un fenómeno más trivial, esto es, que la cuestión ética<br />

queda planteada tan pronto se le hace presente al ser humano corriente un<br />

conflicto de comportamiento, sea cual fuere la circunstancia y la sociedad<br />

a la que pretendamos hacer referencia. Podemos negar la validez de una<br />

fundamentación extrafilosófica o, inclusive, la vigencia de valores éticos invariantes,<br />

tal vez la oportunidad histórica de una jerarquía de ellos o, entre<br />

otros aspectos, su alcance, pero hay algo que ni el escéptico extremo, ni<br />

el fundacionista a ultranza (o, mejor, fundamentalista) pueden obviar. Y es<br />

el hecho de que el uso de un lenguaje supone ya un plexo axiológico. Para<br />

decirlo con todas las letras: el uso de un lenguaje implica eo ipso un ordenamiento<br />

significativo del mundo, a partir del cual establecemos un vínculo<br />

intersubjetivo con los otros hombres y con la naturaleza en general.<br />

Es cierto, como expresan con claridad Maliandi y Thüer 2 , que el “paradigma<br />

del lenguaje” asegura automáticamente este vínculo intersubjetivo: “La<br />

comunicación lingüística, tanto fonética como gráfica, presupone una comunidad<br />

de interlocutores, o, más precisamente, una ‘comunidad ilimitada<br />

de comunicación’; el uso de los signos presupone intérpretes de ellos. Con<br />

esto resalta la importancia del diálogo y la argumentación”. Empero, si la<br />

intersubjetividad está “probada” con este simple hecho, no lo están, si se<br />

me permite una perspectiva más acotada, las diferencias que asisten a los<br />

hombres en lo que respecta a la cuestión ética. Con otras palabras: el lenguaje<br />

presupone una comunidad de interlocutores pero no prueba con ello<br />

la “realidad” de las diferencias que nos separan como seres humanos, y<br />

menos, lo que solemos considerar en cada caso un comportamiento moral.<br />

1<br />

Ver, entre otros, Maliandi, R. y Thüer, O.: Teoría y praxis de los Principios Bioéticos, Remedios<br />

de Escalada, Ediciones de la UNLa, 2008, pág. 16. Cf. Tb. Gracia, Diego: Procedimientos de<br />

decisión en ética clínica, Madrid, Triacastela, 2007; Apel, K.-O.: “El problema de la fundamentación<br />

filosófica última desde una pragmática trascendental del lenguaje (Ensayo de una<br />

metacrítica del ‘racionalismo crítico’)”, incluida en la edición de algunos de sus ensayos con<br />

el título de La globalización y una ética de la Responsabilidad, Buenos Aires, Prometeo Libros,<br />

2007, págs. 21 ss.<br />

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Ibídem, pág. 39.<br />

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