Darnton, John - Experimento

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07.11.2014 Views

CAPÍTULO 9 El estrépito de una gran puerta metálica y el resplandor procedente de la parte delantera del hangar despertaron a Skyler. Tardó unos segundos en recordar dónde se hallaba y, cuando lo hizo, los sucesos de las pasadas veinticuatro horas se abalanzaron sobre él como los fragmentos de una pesadilla que se unían para formar un horroroso conjunto. Y con el recuerdo, regresó el ya familiar hueco en el estómago. Se tapó la cabeza con la lona y trató de desentrañar los ruidos que resonaban en el interior del cobertizo metálico. Se oyó otra puerta. El hangar estaba ya totalmente abierto, y Skyler imaginó la avioneta enfilada hacia el extremo de la pista de aterrizaje de hierba. Oyó pasos que se aproximaban al aparato, se alejaban, y volvían a aproximarse. Luego, un roce metálico y después el sonido de líquido cayendo en el interior de un depósito. Percibió olor a gasolina. Por último, un ruido sordo seguido del de algo arrastrado por el suelo. Se dijo que habían retirado uno de los calzos de las ruedas. Comprendió que estaba en lo cierto cuando el sonido se repitió al cabo de pocos segundos y la avioneta se estremeció ligeramente. De pronto, la cola se alzó y, a través de la pared de metal del fuselaje, Skyler oyó una sarta de interjecciones. —¡Cristo bendito! ¡Cómo pesa el condenado! Las palabras sonaron a centímetros de su oreja. No logró reconocer la voz. Percibió el sonido de unas manos apoyándose contra el metal y luego una serie de gruñidos. Un fuerte empujón, y las ruedas de la avioneta traspusieron el umbral del hangar y comenzaron a rodar cuesta abajo sobre la hierba, adquiriendo velocidad, hasta que las manos invisibles, entre nuevas interjecciones, lo frenaron y lo obligaron a detenerse oscilando sobre la suspensión. Luego Skyler oyó que la portezuela se abría y notó que un pie se posaba en la escalerilla. Contuvo el aliento y quedó inmóvil bajo la lona, con todos los músculos en tensión. Tenía que prepararse. Si retiraban la lona y lo descubrían, atacaría a quien fuese. La sorpresa era su único aliado. De pronto, el corazón le dio un vuelco en el pecho. ¿Dónde estaba el cuchillo? Inmediatamente recordó: lo perdió cuando mató al perro. La puerta del hangar se cerró, y se oyeron pisadas en el ala. Una portezuela se abrió y se cerró. Más gruñidos, más maldiciones, el chasquido de un cinturón de seguridad. Un silencio que debió de durar un par de minutos, a renglón seguido el clic de unos interruptores de palanca al ser accionados, y por último el rugido del motor. El aparato comenzó a vibrar fuertemente, y a Skyler le llegó el olor del combustible quemado. Instantes después, la avioneta comenzó a avanzar por la pista, traqueteando y bamboleándose de lado a lado. Mientras el motor rugía como si fuera a explotar y el fuselaje se estremecía como si estuviera a punto de hacerse pedazos, el aparato se elevó mágicamente y comenzó a ascender hacia el cielo. Skyler notó una sensación de vacío en el estómago. Durante un rato, oyó el rugido del motor resonando contra la superficie del suelo. Luego, según la avioneta tomaba altura, el ruido disminuyó. Lenta, cautelosamente, Skyler se quitó la lona de la cabeza y vio un desconchado panel metálico color crema que separaba su minúsculo compartimento de la cabina de la avioneta. Parpadeó, bajó la vista y descubrió dos pequeñas maletas de cuero. Se hallaba en el fondo de un compartimento de equipajes, separado del interior del aparato por el pequeño tabique metálico. Mirando por encima del borde de éste vio cuatro asientos rojos situados a ambos lados de un angosto pasillo. Por encima de los asientos había redecillas para colocar el equipaje de 65

