JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

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La vida en conflicto o el conflicto con la vida Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. “Es posible”, dice el guardián, “pero no ahora”. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: “Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar”. El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Este no las rehúsa, pero declara: “Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño”. En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que este es la única traba que lo separa de la Ley. En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si estos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. “¿Qué pretendes ahora?”, dice el guardián; “eres insaciable”, “Todos se esfuerzan por la Ley”, dice el hombre. “¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?”. El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: “Nadie ha querido entrar por aquí, porque a ti solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla” 17 . Como se ve en la imagen que el relato presenta, dos personajes habitan un lugar frente a una puerta abierta hacia un interior que uno desea y otro 17 Versión de Jorge Luis Borges, 27 de mayo de 1938 en “El hogar”. Borges en El hogar 1935- 1958: Jorge Luis Borges, Obras completas, Buenos Aires, Emecé, febrero de 2000. 838

Ricardo O. Diez custodia. Más allá del hombre de campaña y del guardián hay un lugar del que ambos son extranjeros y los requiere de diversa manera. Uno apetece entrar a ese espacio donde encontraría reposo porque cumpliría su deseo más raigal, su anhelo más profundo. El otro le impide la entrada y arruina el cumplimiento de su apetencia. Durante todo el relato el hombre no puede traspasar el umbral y, al final de su vida, la puerta se cierra simbolizando la muerte del que espera y la consecuente frustración de su deseo. El relato muestra la inutilidad de la pasión del campesino y el conflicto que suscita no poder orientar su anhelo al lugar donde alcanzaría satisfacción. La diferencia entre ambos personajes es notoria. Quien cuida puede ser un ángel, un dios porque no tiene tiempo, no envejece, no cambia, se conserva igual durante todo el relato. Cumple con esmero su labor y es observado no solo en sí mismo sino también en la capa que lo cubre. Los detalles se muestran durante esa observación y hasta las pulgas son reconocidas. Durante su actividad como guardián da algunos anuncios y es el encargado de cerrar la puerta al final del relato. De otro modo, el hombre de campaña se hace viejo en los muchos años que se encuentra sentado frente a la puerta. El envejecimiento y la pérdida de las fuerzas se expone en el texto diciendo: con la vejez, la maldición decae en rezongo. Con los años los ojos se le nublan porque ya no le queda mucho que vivir y, sin embargo, sigue insistiendo con una última pregunta: “Todos se esfuerzan por la Ley”, dice el hombre. “¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?”. La respuesta a este cuestionamiento es antecedido por la manifestación de insaciabilidad del preguntante y lo que dice el guardián termina el cuento: “Nadie ha querido entrar por aquí, porque a ti solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla”. A este envejecimiento anteceden, en la imagen que dibuja el relato, los diálogos entre ambos personajes, la manifestación del deseo del campesino, la observación del guardián y la pretensión de burlar su tarea que, al no poder hacerlo por la fuerza, recurre al soborno. Los diálogos se inician con el pedido del hombre a ser admitido en la Ley penetrando el portal, a lo que se le contesta con incertidumbre abriendo una posibilidad: “Es posible”, dice el guardián, “pero no ahora”. Se pasa luego a la apetencia de querer espiar que se contrapone con la fortaleza del guardia y la manifestación de salas interiores cuyos guardianes van adquiriendo aspectos cada vez más temibles. Un banco se le ofrece al visitante que observa al cuidador y a la capa que lo cubre. Sin embargo, el que está sentado no alcanza a comprender por qué debe ser cuidada esta entrada cuando: la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres. Sin responder a esa incomprensión, intenta sobornar al guardián pero todo es imposible y, entonces, dice Kafka: 839

La vida en conflicto o el conflicto con la vida<br />

Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña<br />

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permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar.<br />

“Es posible”, dice el guardián, “pero no ahora”. Como la puerta de la Ley<br />

sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar.<br />

El guardián se ríe, y le dice: “Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno<br />

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por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un<br />

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hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz<br />

aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale<br />

esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí,<br />

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con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo<br />

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como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede<br />

pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su<br />

viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Este no las<br />

rehúsa, pero declara: “Acepto para que no te figures que has omitido algún<br />

empeño”. En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al<br />

guardián. Se olvida de los otros y piensa que este es la única traba que lo<br />

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con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y<br />

como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de<br />

piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián.<br />

Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si estos lo engañan o si se ha obscurecido<br />

el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye<br />

inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su<br />

agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún<br />

al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El<br />

guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha<br />

aumentado muchísimo. “¿Qué pretendes ahora?”, dice el guardián; “eres<br />

insaciable”, “Todos se esfuerzan por la Ley”, dice el hombre. “¿Será posible<br />

que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?”. El guardián<br />

entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le<br />

oiga: “Nadie ha querido entrar por aquí, porque a ti solo estaba destinada<br />

esta puerta. Ahora voy a cerrarla” 17 .<br />

Como se ve en la imagen que el relato presenta, dos personajes habitan<br />

un lugar frente a una puerta abierta hacia un interior que uno desea y otro<br />

17<br />

Versión de Jorge Luis Borges, 27 de mayo de 1938 en “El hogar”. Borges en El hogar 1935-<br />

1958: Jorge Luis Borges, Obras completas, Buenos Aires, Emecé, febrero de 2000.<br />

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