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JORNADAS NACIONALES DE ÉTICA 2009 - UCES

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Ricardo Maliandi<br />

son los criterios más generales para dichas respuestas. Pero, y sobre todo<br />

en el ámbito de la praxis, esa dimensión equivale a aprobación del orden<br />

y la armonía, y, correspondientemente, desaprobación del desorden y del<br />

conflicto, mientras que la dimensión “crítica” es una especie de “estar en<br />

guardia” frente a las propuestas de la dimensión fundamentadora, una peculiar<br />

desconfianza -como ya apunté- en toda fundamentación, y cuando se<br />

trata de cuestiones prácticas, una peculiar desconfianza en la capacidad de<br />

la razón para evitar o resolver conflictos. Pensar la crítica como actitud preconizadora<br />

o enaltecedora de la conflictividad sería malentenderla. La crítica<br />

reconoce la conflictividad, no en el sentido de celebrarla, sino en el de<br />

ponerla al descubierto, de oponerse a que se la disimule o se la enmascare<br />

(tendencia que, en cambio, es propia de la fundamentación). La crítica es,<br />

como lo remarcó Kant suficientemente, admisión de los límites de la razón.<br />

Desde la crítica se percibe lo que suele pasar inadvertido a la fundamentación:<br />

la gran complejidad y, en conexión con esta, la inevitable conflictividad<br />

de lo real. Esa percepción es tan importante para la razón como lo es la<br />

búsqueda de fundamentos. Lo irracional es lo arbitrario, pero se puede, justamente,<br />

ser arbitrario de dos maneras: por falta de fundamentación o por<br />

falta de crítica. Ahora bien, donde falta la capacidad para advertir la importancia<br />

de los fundamentos, se pierde también la racional repugnancia por<br />

lo conflictivo, y, en consecuencia, se quebranta o se abandona el impulso<br />

dirigido a resolver o minimizar los conflictos; y donde falta la comprensión<br />

de la inevitabilidad de los conflictos, se tiende a construir armonías artificiales<br />

y a la peligrosa ilusión de liquidar toda conflictividad. Arbitrariedad<br />

equivale a razón unilateral. Tan arbitrario es el “fundamentalismo” como el<br />

escepticismo moral, aunque parezcan oponerse entre sí. También podría<br />

decirse que se oponen de un modo similar al de la oposición lógica de los<br />

enunciados contrarios (no pueden ser ambos verdaderos, pero pueden ser<br />

ambos falsos, a diferencia de la de los enunciados contradictorios, en la<br />

que siempre hay uno verdadero y otro falso). En este caso son ambos éticamente<br />

inadecuados. Sus resultados son similares: la razón unilateral no<br />

puede dar respuestas adecuadas frente a los conflictos.<br />

Vista la cuestión desde otro ángulo, puede decirse que la ética convergente<br />

se opone a la concepción según la cual fundamentación y conflictividad<br />

son incompatibles. El intento de fundamentar normas o valoraciones conserva<br />

su sentido aunque se reconozca que los conflictos son, en general,<br />

inevitables, y una fundamentación, por más coherente que sea, no brinda<br />

una panacea contra los conflictos. La convergencia entre las dimensiones<br />

de la razón implica dos o tres conceptos que -lo admito- pueden, y de hecho<br />

suelen, suscitar discrepancia y resistencia: el “a priori de la conflictividad”<br />

y la posibilidad de “cumplimientos graduales” de los principios éticos.<br />

Esto último va unido a una tercera noción: la de la “incomposibilidad de<br />

los óptimos”. La ética convergente sostiene, en suma, que solo mediante<br />

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