mano. En la parte delantera se veían los respaldos de dos sillones negros: uno de ellos estaba vacío; el otro, ocupado. Bajo éste había un extintor de incendios rojo. Podía ver la parte posterior de la cabeza del piloto, cubierta con una gorra de béisbol, sobre la cual el hombre llevaba dos gruesos auriculares negros. Frente a sí tenía un panel de instrumentos con diales, interruptores y parpadeantes números amarillos. El piloto sujetaba una columna de control con forma de U, y ante el asiento vacío había otra idéntica que se movía sincrónicamente con la primera, como si una mano fantasmal la guiase. Más arriba había un parabrisas panorámico, a través del cual Skyler divisaba el cielo y enormes nubes de color gris que parecían columnas de humo congeladas. Una de las alas descendió, el panorama cambió y Skyler pudo ver una inmensa extensión azul salpicada de motas blancas. Así que aquél era el aspecto que tenía el océano visto desde arriba. El joven se sentía dominado por una mezcla de temor y pasmo. Por el rabillo del ojo entrevió a un lado una masa verde que tardó unos momentos en identificar como tierra: sí, allí estaban las copas de los árboles, subiendo y bajando como los pliegues de una manta y, rodeándolas, las marismas. Era la isla, su pequeña isla. Y de pronto comprendió con un sobresalto casi doloroso que ya había dejado atrás su mundo. Se dirigía hacia el «otro lado», hacia una tierra que sólo conocía a través de la radio y de las historias de Kuta. Iba camino de Babilonia, como Baptiste la llamaba en sus diatribas contra la obsesión de Norteamérica por la religión y la superstición. La idea le produjo un efecto euforizante y durante un buen rato el peligro y la anticipación lo mantuvieron despierto, pero luego, poco a poco, el agotamiento lo fue ganando. Bajó la cabeza, se cubrió de nuevo con la lona y se acurrucó en el reducido espacio. El zumbido del motor y los suaves vaivenes del aparato lo hicieron adormecerse, y el sueño le hizo perderse el viaje más importante de su vida. 66

CAPÍTULO 9<br />

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hallaba y, cuando lo hizo, los sucesos de las pasadas veinticuatro horas se abalanzaron<br />

sobre él como los fragmentos de una pesadilla que se unían para formar un horroroso<br />

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Se tapó la cabeza con la lona y trató de desentrañar los ruidos que resonaban en el<br />

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y Skyler imaginó la avioneta enfilada hacia el extremo de la pista de aterrizaje de hierba.<br />

Oyó pasos que se aproximaban al aparato, se alejaban, y volvían a aproximarse. Luego,<br />

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Percibió olor a gasolina. Por último, un ruido sordo seguido del de algo arrastrado por el<br />

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estaba en lo cierto cuando el sonido se repitió al cabo de pocos segundos y la avioneta se<br />

estremeció ligeramente. De pronto, la cola se alzó y, a través de la pared de metal del<br />

fuselaje, Skyler oyó una sarta de interjecciones.<br />

—¡Cristo bendito! ¡Cómo pesa el condenado!<br />

Las palabras sonaron a centímetros de su oreja. No logró reconocer la voz. Percibió<br />

el sonido de unas manos apoyándose contra el metal y luego una serie de gruñidos. Un<br />

fuerte empujón, y las ruedas de la avioneta traspusieron el umbral del hangar y<br />

comenzaron a rodar cuesta abajo sobre la hierba, adquiriendo velocidad, hasta que las<br />

manos invisibles, entre nuevas interjecciones, lo frenaron y lo obligaron a detenerse<br />

oscilando sobre la suspensión.<br />

Luego Skyler oyó que la portezuela se abría y notó que un pie se posaba en la<br />

escalerilla. Contuvo el aliento y quedó inmóvil bajo la lona, con todos los músculos en<br />

tensión. Tenía que prepararse. Si retiraban la lona y lo descubrían, atacaría a quien fuese.<br />

La sorpresa era su único aliado. De pronto, el corazón le dio un vuelco en el pecho.<br />

¿Dónde estaba el cuchillo? Inmediatamente recordó: lo perdió cuando mató al perro.<br />

La puerta del hangar se cerró, y se oyeron pisadas en el ala. Una portezuela se abrió<br />

y se cerró. Más gruñidos, más maldiciones, el chasquido de un cinturón de seguridad. Un<br />

silencio que debió de durar un par de minutos, a renglón seguido el clic de unos<br />

interruptores de palanca al ser accionados, y por último el rugido del motor. El aparato<br />

comenzó a vibrar fuertemente, y a Skyler le llegó el olor del combustible quemado.<br />

Instantes después, la avioneta comenzó a avanzar por la pista, traqueteando y<br />

bamboleándose de lado a lado. Mientras el motor rugía como si fuera a explotar y el<br />

fuselaje se estremecía como si estuviera a punto de hacerse pedazos, el aparato se elevó<br />

mágicamente y comenzó a ascender hacia el cielo. Skyler notó una sensación de vacío<br />

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Durante un rato, oyó el rugido del motor resonando contra la superficie del suelo.<br />

Luego, según la avioneta tomaba altura, el ruido disminuyó. Lenta, cautelosamente,<br />

Skyler se quitó la lona de la cabeza y vio un desconchado panel metálico color crema que<br />

separaba su minúsculo compartimento de la cabina de la avioneta. Parpadeó, bajó la vista<br />

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de equipajes, separado del interior del aparato por el pequeño tabique metálico. Mirando<br />

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