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JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

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Daniel Trapani<br />

esté confundido, sino que las razones son confusas. Puede advertirse la<br />

distancia entre esta concepción de la opacidad óntica y epistémica del trasfondo<br />

motivacional, y la pretendida transparencia óntica y epistémica de lo<br />

intencional como un privado objeto encerrado en el cofre de lo mental.<br />

La conversión de P1 o de P2 a la comprensión de la propia acción bajo los<br />

términos sugeridos por S no consiste en quitar el velo o en una conexión<br />

no percibida hasta ese momento, más bien se trata de vincular de un nuevo<br />

modo, mediante redescripción, una acción propia con el propio trasfondo<br />

motivacional. La mejor calidad de esta nueva comprensión se relaciona con<br />

la historia de P1 o P2, historia que S, junto al carácter de P1 o P2, ha puesto<br />

a consideración. Es la historia (no intimista) de la primera persona y su<br />

carácter (entre otras cosas, el conjunto de máximas que operan habitualmente<br />

como sus motivos impulsores), los aspectos que S ha de tener en<br />

cuenta para explicar comprensivamente la acción. La primera persona no<br />

es entonces la autoridad suprema, la conversión a la que se arriba “no es<br />

una revelación de verdad sino el logro de un consenso” 32 .<br />

En el caso de la conversión en la comprensión del agente, este se encuentra,<br />

inicialmente, en mejores condiciones que la segunda persona. Las claves<br />

desde las cuales se ha de reconducir la comprensión están a disposición<br />

del agente, y la primera persona tiene la primera palabra. Pero a la hora<br />

de redescribir comprensivamente la acción, la primera persona no está en<br />

mejores condiciones que la segunda, más aún, esta puede ser hermenéuticamente<br />

superior al agente. El agente (la primera persona) no tiene la última<br />

palabra, pero no porque la tenga la segunda persona, sino porque no hay<br />

aquí ningún juez inapelable. “A ninguno de los dos pertenece exclusivamente<br />

el derecho de dictar una sentencia final” 33 .<br />

Supongamos, por último, que no hay conversión, que P1 o P2 no coinciden<br />

con la explicación comprensiva de S. Pero tampoco S acepta la explicación<br />

que P1 o P2 se autoatribuyen. En estos casos, S ha de tener razones de<br />

peso para declarar que la autocomprensión de P1 o de P2 puede ser negada.<br />

Una razón puede ser que consideremos que está mintiendo. Pero otra<br />

razón es la de considerar que el carácter de P1 o de P2 es tan corrupto que<br />

no puede ofrecer una exposición coherente de sus propósitos, se lo descalifica<br />

como juez de su propio caso.<br />

Algo preocupante se encuentra en estas últimas reflexiones. Que alguien<br />

pueda saber mejor que el agente cuáles son sus motivos impulsores no<br />

32<br />

Von Wright, 2002: 94.<br />

33<br />

Von Wright, 2002: 95. Énfasis nuestro.<br />

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