Darnton, John - Experimento
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Él, incapaz de hablar, negó con la cabeza. —Me alegro de que al menos estés aquí, de que presencies este momento. Otra oleada de dolor se apoderó de ella, le hizo arquear la espalda, levantar el cuerpo y lanzar otro largo y estremecedor grito. Luego, exhausta, volvió a quedar en silencio. Tras una pausa, abrió de nuevo los ojos y siguió hablando como si no hubiera pasado nada. —Tú tenías que desempeñar un papel especial. Durante todo ese tiempo, no he dejado de pensar en ti. Por eso te buscamos. Por eso te protegí incluso cuando estabas fuera del grupo. Por eso deseaba que estuvieras conmigo en estos momentos. Jude seguía sin entender. ¿Por qué yo? —Quería que presenciaras el nacimiento virginal. Otro paroxismo volvió a enviar a Rincón a la isla de dolor que no parecía sino alejarla más y más del dormitorio. Esta vez, la mujer tardó aún más en abrir de nuevo los ojos. — No me gusta cómo va esto —dijo el médico. Le puso a Rincón un electrodo sobre el corazón y otro sobre el abdomen. El sonido de los dos monitores marcando ritmos separados llenó la habitación. Jude se volvió y vio el movimiento de piernas y brazos en la pantalla de vídeo, cuya cámara estaba enfocada hacia el abdomen de la mujer. Rincón dejó de agitarse y se llevó la mano de Jude a la mejilla. —¿Por qué yo? —preguntó Jude. Ella lo miró. —Porque tú fuiste el primero. Porque tú eras mi príncipe. Cuando tu padre te arrancó de mi lado, me llevé el mayor disgusto de mi vida. Y en aquel momento la verdad completa pareció desplomarse sobre él, como una enorme ola. La había visto venir desde lejos, pero se había negado a prestarle atención, y ahora surgía aparentemente de la nada y lo dejaba totalmente anonadado. —Hijo mío —dijo ella—. Eras un bebé tan precioso. Tus manos eran tan pequeñas... me encantaba cuando tus dedos se cerraban en torno a los míos. —Alzó un único dedo y le pidió—: Vuelve a darme la mano. Él lo hizo horrorizado. Su madre comenzó a gritar de nuevo. Jude notó que le clavaba los dedos en la mano y que las uñas le desgarraban la palma. Los monitores resonaban como tam-tams. El médico lo hizo a un lado. —Apártese. Esto es serio. Jude se dirigió a un rincón y se quedó mirando las espaldas de los médicos y enfermeras que se afanaban en torno a la cama y los difusos movimientos que aparecían en la pantalla. Baptiste se colocó junto a él. —Bueno, ahora ya lo sabes. El hombre parecía preocupado, angustiado. —¿Qué significa eso que ha dicho del nacimiento virginal? —Pues eso. No existe padre. Ella se fecundó con un embrión que contenía su propio ADN. —¿Cómo? ¡Eso es imposible! —No lo es en absoluto. —Pero eso significa que ella... —Sigue. —Se está pariendo a sí misma. —En efecto. Una réplica exacta. Un nuevo ser. Todo va a comenzar de nuevo. Será un momento maravilloso para el Laboratorio. El momento supremo. 329
En aquel instante, Rincón volvió a gemir y arqueó de nuevo la espalda. De pronto, quedó en silencio, hinchó las mejillas, clavó los talones en la cama y empujó con todas sus fuerzas. No sucedió nada. —Es excesivamente vieja —gritó el médico—. El bebé es demasiado grande. Es inmenso. Jude miró hacia la pantalla. Por entre las arrugadas piernas de Rincón asomaba una oscura cresta, la parte superior de una cabeza. Después desapareció y por la vagina salieron torrentes de sangre y de agua. Rincón jadeó estranguladamente. Baptiste agarró el brazo de Jude. Cinco minutos más tarde, el médico decidió operar. Anestesiaron a Rincón, le hicieron la cesárea y alzaron el bebé con el cuidado con que hubiesen alzado una carga de dinamita. Jude no soportó mirar la pantalla de vídeo. Baptiste estaba derrumbado en un sillón, con la cabeza entre las manos. El sonido del monitor principal se hizo primero más pausado y luego cesó por completo. Sin él, la sala pareció extrañamente silenciosa. El médico recurrió a todo para salvarla. Le dio oxígeno extra y le inyectó adrenalina. Incluso probó a golpearle el pecho para activar el corazón, pero esto resultó contraproducente, ya que hizo aumentar el flujo de sangre que salía por la cavidad abierta. —Apagad la cámara —gritó Baptiste. Rincón aún no estaba muerta. Abrió ligeramente los ojos y miró de nuevo a Jude. En su mirada había algo más que dolor. Jude trató de interpretar lo que decía. La expresión hipnótica había desaparecido y había sido sustituida por otra cosa, más sencilla y humana. Pero... ¿qué? ¿Remordimientos? ¿Vergüenza? ¿Orgullo? ¿Temor? ¿Amor? Quizá