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Darnton, John - Experimento

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CAPÍTULO 4<br />

Tras conducir un rato a escasa velocidad por Main Street, Jude encontró sin<br />

dificultad la comisaría de policía, un edificio cuadrado de ladrillos rojos similar a docenas<br />

de otros que había visto en las deterioradas ciudades de los alrededores de Nueva York.<br />

Estacionó el coche en el aparcamiento trasero, bajo un angosto ventanuco que supuso<br />

pertenecía a uno de los calabozos, y rodeó el edificio para entrar por la puerta principal. A<br />

los policías les molestaba que uno utilizara atajos para entrar en su territorio.<br />

El agente sentado tras el mostrador de recepción lo recibió con la típica hospitalidad,<br />

sin interrumpir la lectura de la revista People que tenía entre las manos. Jude conocía el<br />

artículo que el hombre estaba leyendo y también a su autor. Por un momento estuvo<br />

tentado de informarle de que sólo un cuarenta por ciento de lo que estaba leyendo era<br />

verdad. Pero, en vez de ello, puso una mano sobre el mostrador, dentro del campo de la<br />

visión periférica del hombre. Éste respondió a su presencia con un gruñido y al fin alzó la<br />

vista. Jude sacó la cartera, le mostró la tarjeta amarilla de prensa y le expuso el motivo de<br />

su visita.<br />

—Tendrá usted que hablar con el sargento Kiley.<br />

Aquello era un mal comienzo, pues los encargados de relaciones públicas de la<br />

policía solían ser sargentos.<br />

—¿Quién?<br />

—Kiley. Él se encarga de las relaciones públicas.<br />

El hombre continuó con su lectura.<br />

—¿Quién lleva la investigación?<br />

—Tendrá usted que hablar con el sargento Kiley.<br />

Jude estaba a punto de entrar en la inhóspita sala de espera cuando reconoció a un<br />

reportero del Daily News que estaba sentado de espaldas a él. Volvió sobre sus pasos y<br />

se dirigió al teléfono público que había en un rincón. Sacó una moneda del bolsillo, marcó<br />

el número del periódico local y pidió que le pusieran con el responsable del turno de<br />

noche. Estaba corriendo un riesgo calculado: a algunos periodistas les agradaba recibir<br />

en su pequeña ciudad a periodistas de la gran metrópoli y se sentían halagados por el<br />

hecho de que los tratasen de igual a igual; otros consideraban tales visitas como<br />

intromisiones y se negaban a soltar prenda. Jude tuvo suerte. Mencionó un par de<br />

nombres y logró que lo pusieran con la persona que cubría la historia. Era una reportera<br />

llamada Gloria que le dijo que estaba a punto de ir a ver al forense y lo invitó a<br />

acompañarla.<br />

Diez minutos más tarde Jude se hallaba junto a Gloria, una joven más o menos de<br />

su edad poseedora de un agraciado y amable rostro, en el porche de la oficina de Norman<br />

McNichol, médico forense de Ulster County. La oficina se encontraba en una blanca casa<br />

de madera situada en la calle Broad, una avenida cuyas aceras se combaban a causa de<br />

la irresistible presión de las raíces de los olmos que la bordeaban.<br />

La idílica Norteamérica provinciana, pensó Jude contemplando la calle. Gloria estiró<br />

un dedo con una larga uña pintada de color verde pálido y oprimió el blanco botón con<br />

forma de perla. En el interior se oyó un lejano dingdong. Bajo el botón había una discreta<br />

placa de bronce con la inscripción: Funeraria McNichol.<br />

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