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olsillo una micrograbadora y colocar el minúsculo micrófono en un soporte ante la<br />
doctora.<br />
—Esto es sólo por si utiliza usted muchas palabras científicas y técnicas —explicó—.<br />
Pero si le molesta, lo apagaré.<br />
—No, no. No se preocupe —dijo ella, y por el tono dio la sensación de que era<br />
sincera.<br />
Parecía segura y llena de aplomo. Cruzó las piernas y a él le fue posible ver varios<br />
centímetros de blanca piel por debajo de la falda.<br />
—Supongo que está usted aquí por el caso de asesinato de los dos abogados<br />
gemelos —dijo—. Qué asunto tan horrible.<br />
—Exacto. Para nuestro periódico, cuanto más horrible, mejor.<br />
Ella asintió con la cabeza.<br />
—Me temo que lo mismo les ocurre a todos los periódicos. Sin embargo, me gusta la<br />
sección de deportes del Mirror.<br />
Esto sí que le impresionó realmente. Tres puntos. Miró el par de tallas africanas que<br />
había en la pared, sobre gruesos estantes de madera blanca. Las estatuillas medían unos<br />
veinte centímetros de largo y eran de un material pulido y oscuro como el ébano. A<br />
primera vista parecían idénticas: cabezas desproporcionadamente grandes con enormes<br />
ojos ovalados, abultadas mejillas surcadas por sesgadas cicatrices, y pequeños tocados<br />
minuciosamente tallados y pintados de azul. Ambas llevaban un cinturón de cuentas, un<br />
brazalete de bronce en torno a la muñeca izquierda y una pequeña capa hecha con<br />
conchas marinas. Por los exagerados genitales se advertía que una era un hombre y la<br />
otra una mujer.<br />
La doctora Tierney siguió la mirada de Jude. —Ibeji —dijo—. Son nigerianas, de la<br />
parte sur del país. Los indígenas yoruba hacen esas tallas cuando tienen gemelos.<br />
A Jude las tallas le parecieron interesantes y pensó que tal vez le fuera posible<br />
utilizarlas de algún modo para su reportaje. —Los padres encargan las figurillas a los<br />
talladores —continuó ella al advertir su curiosidad—, y pagan por ellas grandes sumas,<br />
tanto mayores cuanto más adornadas son las tallas. Cada estatuilla representa a uno de<br />
los gemelos. Se guardan cuidadosamente y, si los gemelos alcanzan con bien la edad<br />
adulta, los ibeji se convierten en objetos inútiles y se tiran. O, en estos días, lo más<br />
probable es que se los vendan por una insignificancia a un buhonero que a su vez los<br />
venderá por una fuerte suma a los turistas.<br />
«Pero en el caso de que uno de los gemelos muera, lo cual sucede con gran<br />
frecuencia, la estatuilla que lo representa adquiere un enorme valor espiritual. Se la viste<br />
como al niño, se pone comida ante ella, se la acuesta por las noches, y ocupa un lugar<br />
destacado en las fiestas y ceremonias familiares. En teoría, ésa es la única forma de<br />
apaciguar al gemelo muerto. De lo contrario, sentirá celos, se enfurecerá y arrastrará a su<br />
hermano al otro mundo. —Sonrió y añadió—: Eso se debe a que creen que los dos<br />
gemelos tienen una única alma.<br />
Jude examinó más detenidamente las dos figuras: los abdómenes ligeramente<br />
curvados, las serenas sonrisas, los sesgados y grandes ojos. Su aspecto era extraño y<br />
fascinante, como si pertenecieran a otro mundo, a un mundo intemporal. Sin saber por<br />
qué, pensó en fetos.<br />
—Son muy bonitas —dijo.<br />
—Me alegro de que le gusten —dijo ella contenta—. A mí me encantan.<br />
Tras un breve silencio, Jude puso en funcionamiento el magnetófono, sacó la libreta<br />
de notas y dijo:<br />
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