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subterránea, que tenía el tamaño de medio campo de fútbol. Llegó a una escalera con un<br />
cartel esmaltado en blanco y negro que anunciaba: Uptown. Allí se detuvo por un<br />
momento, puso una mano en la barandilla y volvió la vista atrás. No vio a nadie. Aliviado y<br />
aún con la respiración agitada, hizo lo posible por recuperar la calma y trató de bajar la<br />
escalera como si no le hubiera sucedido nada.<br />
Al fondo del andén, de espaldas a Jude, un hombre con chaqueta de cuero paseaba<br />
ociosamente. El periodista se detuvo en seco y aguzó la vista. Había algo en aquella<br />
figura, en su peculiar modo de caminar, que le parecía conocido. Recordó e,<br />
inmediatamente, el pánico se apoderó de él. No podía ser. Pero era. ¡Se trataba del<br />
mismo hombre!<br />
No había posibilidad de error, pues allí estaba el mechón blanco, reluciendo en la<br />
penumbra como si poseyera luz propia. Jude, con el corazón de nuevo acelerado, se<br />
escondió detrás de una columna, contuvo el aliento y se quedó totalmente inmóvil. Oía<br />
perfectamente al hombre que caminaba de arriba abajo por el andén; en determinado<br />
momento, el individuo carraspeó, y el sonido fue ronco y desagradable. Era asombroso,<br />
increíble. Era físicamente imposible que el sujeto del mechón hubiera llegado al andén<br />
antes que él. ¿Cómo lo había conseguido? Jude relegó la pregunta a un segundo término,<br />
pues lo primero era escapar de allí.<br />
Esperó a que se produjese una distracción para elegir cuidadosamente el momento.<br />
Al cabo de unos instantes, un tren entró en el andén por la vía opuesta y su estrépito<br />
ahogó cualquier otro sonido. Jude aguardó a que el hombre reanudara sus paseos y le<br />
volviera la espalda. Entonces salió de detrás de la columna, corrió hasta la escalera y<br />
comenzó a subir los peldaños de dos en dos. Al llegar arriba se volvió y alcanzó a ver las<br />
piernas del desconocido, que seguía con sus paseos. Cruzó a la carrera la gran<br />
explanada subterránea, pasó por los torniquetes de salida, subió otro tramo de escaleras<br />
y salió al fin a la calle. Atardecía y la lluvia había limpiado la atmósfera.<br />
Jude siguió corriendo por la acera hasta llegar a la Tercera Avenida y cruzó otras<br />
cuatro calles más en dirección norte. No se detuvo hasta que vio un taxi que tenía abierta<br />
una de las portezuelas traseras. Por ella asomaba una pierna y un zapato de tacón. En el<br />
interior, una mujer vestida de noche estaba contando laboriosamente el dinero para pagar<br />
al taxista. Jude sujetó el tirador de la portezuela e hizo lo que pudo por devolver la sonrisa<br />
que la mujer le dirigía mientras se apeaba. El periodista montó en el coche, dio su<br />
dirección y, exhausto y atemorizado, se arrellanó en el asiento posterior.<br />
El taxi, que no tenía aire acondicionado, avanzaba lentamente por entre el denso<br />
tráfico. Jude bajó al máximo las dos ventanillas. Todavía se percibía el perfume fuerte y<br />
exótico de la anterior ocupante. En el suelo había una cajita de fósforos y un cigarrillo a<br />
medio fumar. El conductor puso la radio. El presentador de un programa de entrevistas<br />
estaba poniendo verde a su entrevistado: discutían acerca de la Seguridad Social. Jude<br />
miró a ambos lados de la calle. La gente regresaba a casa desde el trabajo con maletines<br />
y bolsas de supermercado en las manos.<br />
El taxi dobló una esquina, obligando a detenerse a un peatón que torció vivamente el<br />
gesto. Al fin el vehículo fue a detenerse ante la casa de Jude, un edificio de cinco pisos<br />
sin ascensor situado en la calle Setenta y cinco Este. Jude pagó la carrera, dio una<br />
generosa propina, se apeó y miró calle arriba y calle abajo. No vio nada sospechoso. El<br />
sol estaba muy bajo sobre el horizonte occidental de la ciudad y sus rayos lo teñían todo<br />
de rojo.<br />
Entró en el vestíbulo y pasó ante su buzón, que estaba repleto de cartas. Abrió la<br />
puerta que daba a las escaleras. El suelo era de pequeñas baldosas blancas y negras, y<br />
la escalera tenía un grueso pasamanos sobre el que se acumulaban las capas de pintura<br />
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