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JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

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La conflictividad en la asignación de intención<br />

IV. Abducción y autoadscripción: los estereotipos descripcionales<br />

En el apartado anterior vimos como Peirce caracterizaba la abducción<br />

y aplicamos ese modo inferencial a la interpretación de la acción ajena,<br />

sea en perspectiva de segunda o de tercera personas. Trataremos ahora<br />

de considerar si la teoría peirceana puede darnos vías de comprensión<br />

para la autoatribución de actitudes proposicionales. La tesis tradicional es<br />

que la primera persona está dotada de autoridad especial porque conoce<br />

directamente lo que cree, lo que quiere, lo que intenta o intentó hacer.<br />

Esta tesis se atribuye, en sentido pleno, a Descartes y a la tradición de la<br />

modernidad, y es a esta tradición a la que puede dirigirse la argumentación<br />

de Peirce. Siguiendo la senda de Peirce, la oposición al cartesianismo<br />

se expresaría mediante la negación de cuatro tesis sustanciales de<br />

la tradición cartesiana: (1) no tenemos capacidad de introspección, sino<br />

que todo conocimiento del mundo interior se deriva del razonamiento hipotético<br />

a partir de nuestro conocimiento de los hechos externos, (2) no<br />

tenemos capacidad de intuición, sino que toda cognición está determinada<br />

lógicamente por cogniciones previas, (3) no tenemos la capacidad de<br />

pensar sin signos y, (4) no tenemos una concepción de lo absolutamente<br />

incognoscible. Las tres primeras negaciones (de la introspección como<br />

fuente de conocimiento de lo interior, de la intuición y de un pensar sin<br />

signos) pueden servir para comprender la autoatribución de intención de<br />

un modo diverso.<br />

Según Peirce todo nuestro conocimiento está mediado sígnicamente, toda<br />

cognición requiere una cognición previa, y esto se aplica también al conocimiento<br />

de lo interno. Si esto es así, el conocimiento de la propia mente no<br />

es concebible como intuición, esto es, como el conocimiento de un tipo de<br />

premisa que no sea ella misma una conclusión. La intuición de la vida mental<br />

aparece con una autoridad e infalibilidad con la que en otros tiempos<br />

contaron otras intuiciones, Peirce lo pone en claro comparando nuestras<br />

actuales ‘intuiciones’ con las ‘intuiciones’ pretéritas:<br />

En la Edad Media, se consideraba la razón y la autoridad externa como dos<br />

fuentes coordinadas de conocimiento, precisamente como lo son ahora la<br />

razón y la autoridad de la intuición; solo que el feliz recurso de considerar<br />

que las enunciaciones de autoridad son en esencia indemostrables no se<br />

había descubierto aún. (…) De este modo, la credibilidad de la autoridad fue<br />

considerada por los hombres de esa época sencillamente como una premisa<br />

definitiva, como una cognición no determinada por una cognición previa<br />

del mismo objeto, o, en nuestros términos, como una intuición. Es extraño<br />

que ellos pensaran así, si, como la teoría ahora bajo discusión supone, por<br />

el mero hecho de contemplar la credibilidad de la autoridad, como un faquir<br />

contempla a su Dios, ¡ellos podrían haber visto que no era una premisa definitiva!<br />

Ahora bien, ¿qué pasaría si nuestra autoridad interna encontrara, en<br />

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