todo ello. Los ojos se cerraron y, tras un estremecimiento final, la cabeza de Rincón cayó hacia un lado. El doctor miró a su paciente con los ojos muy abiertos. La mujer estaba muerta. El médico dejó de intentar salvarla. Las enfermeras formaban corro en torno al bebé. Por la actitud de las mujeres — parecían no querer acercarse mucho, lo miraban y luego apartaban la vista— era evidente que algo andaba terriblemente mal. Jude se acercó y tuvo un breve atisbo de la criatura, pero el cuerpo de una enfermera le impidió seguir viendo, y él no probó a mirar de nuevo. Ya había visto lo suficiente de la gran y deforme criatura cuyos ojos permanecían cerrados, como si estuviera dominada por la furia. Se dijo que era extraño que, aunque estuviera muerta, nadie prestase atención a Rincón. La miró por unos momentos y pensó que poseía una cierta belleza. Luego alzó la sábana y tapó el rostro de su madre. Los clones siguieron al pie de la letra las órdenes de Skyler. Corrieron al salón de actos y atrancaron las puertas, de modo que dejaron a los prototipos encerrados dentro. Apilaron tal cantidad de cosas contra las puertas —escritorios y sillas, troncos, bloques de hormigón, motores de coches procedentes de los talleres— que la huida resultaba totalmente imposible. 330
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Él, incapaz de hablar, negó con la cabeza. —Me alegro de que al menos estés aquí,<br />
de que presencies este momento.<br />
Otra oleada de dolor se apoderó de ella, le hizo arquear la espalda, levantar el<br />
cuerpo y lanzar otro largo y estremecedor grito. Luego, exhausta, volvió a quedar en<br />
silencio. Tras una pausa, abrió de nuevo los ojos y siguió hablando como si no hubiera<br />
pasado nada.<br />
—Tú tenías que desempeñar un papel especial. Durante todo ese tiempo, no he<br />
dejado de pensar en ti. Por eso te buscamos. Por eso te protegí incluso cuando estabas<br />
fuera del grupo. Por eso deseaba que estuvieras conmigo en estos momentos.<br />
Jude seguía sin entender. ¿Por qué yo?<br />
—Quería que presenciaras el nacimiento virginal.<br />
Otro paroxismo volvió a enviar a Rincón a la isla de dolor que no parecía sino alejarla<br />
más y más del dormitorio. Esta vez, la mujer tardó aún más en abrir de nuevo los ojos. —<br />
No me gusta cómo va esto —dijo el médico. Le puso a Rincón un electrodo sobre el<br />
corazón y otro sobre el abdomen. El sonido de los dos monitores marcando ritmos<br />
separados llenó la habitación. Jude se volvió y vio el movimiento de piernas y brazos en la<br />
pantalla de vídeo, cuya cámara estaba enfocada hacia el abdomen de la mujer.<br />
Rincón dejó de agitarse y se llevó la mano de Jude a la mejilla.<br />
—¿Por qué yo? —preguntó Jude.<br />
Ella lo miró.<br />
—Porque tú fuiste el primero. Porque tú eras mi príncipe. Cuando tu padre te arrancó<br />
de mi lado, me llevé el mayor disgusto de mi vida.<br />
Y en aquel momento la verdad completa pareció desplomarse sobre él, como una<br />
enorme ola. La había visto venir desde lejos, pero se había negado a prestarle atención, y<br />
ahora surgía aparentemente de la nada y lo dejaba totalmente anonadado.<br />
—Hijo mío —dijo ella—. Eras un bebé tan precioso. Tus manos eran tan pequeñas...<br />
me encantaba cuando tus dedos se cerraban en torno a los míos. —Alzó un único dedo y<br />
le pidió—: Vuelve a darme la mano.<br />
Él lo hizo horrorizado.<br />
Su madre comenzó a gritar de nuevo. Jude notó que le clavaba los dedos en la<br />
mano y que las uñas le desgarraban la palma. Los monitores resonaban como tam-tams.<br />
El médico lo hizo a un lado.<br />
—Apártese. Esto es serio.<br />
Jude se dirigió a un rincón y se quedó mirando las espaldas de los médicos y<br />
enfermeras que se afanaban en torno a la cama y los difusos movimientos que aparecían<br />
en la pantalla. Baptiste se colocó junto a él.<br />
—Bueno, ahora ya lo sabes. El hombre parecía preocupado, angustiado.<br />
—¿Qué significa eso que ha dicho del nacimiento virginal?<br />
—Pues eso. No existe padre. Ella se fecundó con un embrión que contenía su propio<br />
ADN.<br />
—¿Cómo? ¡Eso es imposible!<br />
—No lo es en absoluto.<br />
—Pero eso significa que ella...<br />
—Sigue.<br />
—Se está pariendo a sí misma.<br />
—En efecto. Una réplica exacta. Un nuevo ser. Todo va a comenzar de nuevo. Será<br />
un momento maravilloso para el Laboratorio. El momento supremo.<br />
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