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JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

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Conflictos inherentes: racionalidad práctica y tecnología<br />

racionalidad práctica que involucre la deliberación sobre fines. Por consiguiente,<br />

para esta visión de la racionalidad práctica, la acción tecnológica,<br />

qua acción instrumental simpliciter, supone un entendimiento elemental de<br />

nuestra relación práctica con el mundo. Desde este punto de vista, racionalidad<br />

práctica y tecnología confrontan conflictivamente en su entendimiento<br />

del mundo; por ejemplo, desde la racionalidad práctica se considera muchas<br />

veces que la tecnología, al promover únicamente la deliberación sobre<br />

los medios óptimos, instrumentaliza nuestra relación con el mundo, se<br />

trate de los recursos naturales y artificiales del mundo o de nuestros otros<br />

semejantes.<br />

Mi estrategia en este texto consiste en realizar un intento para navegar contra<br />

esta difundida y potente corriente. Para ello me propongo lo siguiente:<br />

desarrollar la intuición de que la tecnología puede ser comprendida bajo un<br />

modelo de acción instrumental de segundo orden, el cual supone que la<br />

deliberación sobre los medios no es independiente de la deliberación sobre<br />

los fines. El propósito último de este desarrollo es volver plausible la idea<br />

de que la tecnología puede ser un ejemplo paradigmático de racionalidad<br />

práctica filosóficamente interesante.<br />

1. La tecnología y la racionalidad práctica: el punto de vista<br />

En este apartado me interesa examinar la siguiente pregunta: ¿Está la tecnología<br />

en condiciones de convertirse en paradigma de la racionalidad<br />

práctica? Miguel Ángel Quintanilla (2000) nos propone una estrategia metodológica<br />

para abordar esta cuestión que se ha empleado con cierto éxito<br />

en filosofía de la ciencia. En filosofía de la ciencia, si se desea construir una<br />

teoría de la racionalidad epistémica, puede procederse del siguiente modo:<br />

definir a priori un modelo normativo de racionalidad y, posteriormente, constatar<br />

si la ciencia procede de acuerdo al modelo; esto es, si efectivamente<br />

corporiza su estructura, valores y límites. En la mayoría de los casos esta<br />

estrategia no ha dado buenos resultados. De su empleo se deriva la conclusión<br />

de que la ciencia no es una práctica racional. En muchas ocasiones<br />

esto condujo a la afirmación de que los seres humanos somos básicamente<br />

irracionales, o cuando no ha llegado a tanto, nos ha dejado presa del escepticismo,<br />

y precisamente no del sano. No obstante, existe otra estrategia.<br />

Menos arriesgada pero más estimulante por los resultados que está en condiciones<br />

de producir. Se trata de implementar un giro en nuestra mirada filosófica<br />

habitual. La estrategia consiste en seleccionar un conjunto específico<br />

de acciones o de actividades humanas que se proponen como modelo<br />

ejemplar de racionalidad, analizar su estructura, contenido, límites y valores<br />

e intentar delinear un concepto general de racionalidad sobre la base del<br />

paradigma seleccionado. Por lo tanto, el problema ya no es cómo se justifica<br />

para el caso de la ciencia su racionalidad epistémica, sino que el punto<br />

central es adoptar a la práctica de la ciencia como ejemplo más logrado de<br />

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