Darnton, John - Experimento

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07.11.2014 Views

CAPÍTULO 13 —¿Cómo te llamas? Era una pregunta tan elemental que a Jude le pareció absurdo que no se le hubiera ocurrido hacerla antes. Desde luego, no tenía la cabeza nada clara. Aún no se había repuesto de la impresión que le produjo encontrarse con Skyler, con aquel flaco y desgreñado individuo que parecía un profeta del Antiguo Testamento. Nada lo había preparado para el sobresalto de encontrarse frente a alguien que era su vivo retrato. Ni los rumores y habladurías de la redacción, ni la breve imagen que tuvo del vagabundo en el exterior de la librería. Sí, todo aquello lo había desconcertado e intrigado, pero no se había planteado seriamente la idea de que tenía un doble y de que ese doble surgiría un día ante sí, materializándose entre las sombras de la escalera de su edificio. Y ahora lo tenía en su casa, sentado en la sala de su apartamento. Jude no dejaba de mirar la boca, la barbilla, la nariz y los ojos del vagabundo. Todas las facciones eran idénticas a las suyas. ¿Cómo es posible que esto esté sucediendo? Era imposible. Pero cierto. —Tu nombre. ¿Cómo te llamas? —le volvió a preguntar Jude al patético individuo sentado en el borde del sofá. —Skyler. —¿Skyler? ¿Es tu nombre o tu apellido? Una expresión de desconcierto. —¿Tienes padres? ¿Hermanos? ¿Se llaman ellos igual? Jude estaba exasperado y su voz lo denotaba. Aquél, se dijo, no era el mejor sistema para conseguir información. —No. —Entonces, supongo que Skyler es tu nombre de pila. ¿Qué me dices del apellido? ¿Tienes? —Supongo que puedes llamarme Jimin —respondió Skyler tras reflexionar durante unos momentos—. A nosotros nos llamaban jiminis. —¿A quién te refieres al decir «nosotros»? —A los del grupo de edad. En la isla. —¿Qué isla? ¿El sitio del que vienes es una isla? ¿Cómo se llama? De nuevo la expresión de desconcierto. —No se llama de ninguna manera. Era simplemente la isla, el lugar en que vivíamos. —¿En qué estado se encuentra? ¿En qué país? ¿Está en Norteamérica? ¿Eres norteamericano? Skyler se encogió de hombros. —Supongo. —¡Supones! Cristo bendito. ¿Cómo es posible que te hayas pasado la vida entera sin salir de un lugar y ni siquiera conozcas su nombre? 91

El propio Skyler se hacía la misma pregunta. Y, por otra parte, seguía sintiendo fuertes recelos. Y no le faltaban razones para ello. A él no le había impresionado tanto como a Jude encontrarse frente a su doble, ya que fue el deseo de encontrarle lo que le impulsó a ir a Nueva York, donde ya llevaba casi dos semanas buscándolo. Sin embargo, recordaba bien la gran impresión que le produjo ver a Jude por primera vez en persona. Oculto en un portal, lo vio con toda claridad saliendo de su edificio, y pudo darse perfecta cuenta de que tenía exactamente su mismo aspecto e incluso su misma forma de caminar. Skyler tenía sobrados motivos para actuar con cautela. Sabía tan poco acerca de Jude como Jude parecía saber acerca de él. Pero... ¿qué papel podía haber desempeñado Jude en los terribles sucesos de la isla? ¿Estaría acaso relacionado con el Laboratorio o con el doctor Rincón? ¿Y si también tenía algo que ver con la muerte de Julia? Cada vez que recordaba aquella muerte, Skyler sentía una cuchillada de dolor. Una cuchillada como la que él le había asestado a la foto del doctor Rincón. Durante su viaje en autobús hacia el norte, mientras contemplaba por la ventanilla el desconocido y extraño paisaje de carreteras y tendidos ferroviarios, no había dejado de pensar en la foto del desconocido Jude. El viaje había sido angustioso. Las ciudades de extraños nombres carentes para él de todo significado se sucedían unas a otras. Había permanecido todo el tiempo pegado a la ventanilla. De los orificios de ventilación situados sobre su asiento salía un aire helado que lo mantenía continuamente aterido. A su lado se habían sentado un montón de desconocidos en sucesión, unos parlanchines y otros taciturnos, pero todos almas perdidas. Una noche, cuando las luces principales del interior del autobús estaban ya apagadas, un hombre cuyo aliento olía a tabaco alargó la mano y le tocó la pierna. Skyler le apartó la mano y se cambió de asiento. No tenía la menor idea de cómo reaccionaría Jude, en el caso de que lograse dar con él. Ignoraba si el hombre que tanto se le parecía era un amigo o un enemigo. Luego pasó ocho o diez días infernales en la ciudad, buscando comida en los cubos de basura y durmiendo en Central Park. Localizó a Jude gracias a que un vagabundo que conoció en un banco del parque le aconsejó que buscase su apellido en la guía telefónica. Fue la única vez que alguien habló con él. A fin de cuentas, era un extranjero, y no hubiera sido raro que la gente se pusiera a tirarle piedras. Llegó a sentir auténtica desesperación. En un periódico encontró un anuncio de la firma de libros y fue a la librería, pero se asustó al ver a Jude de cerca. Después esperó en las cercanías del edificio de la calle Setenta y cinco, logró meterse en el portal entrando tras uno de los inquilinos y se escondió debajo de la escalera. Decidió ponerse en manos de Jude del mismo modo que un náufrago decide agarrarse a un clavo ardiendo. Y, además, había otra cosa. Skyler había advertido que los ordenanzas estaban siguiendo a Jude. Cuando se dio cuenta de ello, experimentó un verdadero pánico al entender que era a él a quien los hombres del mechón buscaban. Sin embargo, este descubrimiento no dejó de tener su parte tranquilizadora. Los ordenanzas no estarían siguiendo a Jude si éste fuera uno de los suyos. El enemigo de mi enemigo es mi amigo, reflexionó Skyler, y de momento decidió confiar en Jude... aunque sólo hasta cierto punto. Jude trataba de sacarle más información. —¿Cómo me encontraste? —Por la guía telefónica. —Lo que quiero decir es cómo te enteraste de mi existencia. —En un periódico encontré un anuncio de tu libro. —¿Y dónde viste ese periódico? —En un sitio llamado Valdosta. 92

