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JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

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Daniel Trapani<br />

Recordemos que para Peirce hay tres tipos de objetos de conocimiento: las<br />

cosas, los procesos y los signos. En estos últimos podríamos incluir el conocimiento<br />

de las acciones intencionales de los humanos. El Caso en el orden<br />

agentivo sería el significado, el resultado sería el significante y la regla de determinación<br />

es la significación que otorga unidad a la intención comunicativa<br />

y agentiva. La abducción supone que la Regla no afirma simplemente la pertenencia<br />

de elementos a un conjunto, sino que la Regla vincula un componente<br />

de una totalidad con la totalidad misma. En el caso de la acción cuando<br />

atribuimos intenciones agentivas estamos tomando lo captable de esa acción<br />

como un resultado o atributo (significante) que se integra con otros resultados<br />

en la unidad de un todo orgánico comunicacional, que es la vida del agente.<br />

Estas reflexiones invitan a reconsiderar la idea de que cuando juzgamos moralmente<br />

la intención de alguien estamos considerando esa acción como un<br />

‘esto’ tendencialmente semejante a todo otro individuo de un conjunto (por<br />

ejemplo, el conjunto de los actos egoístas), tal como sugeriría si aplicáramos<br />

la inducción. Más bien la acción evaluada moralmente puede ser vista como<br />

un singular concreto que es muestra y criterio de un estilo de agencia.<br />

El taxonomista tiene una aptitud inferencial dada por cierta facultad adivinatoria<br />

que le permite conjeturar las vías de la naturaleza. Así cuando un<br />

paleontólogo halla un espécimen (un fémur) se pregunta a qué animal habrá<br />

pertenecido, es decir, pretende vincular la parte no con otras partes (otros<br />

fémures) como haría la inducción, sino esa parte (fémur) con el animal (organismo<br />

al que pertenece), como corresponde a la abducción. Algo similar<br />

nos parece que acontece en la asignación de intenciones. Cuando evaluamos<br />

la intención moral de alguien conocido, esto es cuando lo juzgamos<br />

desde la perspectiva de segunda persona, nuestro juicio es abductivo pues<br />

estamos integrando ese resultado a la unidad a la que pertenece la vida<br />

del agente. Pero al atribuir intencionalidad moral a alguien desconocido,<br />

es decir, desde la perspectiva de tercera persona, la abducción ha de ser<br />

complementada por una previa analogía, fundada en la praxis de nuestros<br />

vínculos con agentes próximos. En el caso de un desconocido nos hallamos<br />

con un resultado pero no contamos con una Regla, de allí el recurso<br />

analógico para poder saber que estamos ante un caso de generosidad o<br />

ante un caso de crueldad. Quizás la atribución de intención agentiva no<br />

evaluada moralmente no se presente tan distinta cuando se trata de la segunda<br />

persona (un conocido) o de la tercera persona (un desconocido),<br />

pero sí hay una diferencia importante en estos casos cuando la abducción<br />

opera sobre la asignación de intención moral. Allí la cercanía o la lejanía<br />

cuentan significativamente, el conocer el sistema de máximas, en el sentido<br />

de Kant, facilita el integrar una acción a una totalidad que es el estilo de<br />

vida del agente. En cambio, cuando de lo que se trata es de interpretar una<br />

acción a la que no evaluamos moralmente, entonces la intención agentiva<br />

de la segunda y de la tercera personas no difieren tanto entre sí.<br />

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