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Darnton, John - Experimento

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cortarían en láminas del grosor de un cabello, las montarían en un portaobjetos y las<br />

colocarían bajo el microscopio para proceder al examen histológico.<br />

Al fin le tocó el turno al plato fuerte: el cerebro. McNichol cortó una línea perfecta a lo<br />

largo del borde del cuero cabelludo, de oreja a oreja, y retiró la capa de carne. Utilizó la<br />

sierra circular para seccionar el hueso, lo que produjo un sonido agudo y un olor acre.<br />

Después levantó la tapa craneal y la dejó a un lado con un gesto de preocupación, como<br />

un jugador de ajedrez que aparta a un lado un peón comido. Jude supuso que el médico<br />

estaba examinando la herida mortal.<br />

McNichol tomó un cuchillo con borde de sierra y lo utilizó para cortar la duramadre, la<br />

membrana más superficial de las que rodean el encéfalo, y procedió a seccionar los vasos<br />

sanguíneos de la base. A continuación levantó el cerebro y, sosteniéndolo en una mano,<br />

dijo:<br />

—Bueno, aquí lo tenemos.<br />

Con la enguantada punta de un dedo, extrajo un achatado proyectil que procedió a<br />

colocar en un pequeño frasco. El resto del cerebro lo introdujo en un tarro grande lleno de<br />

formalina.<br />

Jude volvió a pensar en la hora de cierre de edición, que cada vez estaba más<br />

próxima y miró el reloj. Aparentemente, McNichol ya estaba terminando. Puso en su lugar<br />

la tapa craneal y la placa torácica, y limpió la sangre con un paño azul.<br />

—No es mi intención meterle prisa —dijo Jude—. Pero... ¿por qué, según dijo usted,<br />

merecía la pena esperar?<br />

—No se preocupe, que no me he olvidado.<br />

Se situó en la parte superior de la camilla, tras la cabeza del cadáver, que ahora<br />

estaba cortado, despedazo y ensangrentado. Se inclinó y le abrió la boca, de la que ya<br />

había extraído los fluidos, e indicó a Gloria y Jude que examinaran el interior. Lo hicieron<br />

y luego miraron al médico desconcertados.<br />

—No lo entiendo —dijo ella—. No veo nada.<br />

—Exacto —contestó McNichol, henchido de satisfacción—. No ve usted nada. Ni un<br />

solo empaste. Todos los dientes se encuentran sanos y perfectos. En un hombre adulto.<br />

¿Cuándo han visto ustedes una boca como ésta?<br />

Jude y Gloria se miraron.<br />

—Naturalmente —siguió el forense—, esto complica aún más el problema.<br />

—¿Qué problema?<br />

—El de la identificación. Es como si este hombre nunca hubiera ido al dentista. No<br />

habrá ni radiografías ni historial odontológico. Lo cual hace que resulte prácticamente<br />

imposible identificarlo.<br />

Jude dijo que necesitaba una oficina con línea telefónica, y lo condujeron a una<br />

situada en el segundo piso. Desde el escritorio se veía el estacionamiento posterior del<br />

edificio. Una secretaria le llevó una taza de café, que bebió con gusto.<br />

Encendió su ordenador, se puso a trabajar y en media hora estuvo listo. Escribió<br />

setecientas palabras, haciendo especial énfasis en los detalles forenses —las yemas de<br />

los dedos quemadas, la dentadura perfecta—, para dejar claro que había sido testigo<br />

presencial de la autopsia. También tuvo buen cuidado de describir a McNichol como a<br />

una especie de héroe, recordando al hacerlo el consejo que recibió años atrás de un<br />

redactor jefe: «Es buen negocio mostrarse generoso con la gente que puede devolver el<br />

favor.» Conectó el módem a la línea telefónica, marcó el número especial del periódico,<br />

oyó el peculiar sonido de la conexión y envió el artículo al 666 de la Quinta Avenida.<br />

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