CAPÍTULO 13<br />

—¿Cómo te llamas?<br />

Era una pregunta tan elemental que a Jude le pareció absurdo que no se le hubiera<br />

ocurrido hacerla antes. Desde luego, no tenía la cabeza nada clara. Aún no se había<br />

repuesto de la impresión que le produjo encontrarse con Skyler, con aquel flaco y<br />

desgreñado individuo que parecía un profeta del Antiguo Testamento.<br />

Nada lo había preparado para el sobresalto de encontrarse frente a alguien que era<br />

su vivo retrato. Ni los rumores y habladurías de la redacción, ni la breve imagen que tuvo<br />

del vagabundo en el exterior de la librería. Sí, todo aquello lo había desconcertado e<br />

intrigado, pero no se había planteado seriamente la idea de que tenía un doble y de que<br />

ese doble surgiría un día ante sí, materializándose entre las sombras de la escalera de su<br />

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Y ahora lo tenía en su casa, sentado en la sala de su apartamento. Jude no dejaba<br />

de mirar la boca, la barbilla, la nariz y los ojos del vagabundo. Todas las facciones eran<br />

idénticas a las suyas. ¿Cómo es posible que esto esté sucediendo?<br />

Era imposible. Pero cierto.<br />

—Tu nombre. ¿Cómo te llamas? —le volvió a preguntar Jude al patético individuo<br />

sentado en el borde del sofá.<br />

—Skyler.<br />

—¿Skyler? ¿Es tu nombre o tu apellido?<br />

Una expresión de desconcierto.<br />

—¿Tienes padres? ¿Hermanos? ¿Se llaman ellos igual?<br />

Jude estaba exasperado y su voz lo denotaba. Aquél, se dijo, no era el mejor<br />

sistema para conseguir información.<br />

—No.<br />

—Entonces, supongo que Skyler es tu nombre de pila. ¿Qué me dices del apellido?<br />

¿Tienes?<br />

—Supongo que puedes llamarme Jimin —respondió Skyler tras reflexionar durante<br />

unos momentos—. A nosotros nos llamaban jiminis.<br />

—¿A quién te refieres al decir «nosotros»?<br />

—A los del grupo de edad. En la isla.<br />

—¿Qué isla? ¿El sitio del que vienes es una isla? ¿Cómo se llama?<br />

De nuevo la expresión de desconcierto.<br />

—No se llama de ninguna manera. Era simplemente la isla, el lugar en que vivíamos.<br />

—¿En qué estado se encuentra? ¿En qué país? ¿Está en Norteamérica? ¿Eres<br />

norteamericano?<br />

Skyler se encogió de hombros.<br />

—Supongo.<br />

—¡Supones! Cristo bendito. ¿Cómo es posible que te hayas pasado la vida entera<br />

sin salir de un lugar y ni siquiera conozcas su nombre?<br />

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