Darnton, John - Experimento
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—El caso es que mi padre se fue de la secta —continuó Jude—. No sé qué sucedió exactamente, pero probablemente él se sintió enormemente afectado por la pérdida de su compañera... Al menos, eso es lo que siempre he creído. Es lógico suponerlo, si él sentía afecto por mi madre. Y supongo que lo sentía, aunque el matrimonio fuera acordado por otros. Nos trasladamos a Phoenix. Y luego mi padre también murió, en un accidente de automóvil. En un cruce de carreteras, su coche chocó con otro cuyo conductor iba borracho. —¿Qué edad tenías tú entonces? —preguntó Tizzie, que parecía sinceramente conmovida. —Seis años. O quizá siete. No estoy seguro. —¿Y qué ocurrió luego? —Me acogieron unos vecinos. Los Armstrong. Ella era abogada y él, no sé, creo que se dedicaba a vender seguros. Yo los odiaba. Ya sé que no es justo y que probablemente eran buenas personas, pues de lo contrario no hubieran recogido a un niño huérfano. Pero, pese a todo, no lo pasé nada bien en aquella casa. Los Armstrong dormían, no ya en camas separadas, sino en dormitorios distintos. Recuerdo las interminables cenas, en las que él se sentaba a un extremo de la mesa, ella al otro, y yo en el centro. En los larguísimos silencios, lo único que se oía era el entrechocar de la dentadura postiza del señor Armstrong. No era un hogar feliz. Uno, de niño, se da cuenta de esas cosas. Nunca los oí pelearse abiertamente, pero siempre estaban metiéndose el uno con el otro por insignificancias. Así que cuando se separaron, o cuando me enteré de que se iban a separar, lo que sentí fue alivio. Luego me enviaron a un centro de acogida. Jude miró a Tizzie y, anticipándose a la siguiente pregunta de la joven, explicó: —Por entonces yo tenía quince años. Luego obtuve una beca para un colegio de secundaria privado: la Academia Phillips, de Andover, Massachusetts. La verdad es que no sé cómo conseguí la beca, pero el caso es que fui allí, y supongo que, aunque a mí no me gustaba demasiado, aquel lugar fue mi salvación. Había muchos niños ricos, bien educados, hijos de republicanos, ya sabes. Durante las vacaciones, yo me quedaba en el colegio y comía en la cafetería, con el servicio. O bien algún compañero me invitaba a su casa. Me recuerdo a mí mismo, sentado a la mesa el día de Acción de Gracias, tratando de recordar mis modales y sonrojándome cuando los padres de mi amigo me hacían alguna pregunta incómoda acerca de mi pasado. No puedo decir que me sintiera muy a gusto, pero lo cierto es que en el colegio adquirí una excelente educación. Jude concluyó su disertación autobiográfica. No le había sido difícil. Muy al contrario, casi le había gustado hablar de su vida. Pero la curiosidad de Tizzie aún no se había saciado. —Y respecto a tus primeros años en Arizona... ¿Realmente no recuerdas nada? —Casi nada. Pequeños detalles insignificantes. —¿Por ejemplo? —El calor, cuando bajábamos al desierto. Vivíamos en las montañas y allí era soportable; pero en el desierto el calor era asfixiante y las noches, gélidas. En los alrededores había minas. —¿Minas? ¿Qué clase de minas? —De las que tienen galerías y pozos. Recuerdo que yo jugaba en ellas, explorándolas, ocultándome en ellas, tirando piedras a simas que tenían docenas de metros de profundidad. Con quien más jugaba era con una niña. —¿Quién era ella? 69
—Sus padres también pertenecían a la secta. A ella le gustaba más jugar con los niños que con las niñas, y yo la llamaba Tommy. Jude se interrumpió de pronto. —¿Qué te ocurre? —quiso saber Tizzie. —Es curioso, pero acabo de recordar algo. Cuando mi madre murió, no solté ni una lágrima, y cuando murió mi padre, tampoco. Pero cuando nos fuimos de allí, cuando mi padre me llevó con él, lloré a moco tendido. Y todo por causa de aquella pequeña. Corría junto a la carretera tras el coche en que nosotros nos alejábamos. Yo no dejaba de mirar por la ventanilla posterior, y veía cómo Tommy se iba achicando y achicando en la distancia. Paramos en un motel y aquella noche, lo mismo que otras posteriores, me la pasé llorando. Pensaba que mi vida se había terminado. Jude miró a Tizzie, quien suspiró y le apretó el brazo. Luego ambos se pusieron en pie y echaron a andar por el paseo marítimo en dirección al tren elevado que traqueteaba a lo lejos. 70
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—Sus padres también pertenecían a la secta. A ella le gustaba más jugar con los<br />
niños que con las niñas, y yo la llamaba Tommy.<br />
Jude se interrumpió de pronto.<br />
—¿Qué te ocurre? —quiso saber Tizzie.<br />
—Es curioso, pero acabo de recordar algo. Cuando mi madre murió, no solté ni una<br />
lágrima, y cuando murió mi padre, tampoco. Pero cuando nos fuimos de allí, cuando mi<br />
padre me llevó con él, lloré a moco tendido. Y todo por causa de aquella pequeña. Corría<br />
junto a la carretera tras el coche en que nosotros nos alejábamos. Yo no dejaba de mirar<br />
por la ventanilla posterior, y veía cómo Tommy se iba achicando y achicando en la<br />
distancia. Paramos en un motel y aquella noche, lo mismo que otras posteriores, me la<br />
pasé llorando. Pensaba que mi vida se había terminado.<br />
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