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demasiado y la cabeza se negase a aceptar lo que los ojos le mostraban. Alargó una<br />
mano y tocó a Julia en un hombro. El cuerpo no estaba frío.<br />
Y entonces vio la incisión, de color rojo oscuro, que comenzaba en la parte inferior<br />
de un costado y hacía una curva en torno al vientre. De pronto se dio cuenta de que a<br />
Julia le faltaban parte de las vísceras. Al reparar en ello, entendió que por eso el cuerpo le<br />
había parecido pequeño y encogido. Y ahora que el cerebro había vuelto a funcionarle,<br />
sus ojos comenzaron a fijarse en otras cosas, como en el pequeño charco de sangre que<br />
se había coagulado bajo el cuerpo, y que había goteado hasta el suelo de hormigón,<br />
formando un pequeño reguero rojo que llegaba hasta el desagüe situado a un lado de la<br />
mesa.<br />
Skyler no oía nada. No lograba respirar. El aturdimiento seguía envolviéndolo como<br />
un grueso caparazón. Pero ese caparazón estaba a punto de quebrarse. Sintió una<br />
especie de espasmo que se inició en la base de la espalda y le subió por el espinazo,<br />
para terminar haciendo explosión en su cerebro.<br />
¡Socorro!<br />
Volvía a oír la vocecilla.<br />
¡Socorro, socorro!<br />
Pero ya no era Julia la que pedía socorro, sino él mismo.<br />
Trató de calmarse, de pensar. A Julia la habían operado, eso estaba claro. De<br />
pronto, la incapacidad para comprender volvió a apoderarse de él. El precioso cuerpo de<br />
la persona a la que tanto amaba había sido cortado, mutilado. Unas manos se habían<br />
movido en el interior de aquel organismo, le habían extraído las entrañas. ¡Los muy<br />
salvajes!<br />
Se ha ido. Ya no está.<br />
Y, al decírselo, se dio cuenta de que aquél era el primer pensamiento consciente que<br />
había logrado articular. Le parecía como si estuviera subiendo a la superficie desde una<br />
profundidad abismal. Otros pensamientos acudieron a su cabeza. Sabía que a<br />
continuación tratarían de matarlo a él. Pero, por extraño que parezca, no sintió miedo,<br />
pues el caparazón del aturdimiento seguía cerrado en torno a sí. Era su amigo.<br />
Skyler se apoyó en la repisa que tenía detrás. Ahora sus ojos comenzaban a verlo<br />
todo con claridad. La repisa estaba llena de instrumentos médicos: frascos con líquidos,<br />
bolas de algodón, jeringuillas, una pequeña sierra cuyos dientes estaban cubiertos de<br />
sangre. Tomó un cuchillo y lo examinó. Su hoja también estaba manchada de sangre.<br />
Comenzó a respirar profundamente de nuevo, inhalando el oxígeno a grandes<br />
bocanadas, como un corredor después de una carrera, y miró de nuevo a su alrededor.<br />
En un rincón había un soporte metálico sobre ruedas del que colgaba una bolsa de suero<br />
intravenoso y un tubo. Cerca había otra repisa y, sobre ella, unos tragaluces<br />
rectangulares de sótano que daban al exterior.<br />
Miró de nuevo el cuerpo. La muerte de Julia, su desaparición del mundo de los vivos,<br />
volvió a asestarle otro golpe devastador. Se agarró a la repisa y sintió un impulso. ¿Debía<br />
sacar de allí a Julia? ¿Envolverla en algo y llevársela? Pero... ¿adónde?<br />
De pronto oyó algo: pasos en la escalera. Cruzó corriendo la habitación hasta la<br />
puerta, hizo girar la llave y percibió el sonido del cerrojo al correrse. Oyó que los pasos se<br />
aproximaban a la puerta por el otro lado. El tirador giró una vez, y luego dos veces, como<br />
si el que lo accionaba se hubiera llevado una sorpresa. Después volvió a girar reiterada,<br />
insistentemente. Skyler cruzó la sala a grandes zancadas, subió a la repisa y empujó la<br />
parte inferior del tragaluz. Éste se abrió y Skyler oyó el sonido de las gotas de lluvia<br />
pegando contra el cristal. Arrojó el cuchillo fuera, se encaramó al tragaluz, asomó la<br />
cabeza por él, se sujetó con los codos y siguió elevándose a pulso. Al agitar los pies,<br />
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